Malgrat la crueltat de la seva trama, Turandot s’ha guanyat un lloc preeminent en el cànon del repertori universal i també en els cors dels públics de tot el món. Amb una partitura brillant i sense precedents, Puccini retrata la princesa sense ànima, freda i implacable en oposició a l’home decidit a guanyar-la costi el que costi.
El Liceu recupera la producció que obria de nou el teatre després del catastròfic incendi del 1994. Signada per Núria Espert, l’òpera se situa a la ciutat imperial de Pequín, on la princesa Turandot protegeix la seva virginitat sota un jurament: només es podrà casar amb aquell home de sang reial que resolgui tres enigmes que ella mateixa dictarà. Qui fracassi morirà. El règim i la tirania d’una dona incapaç d’estimar, que es nega a convertir-se en humana, que prefereix ser una institució i que imposa un estat de vigilància en el qual els homes són sacrificats.
Una escenografia monumental, evocadora i orientalista, i un entorn summament rígid i opressiu, ple de bellesa i equilibri formal, amplifiquen l’èpica de la història.
Puccini no va poder acabar el tercer acte de la partitura, moria l’any 1924 a Brussel·les abans de poder enllestir el duet final, i va ser el seu ajudant, Franco Alfano, qui va completar-la. La primera representació de l’obra al Teatro alla Scala de Milà el 1926 va ser una mena de rèquiem per a Puccini. Arturo Toscanini va dirigir l’obra fins a les últimes notes deixades per Puccini i després va baixar la batuta tot dient: “Aquí acaba l’obra del mestre. Després d’això, va morir”.
El final d’Alfano es va convertir en la norma en els teatres d’òpera de tot el món, però és precisament en aquesta indefinició dramatúrgica on Espert posa el seu segell: un desenllaç basat en la sumptuositat i en els rituals de la cort xinesa on Turandot, després de reconèixer que l’amor la domina i l’afebleix, prefereix suïcidar-se abans que lliurar-se a l’estranger. Massa esquerdes irreversibles dins del seu cor al costat d’un príncep amb set d’heroi que somia mentre exclama “Vincerò”.
La monumental propuesta de Núria Espert, estrenada para la inauguración del Liceu en 1999, tras el devastador incendio sufrido un lustro antes, sigue cautivando al público casi un cuarto de siglo después. Un público mayoritariamente más afín a las apuestas esplendorosas y clásicas (un buen gancho para nuevos espectadores) que a los experimentos transgresores (el futurista ‘Turandot’ de Franc Aleu), como demuestra el éxito de taquilla de esta reposición, el mayor de toda la temporada. Bárbara Lluch, nieta de Espert, se ha encargado de reponer el montaje, recuperando el pretendidamente considerado ‘happy end’ urdido por Franco Alfano, el colaborador de Giacomo Puccini, quien dejó inconclusa su última obra. Se dice que no tenía muy claro cómo acabarla y falleció antes de completarla, en 1924. Lo de final feliz es libre de interpretar, dada la crueldad de la princesa protagonista, que ni pestañea cuando sus pretendientes, a quienes somete a tres pruebas para conquistarla, acaban decapitados si no las superan. Triunfa supuestamente el amor –el sacrificio de la sirvienta enamorada Liú resultará redentor-, pero antes ruedan muchas cabezas.
Ese es el final habitual, pero la gran Espert propuso otro: el suicidio de Turandot, polémico en su día pero muy acorde al imaginario pucciniano (con muchos suicidios en su currículo) y a los ritos suicidas asiáticos, como el conocido harakiri japonés. Otros directores han optado, también acertadamente, por la muerte del héroe Calaf a manos de la implacable princesa, incapaz de aceptar su derrota y entregarse al pretendiente.
Colosales decorados
La magnificente e icónica escenificación contó con un trío de lujo, empezando por el desaparecido Ezio Frigerio, que firma los colosales y suntuosos decorados orientalistas que nos transportan al Pekín imperial; el deslumbrante vestuario de Franca Squarciapino (Lluch ha eliminado los taparrabos de la puesta de Espert) y la iluminación de Vinicio Cheli.
En la función del día 14, todos los artistas recibieron entusiastas aplausos y bravos. La soprano rusa Elena Pankratova estuvo muy fría en lo expresivo -la princesa de hielo la define el personaje de Liú en la obra- y esa interpretación tan hierática –quizá excesiva- le permitió, por otra parte, dedicar toda su atención a su virtuosismo y fuerza vocal, con sus imponentes agudos y gran proyección. Muy entregado y lírico, con su bello timbre, estuvo el tenor Michael Fabiano en el rol del enamorado Calaf. El estadounidense, de origen italiano e instalado en Madrid, ha regresado al coliseo de la Rambla tras su presencia la pasada temporada en ‘Tosca’ y ‘Manon’.
La emotiva interpretación de la soprano lírica Vannina Santoni fue premiada con ovaciones; dibujó con mucha dulzura, calidez y sentimiento a la desgraciada esclava Liú, luciéndose en la conmovedora ‘Tu che di gel sei cinta’. También brillaron los muy compenetrados Manuel Esteve (Ping), Moisés Marín (Pang) y Antoni Lliteres (Pong), y el bajo Marko Mímica como rotundo Timur. La presencia del mítico tenor wagneriano Siegfried Jerusalem – de voz muy debilitada a sus 83 años- fue acogida con bravos, más como reconocimiento a su carrera que por su prestación en la obra.
Muy aplaudido también el coro del Liceu, con exigente participación en la pieza, y el infantil del Orfeó Català. Lluch ha dinamizado la propuesta con los movimientos de masas –hay más de un centenar de artistas y figurantes en escena- y rebajando la frontalidad de los cantantes. El maestro Diego García Rodríguez resolvió con mucha solvencia el brillante y espectacular despliegue orquestal propuesto por Puccini. Una majestuosa producción que el respetable disfrutó cual regalo de Navidad.