Sobre l'escenari, homes i dones corrents del públic que no han vist mai la funció, no saben ben bé què passarà i no tenen encara cap idea del text que els donaran i que hauran de memoritzar. Per què aquests versos en concret? Tingueu paciència i veieu com s'aprenen el text de memòria (by heart, en anglès), mentre Rodrigues explica històries que tenen a veure amb ell mateix, amb una àvia a punt de quedar-se cega, amb tot de llibres repartits per l'escenari i amb els molts personatges que els habiten. A cada parell de versos que els homes i dones s'aprenguin emergiran mil i una connexions extravagants. Què tindrà a veure Borís Pasternak (sí, l'autor del Doctor Jivago) amb un cuiner del nord de Portugal o amb un programa de televisió holandès? Totes les incògnites s'aniran resolent segons avanci l'espectacle, una creació que vol fer evident el valor essencial de les paraules, la importància de transmetre-les i les mil i una noves idees que us pot suggerir un mot. I és que no hi ha un lloc més segur per a un mot o un conjunt de mots i les idees que els acompanyen que la memòria. Ho explicava el teòric de la literatura George Steiner, però també ho sabia l'escriptor Ray Bradbury (i François Truffaut!). I si la memòria fos una arma de resistència? I si les deu persones que hi ha sobre l'escenari poguessin ser considerats com una mena de soldats?
Signa aquest muntatge deliciós l'actual director artístic del Teatro Nacional D. Maria II de Lisboa, un actor, dramaturg i director amb una activitat frenètica que ha treballat a Bèlgica, ha actuat per mig món i que, el 2003, va crear la companyia Mundo Perfeito juntament amb Magda Bizarro. Les col·laboracions artístiques i els processos col·lectius són a la base dels seus treballs, que darrerament l'han portat a analitzar fenòmens històrics partint de documents manipulats que al·ludeixen tant a l'esfera pública com a l'àmbit privat.
Hasta hace unos meses, cuando pensábamos en la figura del director de un teatro público, acudía a nuestra mente la imagen de un hombre blanco de cierta edad, vestido elegantemente y posando al lado del star system que siempre protagoniza sus montajes. Esta imagen tan frecuente se rompió parcialmente en Catalunya con el anuncio de Juan Carlos Martel como nuevo director del Teatre Lliure. De repente, repasamos los últimos montajes del director de la institución y no encontramos ninguna cara conocida entre los sintecho y las octogenarias que los protagonizan. Algo parecido es lo que hace Tiago Rodrigues, el director del Teatro Nacional D. Maria II de Lisboa. Una rápida búsqueda nos da detalles de uno de sus últimos montajes, Soplo, en el que pone en escena a una de los pocos apuntadores –esas personas que recordaban hace años el texto a los actores cuando se quedaban en blanco- que todavía quedan activos en Portugal. La memoria es un tema que le interesa. Y By heart, creado en 2012, lo demuestra.
En escena, Rodrigues es claro desde el primer momento: La obra no va a empezar hasta que diez espectadores decidan por su propio pie sentarse en las sillas que forman la única escenografía del espectáculo. Y tampoco va a acabar hasta que esas personas hayan aprendido un texto de memoria. Tenemos tiempo, en el programa ya nos indican que el espectáculo puede durar entre 90 y 120 minutos. Como atrezzo, dos cajas de frutas llenas de libros antiguos. Y nada más. Bueno, también hay botellas de agua para los que recitarán, aunque después de la obra deben devolverlas ya que se reutilizan para el resto de funciones. Cosas de la crisis. “Al menos ahora tenemos botellas. Con agua”, bromea Rodrigues. Y lo hace con un desparpajo con el que se gana al público desde el primer momento. Durante toda la función le vemos divertido, irónico, empático, dinámico… Y sobretodo mostrándose como un igual, como un hombre tan normal y cercano como cualquiera, que se dispone a contarnos su historia y la de su abuela Cândida.
La anciana fue una ávida lectora que, ante la amenaza de perder la vista por una enfermedad, le pidió a su nieto la difícil tarea de escoger un último libro para memorizar y recordar cuando la vista no le permita zambullirse en él. Bajo este pretexto, Rodrigues refiere y recita un conjunto de discursos, anécdotas históricas y textos que hablan del valor revolucionario de la memoria. Un viaje a través de autores como Ray Bradbury, George Steiner o Joseph Brodsky entre otros. Y sí, también entremezcla estos discursos con la misión de conseguir que los 10 valientes memoricen el soneto 30 de Shakespeare. Un acto de resistencia que, en teoría, no puede ser arrebatado.
Los fragmentos están hilados con suma fluidez y el director interactúa constantemente con los espectadores, a caballo entre la narración y la improvisación, haciendo que nos embobemos como niños ávidos de saber más. El uso de los libros con palabras escritas a mano en ellos sirve para identificar a los espectadores con los diferentes personajes. Da igual si no se parecen en nada: la mirada del director y la imaginación de cada cual hacen su magia mientras la mezcla de humor, poesía e improvisación nos mantiene constantemente con una sonrisa en los labios.
Sabemos desde el principio que la obra terminará con la recitación del poema. Pero lo que no esperamos es que Rodrigues lo integre en el final de una forma tan emotiva. La vida nos golpea recordándonos nuestra implacable debilidad. Y esa certeza, tan evidente y a la vez tan ignorada, se materializa ante nosotros sin que la hayamos visto venir. De repente, el final nos hace aguantar la respiración y une en la emoción a todas las almas de la sala. Terminamos la función con un sabor agridulce: Hemos recordado la grandeza y a la vez la insignificancia que compartimos como humanos.