Quatre homes, dues dones i un nadó van d’excursió a un bosc. Són gent bonica, rica i creativa. Discussions cíniques i el perenne joc de l’amor i la distància marquen les converses. Aquesta vegada, els personatges han abandonat conscientment la ciutat, per veure què els depara una nit enmig de la natura.
Tot d’una, salta inadvertida una espurna, que desferma un incendi infernal. Tots fugen i es dispersen en totes direccions. Tot d’una, l’únic que compta és salvar la pròpia vida. L’experiència de por mortal, soledat i la pròpia vulnerabilitat davant la natura desfermada llança els supervivents a una vida quotidiana que no estan en condicions d’afrontar.
Animal negre tristesa és un text d’Anja Hilling. Un bonic, terrible i estrany artefacte tràgic que la Sala Beckett coprodueix conjuntament amb el Teatro Español.
Julio Manrique dirigeix aquesta obra que ens mostra un petit i privilegiat grup d’éssers humans que, amb la imprudència d’una colla de nens que juguen despreocupadament a l’ombra dels arbres, ignorant qualsevol perill, obren les portes de l’infern.
¿Por qué no ocupan más cajas blancas los escenarios? Como el Macbeth de Gosch, la Bernarda Alba de Bieito o 2666 de Rigola. Una superficie neta y aséptica para la transformación. Virtual como una pantalla, física como un lienzo. Ambas dimensiones confluyen en la escenografía cinemascópica creada por Alejandro Andújar para Animal Negre Tristesa de Anja Hilling. Espacio alterado por las proyecciones y la cámara de Francesc Isern y los paisajes lumínicos de Jaume Ventura. Luz de fuego y ceniza. Tabula rasa para las tres partes de una obra que viaja desde la comedia humana cínica al drama pasando por el puro horror. Una escritura dramática que milita en la anti-teatralidad, en la estricta narración. Sofisticado código de radio teatro. Entregado al detalle escabroso como una página de Stephen King, concreto como un artículo periodístico, frío como un listado comercial y preciocista como el naturalismo de Zola. Todo a la vez. La tragedia, un estúpido accidente. Y a pesar del desafecto emocional, la experiencia del espectador es intensa, inquietante, como mirar con fascinado terror la oreja abandonada de Blue Velvet.
Los personajes son frágiles, inestables en su dimensión teatral. Los intérpretes nunca se los pueden hacer del todo suyos. Sólo en pocos momentos capturan emocionalmente el yo. Son lo que Julio Manrique les concede: el director tiene la potestad de repartir los fragmentos del relato. Un elenco atomizado en sus burbujas narrativas, en sintonía con el individualismo frívolo de seis urbanitas conectados con displicencia que deciden pasar el día en un bosque en apariencia domesticado. Masa forestal seca que los engullirá en un pavor primitivo. Muerte, mutilación y supervivencia. Seres banales entre los que acaba por sobresalir el que mejor representa la miseria ética de una sociedad tan civilizada como refractaria a la empatía, incluso después de escapar del apocalipsis: el director de la agencia de modelos que interpreta con perfecta cobardía moral David Vert.
Una propuesta que mejora los montajes -tendentes a la ironía histriónica- que han ido surgiendo en Alemania desde su estreno en 2007. Manrique ha preferido jugar a favor, utilizando el factor estético para hacerse presente y filtrar el complejo desdén que Hilling siente por la gramática teatral. Una instalación artística que conecta también con la metáfora del texto. Quizá hay un velo de inseguridad al incorporar dos narradores puros, como si sintiera la necesidad descargar de pasajes descriptivos al núcleo martirizado de la obra. O cuando ofrece una salida a la necesidad de la emoción con el movimiento creado por Ferran Carvajal. Como si en el fondo sintiera cierta compasión por unas víctimas más escrutadas que vividas.