Mentre treballa en l’obra de la seva vida, una ambiciosa síntesi dels principals clàssics de Henrik Ibsen, la directora d’un monumental teatre de províncies es veurà sorpresa per una precipitada cadena de coincidències que la confrontaran amb els seus fantasmes inconfessables, pertorbaran les seves conviccions més íntimes i l’abocaran a emprendre la gran aventura de la seva existència.
Al contrari! és un esbojarrat homenatge a la màgia de l’escenari, que planteja alhora un visionari viatge a l’arrel de les enormes perplexitats contemporànies.
La directora de un teatro se ha parapetado en su despacho, entre facturas, botellas de whisky, abrigos de pieles sintéticos y notas sobre Ibsen. Como Vladimir y Estragón espera con la misma inagotable capacidad de estéril autoengaño. Ella quizá algo más rendida al sueño del abandono. Los personajes de Beckett a Godot, ella una subvención municipal. La alcaldesa es su hermana. Mientras, en el resto del noble y tronado edificio se expande el frío y la oscuridad. No hay actividad, ni se la espera. Muerto para el arte. Esta es la situación que plantea Lluïsa Cunillé en una farsa que en 2013 tituló Al contrari! y que ahora -una década después- se ha estrenado finalmente en la Sala Àtrium por el empeño de Albert Arribas.
Como todo teatro con polvorienta historia y futuro incierto, éste también tiene fantasmas en nómina. Espectros del pasado (un exmarido escenógrafo) y del presente (la nueva pareja del exmarido) asaltan la torre de guardia del despacho. Visitas para perturbar el sueño imposible de montar simultáneamente las principales obras de Ibsen. Lo nunca visto, ni en Buenos Aires, esa ciudad que en 2013 estaba otra vez asediada por la inflación galopante y el teatro inclasificable se refugiaba en los comedores de los artistas. Luego llegarán otros entes que se moverán en el resquicio entre la realidad y la locura de una mente en imparable huida. Un desfile de apariciones, como las veladas -o no tanto- referencias a las obras del dramaturgo noruego. Aquí una pistola, allí un utópico discurso-mitìn ante la masa enfurecida.
El texto de Cunillé es un demoledor texto sobre la cruel consciencia del absurdo, casi una traducción dramática del mito de Sísifo como lo plantea Albert Camus. Sobre este poso de ridículo existencialista, hay una capa de acerada crítica sobre las miserias del arte, las modas de la escena y el monstruo de la administración, muy al estilo germánico. Quizás más Dürrenmatt que Bernhard. Una atmósfera centroeuropea como rescatada de las crónicas teatrales del siglo XX que Arribas abraza con una puesta en escena que se adscribe a las maneras del Brecht más esencial, aunque el director traicione la pureza con juegos fregolianos -voluntariamente burdos- y un tono interpretativo próximo al guiñol.
Aunque para ser justos, convendría hablar de una doble dirección de actores que, como en el reciente El gos (otro texto de Cunillé dirigido por Arribas), se bifurca en dos maneras diferenciadas de construir y mostrar el personaje. Como en ese texto visto en La Gleva, también aquí hay un carácter que se encamina hacia la quietud y el estupor. Así, mientras Berta Giraut se convierte ante el público en un pentágono de personajes -sin esconder nunca el artificio del travestismo-, Antònia Jaume se adentra en la dimensión desconocida de una cordura evanescente. Un ser que se aleja hasta terminar convertido en una imagen estática y melancólica robada de un cuadro: el Pierrot de Watteau. Doble oportunidad para admirar dos grandes trabajos interpretativos absolutamente diferentes. Giraut absorbida por el transformismo, por la comedia de los acentos, exagerando la noción de la “actriz”, el “personaje”, la ficción de un ente creado por la autora, por el/la directora/a. Quizá por la locura. Una caricatura traviesa que desprecia lo sagrado, lo intocable. Jaume tirando a cada escena el lastre que la sujeta a la realidad y de todo aquello que sirve de diálogo áspero, en tono y forma, con los otros personajes. De nihilista teñida de rojo a su propio fantasma. Una actriz que logra que veamos -y la imagen es prestada- cómo se disuelve en la nada. Sin saber cómo, la coreografía bufonesca de la farsa de Giraut es reemplazada por la esencialidad del rostro de Font asomado al abismo. ¡Qué viaje!