Quan Verdi va escriure Un ballo in maschera, ja gaudia d’un important èxit per la popularitat de les nombroses obres que havia escrit: Nabucco (1842), Macbeth (1847), Rigoletto (1851), Il trovatore (1853) o La traviata (1853), entre d’altres. En aquesta posició només aspirava a cercar temes musicals nous i audaços a partir d’una potent història, en aquest cas, l’assassinat del rei de Suècia, Gustau III, el 1792, en plena festa de disfresses.
Enveges i conspiracions, barrejades amb passions amoroses, política, gelosia, venjances i el perdó final conflueixen en una obra mestra de Verdi. A Nàpols, l’òpera va despertar les ires i prohibicions de la censura: no es podia assassinar un rei a l’escenari, hi havia dificultats per mostrar escenes de bruixeria, davant de la infidelitat hi havia d’haver remordiment i els conspiradors havien d’odiar el duc per raons hereditàries…, així, el compositor es va veure obligat a fer adaptacions importants i a transportar la trama de Suècia al Boston de finals del segle XVII.
L’elegant producció de Graham Vick, escau a l’emocionant drama verdià. Aquest Ballo trenca amb els codis tradicionals. Una escenografia construïda a partir d'una pantalla semicircular que envolta el fons, amb una premonitòria tomba que presideix l'escenari són la base per explicar el tràgic destí en què es mostren els turments dels personatges principals. Un suggeridor espai i un treball actoral impecable que captura el poder del desig i subratlla amb força expressiva i coherència aquesta producció pòstuma de Vick per al Teatro Regio de Parma; un univers de clarobscur en el qual es conjuguen els conjunts monumentals amb plans d'enorme intimitat.
Freddie De Tommaso és Riccardo / Gustau III, rei suec enamorat d’Amèlia (Anna Pirozzi), esposa del Conde Anckaström, el seu millor amic i conseller (Artur Ruciński). Quan aquest darrer descobreix l’amor il·lícit, s’uneix a una conspiració per assassinar el rei i es produeix la tragèdia. Daniela Barcellona (Ulrica / Arvidson) és la mèdium que profetitza la traïció i el tràgic final.
Amb Un ballo in maschera, Verdi aconsegueix una alçada emocional i sensual sense precedents, en un muntatge que reforça l’ambient misteriós d’aquest amor per una mateixa dona on la gelosia es transforma en tal bogeria que Renato, amb unes esquerdes insuperables, acaba apunyalant el seu amic.
Giuseppe Verdi, en su ya época de madurez, se las vio con la censura un par de veces con esta ópera -con libreto de Antonio Somma basado en el de Eugène Scribe- inspirada en el asesinato del rey Gustavo III de Suecia acontecido durante un baile de máscaras. No era de recibo cargarse a la máxima autoridad sobre un escenario, ni mostrar escenas de brujería, así que tuvieron que trasladar la acción a Boston y convertir al protagonista en un conde. La elegante producción que concibió el prestigioso director de escena británico Graham Vick –fallecido por covid a los 67 años- y que ha concluido su discípulo Jacopo Spirei opta por un eclecticismo en el que fluyen y contrastan los estilos y los géneros; lo clásico y la transgresión. Es una corte tolerante que bascula del vestuario victoriano a la estética ‘queer’ con figurantes travestidos y andróginos en un baile de géneros que fluyen sin definirse. Cuentan que Gustavo III era bisexual y la ambigüedad marca una propuesta que refuerza el simbolismo de la máscara como facilitadora de la transgresión y la liberación de libidos.
La escenografía es de factura contemporánea, luminosa, con una estructura semicircular que incluye una balconada en las alturas donde asoma el coro, uno de los aciertos del montaje, aunque lamentablemente desde los pisos superiores del Liceu no se veía. Surgió como hallazgo para evitar contagios durante el coronavirus y funciona muy bien, con los miembros del coro, con sombrero de copa y movimientos gestuales continuos, ejerciendo de ‘voyeurs’ de la función.
Macabra coincidencia que Vick concediera a la muerte el mayor protagonismo de su obra póstuma. Una tumba negra con ángel custodio, un monumento funerario sobre una plataforma giratoria que marca el paso del tiempo y el destino, preside la escenografía durante toda la pieza. Además, en un giro a la ópera, esta empieza con el velatorio del protagonista, con todos, incluso los que planearon su muerte, llorando la pérdida. No debió resultarle fácil a Spirei rematar la faena de su maestro, asumiendo el doble funeral –el de Vick y el de la ficción-.
Por encima de una producción elegante y plástica, que algunos encontraron excesivamente minimalista, triunfó el excelente elenco vocal - premiado con efusivos aplausos y bravos- y la impecable y sensible batuta del maestro italiano Riccardo Frizza, que acompañó de forma brillante a los cantantes sin ahogarles en ningún momento. El tenor Freddie de Tommaso fue un magnífico Riccardo en lo vocal, con su hermoso timbre, excelente proyección y dicción. Anna Pirozzi compuso una Amelia de poderosa voz y presencia, adornada con sus bellos agudos. En el 2021 la soprano italiana declaró que en el mundo de la ópera existe el ‘body shaming’ (humillación corporal) y en algunas producciones, sobre todo vanguardistas, una mujer puede ser rechazada por su peso. Por suerte no ha sido el caso y el público disfrutó mucho con su actuación vocal.
Faltó, eso sí, química entre los enamorados y una mayor pulsión sexual y dramática en esta historia de amor imposible entre Riccardo y Amelia, de celos y conspìraciones políticas. Le faltó fuelle al trabajo actoral de la pareja protagonista, faceta en la que sí sobresalió una magnífica Sara Blanch en el papel de Óscar. Su chispeante y entusiasta interpretación dinamizó la propuesta junto con las coreografías, especialmente notable la que abre la función, y algunas acrobacias. El exquisito Artur Rucinski recreó bien al marido despechado de Amelia, amigo traidor de Riccardo, mientras Daniela Barcellona asumió a Ulrica, la médium o bruja que profetiza su asesinato.
Hubo algún desafortunado elemento, como el traslúcido cortinaje sobre una estructura que afeaba la escenografía y que resulta irrisorio para ocultar a Amelia de su marido en su encuentro con Riccardo. La programación del título ha coincidido con carnavales y los jóvenes, dentro del Liceu Under 35, disfrutaron de un baile de máscaras tras la función del día 7 de febrero. A los mayores también les hubiera gustado esta estupenda iniciativa, pues no hay edad para las mascaradas.