És possible imaginar un món on cada so té un color i cada color, un sabor? El mestre Peter Brook, que l’any passat va meravellar amb "The suit" (Temporada Alta 2014), torna a Girona amb "The valley of Astonishment", un viatge d’exploració i sorpresa pels misteris i meravelles del cervell humà.
El muntatge permet entendre els complexos misteris de la intel·ligència i la raó, i està inspirat en el poema èpic del persa Farid Attar "La conferència dels ocells".
A los 90 años, Peter Brook sigue sorprendiendo y maravillando. Ese es el objetivo de su teatro, según sus
propias palabras, y así sucedió en el Festival Temporada Alta con el
estreno de The valley of astonishment (El valle del asombro), su última
inmersión en los desconcertantes senderos de la mente.
Ya se adentró en ellos en los años 90 con El hombre que (inspirado en episodios clínicos recogidos por
Oliver Sacks en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero) y en Je suis
un phénomène (Yo soy un fenómeno), pieza basada en investigaciones del neurólogo
ruso Alexander Luria sobre el caso real de Salomon Shereshevsky, un prodigio
nemotécnico que el creador británico y su fiel colaboradora, Marie-Hélène
Estienne, han rescatado y transformado en Sammy Costas, la protagonista de su montaje actual.
Un fenómeno es también la actriz y directora Kathryn
Hunter, que recrea el traumático descenso al yo consciente de Shereshevsky,
periodista que, al conocerse su portentosa memoria, es despedido del trabajo y
empujado a ejercer de monstruo en un espectáculo de magia. La imponente voz y
gestualidad de Hunter fascinan desde el primer minuto tanto como la historia que
cuenta en un montaje que el creador de The suit, aplaudida el pasado año en el
festival de Girona, firma con su habitual economía de trazos y medios.
Es un viaje
sencillo, delicioso, poético y compasivo. Un puñado de sillas (ahí el público debe activar su mente para imaginar los escenarios), dos músicos y el
talento descomunal de Hunter (premio Laurence Olivier por The visit) son
suficientes para atrapar al espectador y llevarle por los desconocidos valles y
montañas de la sinestesia.
Por la mente increíble, y sus efectos
colaterales, de unas personas con la habilitad de percibir mediante un sentido
estímulos normalmente perceptibles mediante otro. O sea, se les activa
simultáneamente dos sentidos con estímulos destinados solo a uno (asocian
palabras y cifras con imágenes; música con colores; colores con sabores…). Un
don con trampa, como les sucede a muchos superdotados.
Brook salpica la función con referencias al
poema persa La conferencia de los pájaros, de Farid Al-Din Attar y otros casos,
como el del pianista y compositor Aleksandr Skriabin, que se jactaba de poder
oír colores, o de un mago (inspirado en el ilusionista manco René Lavand) que le
permite romper la cuarta pared, interactuar con el público y acentuar el humor.
Un estupendo Marcello Magni y un Héctor Flores Komatsu menos acertado dibujan a
esos personajes aunque la máxima atención recae en el caso clínico de la señora
Costas.
Costas recuerda múltiples cifras y palabras al asociarlas con
imágenes. Vivía feliz hasta que le colgaron la etiqueta «Yo soy un fenómeno» se
dice asombrada, y pasa de periodista, a mono de feria y cobaya para los
científicos. Por el camino, acumula montañas de datos e imágenes hasta caer en
el precipicio: «¡Ayúdenme a olvidar. Mi memoria me asfixia!», grita consciente de su cruz. Un caso paradójico, pero no menos angustiante, en los tiempos del Alzhéimer.