Fa uns anys, un desconegut feia broma amb l'artista de circ i ballarí Alexander Vantournhout dient-li que tenia un coll tan llarg que potser caldria canviar-li el nom per ANECKXANDER, incorporant al seu nom el mot anglès neck (‘coll’).
Sobre aquesta anècdota aparentment superficial, s'ha construït un espectacle de circ coreografiat que ens parla del cos humà i de la manera com els altres el perceben. Perquè, conscient que per al públic que el veurà ell és una fisonomia, una forma, Alexander/ANECKXANDER mirarà d'escapar d’aquesta reducció simplista retorçant el seu cos fins assolir formes inversemblants i alienants. Ho farà completament despullat, duent només unes sabates de plataforma i uns guants de boxa.
Aquests complements potser tenen la missió d'ocultar a la vista els petits punys de l'artista i dissimular la seva curta alçada, però no fan sinó convertir-se en artificis que magnifiquen les febleses o defectes que el protagonista volia ocultar.
Els gestos i postures —que requereixen una tècnica extraordinària— dibuixen així l'autobiografia tràgica d'un cos absort en la seva pròpia fragilitat i en la seva solitud. I la repetició de la tragèdia obrirà un espai per a l'humor, complement perfecte per a un muntatge delicat i sensible, divertit i corprenedor que converteix en protagonista el cos humà i ens acosta a les formes més extremes i renovadores del circ contemporani.
Todo empezó cuando un desconocido le soltó al artista circense y bailarín belga Alexander Vantournhout: “Oye, tienes un cuello muy largo”, y de paso, bromista, le sugirió un apodo: Aneckxander, con el ‘neck’ (cuello en inglés) incrustado en su nombre. El aludido tomó nota y tras constatar ante el espejo la referida observación fisonómica decidió llevar al extremo y explorar esa y otras desproporciones de su cuerpo en un brutal espectáculo –”autobiografía trágica de un cuerpo”, lo define- que ha impactado en el Grec.
La tensión y la sorpresa se instalan al minuto en la platea cuando, tras desprenderse del traje bajo una tela a golpe de ilusionista, empieza a prolongar su cuello hasta el infinito y a retorcer sus miembros y torso en las formas más inverosímiles y extrañas. Con ‘Aneckxander’ entramos en terrenos desconocidos de la anatomía humana y en un juego de percepciones que deja claro que la cuestión no es el cuerpo sino cómo los demás lo perciben. Desnudo, sin más apoyo que la música intencionadamente reiterativa de un piano que él mismo interpreta y tres complementos, va desafiando a su cuerpo y a los espectadores, a los que escruta con su mirada, en un combate extenuante de golpetazos y contorsiones.
En el dibujo de su retrato pretende disimular otras dos desproporciones de su físico calzándose unas botas de plataforma para alargar sus piernas y unos guantes de boxeo, que además de ocultar sus puños pequeños, le sirven para proteger las muñecas y amortiguar el impacto en sus partes íntimas tras las terribles embestidas contra el suelo a las que castiga su cuerpo. El supuesto dolor traspasa la cuarta pared noqueando al perplejo personal, mientras el artista persevera una y otra vez en acrobacias frustradas, a la búsqueda obsesiva de una perfección inexistente.
Los guantes y esas botas enormes, que complican la ejecución de los movimientos, en contraste con el resto del físico desprotegido, magnifican la vulnerabilidad, la fragilidad de un hombre al que vemos replegar el estómago al límite o con la calva coloreada por el flujo sanguíneo después de alguna brusca acción cabeza abajo.
Asoman algunos retazos de humor que alivian la intensidad de la obra, en especial tras un angustiante efecto que provocó más de un grito en la sala y acabó en carcajada. Al final, el desafío cambió de bando. Tras los merecidísimos aplausos, la función continuaba hasta que el público quisiera. Algunos se resistían a abandonar la sala Pina Bausch del Mercat de les Flors, y ahí estaba Aneckxander, regalándoles bises, entre ellos una danza a lo derviche con la dificultad añadida de las botas. Al menos media hora más prolongó un espectáculo que ha dejado huella.