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La fascinant Turandot de Puccini, arriba per primera vegada al Festival de Peralada amb una nova producció que passarà a formar part del llistat de noves produccions del festival, així com del seu llegat operístic, essent la tercera òpera construïda en tallers de l’Alt Empordà i sumant-se així als títols d’Andrea Chénier de Giordano (2014) i l’Otello de Verdi (2015).
Aquesta òpera mítica del repertori operístic comptarà amb un repartiment excepcional. Una nova producció que no caigui en determinats tòpics però que tampoc renunciï a l’essència de l’obra: mitologia, màgia, sensualitat i orientalisme no faltaran en aquesta Turandot. Un espectacle contemporani però essencialment puccinià, presentat des del plantejament personal del director d’escena. Una direcció escènica que intentarà abastir un respecte per la història de la mateixa Turandot com a peça escènica, però que al mateix temps projecti a l’espectador nous temps i una visió més actual a través de la escenografia i la pròpia direcció.
Para celebrar sus 30 años de existencia el Festival de Peralada escogió la obra maestra de Giacomo Puccini (1858-1924) Turandot, ópera que dejó inacabada y que se puede considerar como el gran legado del compositor. Una obra que, más allá de las famosas arias que son parte ya incluso de la música popular, es de una enorme complejidad psicológica y que posee una serie de características atípicas de la obra pucciniana. Por ejemplo el uso del coro, que en esta obra tiene una extensión e importancia que en ninguna de sus otra obras vamos a ver, o el carácter de Turandot, tan alejado de la dulzura y sumisión de sus demás protagónicas.
Las características de los personajes de la obra póstuma pucciniana están más cercanos a los ideales de la época (el poder de Turandot, la inteligencia de Calaf, la piedad que despierta Timur, la infinita bondad de Liu), que a la crudeza de la realidad que retrató el verismo. Lo mismo nos sucede con el tratamiento dramatúrgico de la historia, que le da una dimensión onírica y de emociones puras como la esperanza, el dolor, la piedad y el amor. Todas fundamentales para el movimiento simbolista que nacía en el París de la Belle Epòque y se extendía por la literatura y la pintura del naciente y convulsionado siglo XX.
Misteriosa e interesante, Turandot es una obra que no pierde ni vigencia ni interés para el espectador de nuestros días. Las hermosas melodías, la orquestación llena de matices y colores, pero sobre todo los personajes, casi símbolos de las pasiones humanas, nos siguen atrayendo irremediablemente.
El montaje del que hablamos tiene la firma de Mario Gas, con la propuesta estética, siempre eficiente, de Paco Azorín. Sencilla y sin aspavientos, es una producción cuidada que pone el punto de atención en el trabajo de los cantantes. Una dirección de escena que nos dio un punto de vista diferente de algunos personajes, por ejemplo a Ping, Pang y Pong, a quienes, sorprendentemente, los muestra como unos vividores, viciosos que están ahí pasarla bien, llegando incluso a hacerlos fumar mientras cantan. Hay que decir que actoral y vocalmente los tres intérpretes, Manel Esteve, Francisco Vas y Vincenç Esteve Madrid, no tienen puntos débiles y nos hicieron pasar una noche muy agradable.
El tenor Roberto Aronica se anunció como enfermo, lo cual justificó algunas frases ausentes o rotas, pero se debe decir que, a pesar de ello, culminó su actuación con mucha dignidad y en general, hizo un buen trabajo vocal. Actoralmente es donde se le nota más débil.
Una Liú memorable la de Maria Katzarava, con frases de profunda delicadeza y que se ve que es un personaje que le va como un guante a su tesitura vocal y a su temperamento actoral. Por fin, esta joven soprano mexicana, pudo tener el debut que se merecía en Barcelona. No falta mucho, seguramente, para que pueda dar una versión de este papel que marque un antes y un después en su interpretación.
Pero la sorpresa de la noche fue Iréne Theorin. Hace mucho que no se oía a una soprano cantar Turandot con tanta comodidad, pareciera que ese es el registro más cómodo de su voz. Su trabajo vocal fue impecable durante todo el devenir de la princesa de hielo, pero, como sucede con algunos grandes intérpretes, son los momentos fuera de las arias y partes dedicadas a su lucimiento, las que se nos muestran como joyas inesperadas y asombrosas. En este caso, dos momentos memorables fueron la súplica a su padre para que no la obligara a casarse con el príncipe desconocido y el final de la obra con una frase impresionante para decir el "Il suo nome é amor..." Hace mucho que no oíamos a una Turandot dejar esa huella interpretativa.
La propuesta de dirección escénica hizo que la representación se detuviera en el punto en el que Toscanini detuvo el estreno de la Scala, el mismo donde Puccini dejó su trabajo: la muerte de nuestra querida Liú. Y aunque este rompimiento casi brechtiano, tenía su interés, quedaba muy poco lógico que los cantantes continuaran su actuación como si estuvieran dentro de la escena y no a manera de concierto, como se supone que estaba planteado. No se definió actoralmente lo que visualmente sí se planteó, haciendo incoherente una propuesta que podría ser muy interesante.
Peralada es un festival para disfrutarse y para muestra basta este botón.
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