Un repartiment exclusivament masculí per a una comèdia que és una invitació a la confusió i ambigüitat sexual. Tradició isabelina reinterpretada pel mestre Declan Donnellan (Cheek by Jowl) amb la seva companyia russa. La confusió de gèneres perfecta per a una obra que parla precisament de l’amor i la identitat, i de com la identitat es dissol en l’amor. Un mirall màgic que Shakespeare posa davant nostre per fer-nos pensar sobre què és real o què és només pura aparença. Donnellan no amaga la crueltat d’aquest joc d’enganys.
Finalista a espectacle internacional al Premi de la Crítica 2017
Las inauguraciones de Temporada Alta son masculinas. Ya la pasada edición el festival se abrió con In memoriam, la propuesta dirigida por Lluís Pasqual con todos los chicos de la Kompanyía Lliure. La misma tónica se ha seguido este año con el montaje del director inglés Declan Donnellan y la compañía rusa Cheek by Jowl. En esta versión de Nit de reis, 13 actores hombres interpretan todos los papeles, incluso los femeninos. Sin desmerecer el trabajo de los intérpretes, bien encontrado especialmente en los personajes de Maria – Ilia Ilin– y Olivia – Eugeny Samarin– , no puedo evitar poner en cuestión la necesidad de vetar del proyecto la interpretación femenina. Parece que las constantes reivindicaciones por una mayor representación de la mujer en el teatro no han llegado a Girona.
Si el festival se preocupa poco por la igualdad de género, sí le da más importancia a las apuestas internacionales. Y esto sí es de agradecer. Ver y escuchar un clásico de Shakespeare en ruso no es un entretenimiento que pueda realizarse todos los días. El montaje de Donnellan se caracteriza por dividir la comedia en dos partes. La primera mitad es muy estática, con un ritmo lento y monótono acusado por el idioma. En ella predomina el negro, el drama y la solemnidad en todos los personajes. Cada problema o enfado es vivido como una tragedia exagerada, llegando incluso a neutralizar el contraste con la figura de Malvolio, aguafiestas por definición. Ni siquiera la música, poco utilizada y con tonos de lamento típicamente rusos, dinamiza la pieza. Nada que ver con la fiesta con la que Pau Carrió impregnaba su versión de la obra este año, también con la Kompanyia Lliure.
Tanta negrura sirve para provocar mucho más contraste en la segunda parte, momento en el que la alegría y el blanco cogen las riendas de la función hasta el clímax final. Precisamente la última escena, convertida en una celebración clásica en la que no quedan tramas abiertas –las obras de Shakespeare están llenas de personajes secundarios que desaparecen de repente sin que nada más se diga de ellos- es la más bella. La iluminación y el baile grupal con un ritmo ahora sí animado y distendido crean una escena optimista y tierna salpicada de humor. Un precioso final para que nos vayamos, ahora sí, con un dulce sabor de boca.
En conclusión, lo que vemos en este montaje es una progresión de menor a mayor dinamismo, impregnada de una atmósfera rusa muy evidente en estilo, lenguaje y movimiento. Un choque cultural que marca toda la obra y dificulta la entrada en la misma, pese a que al final consiga emocionarnos.