L’anhel d’un paradís de seguretat i oportunitats per a tothom
Amb dramatúrgia i coreografia d’Akram Khan sobre una partitura de Vincenzo Lamagna que recrea la partitura original d’Adolphe Adam, aquesta relectura de Giselle és una mirada al costat fosc i sinistre de la història dels esperits de les donzelles mortes.
Aquesta revisió del ballet narratiu clàssic és vista des de l’òptica de la globalització i les desigualtats de riqueses, poder i feina. Durant mesos d’investigació i assaig, Khan i l’equip creatiu es van inspirar en la
Giselle de l’ENB en la versió icònica de Mary Skeaping, així com també en l’enorme repertori d’imatges i sons associats als processos industrials, la tradició de la dansa kathak, les cerimònies de la cort, els balls folklòrics, el moviment dels animals i la migració humana. A partir d’aquest material s’ha elaborat un vocabulari de moviment.
Aclamat i premiat com un dels millors espectacles coreogràfics europeus, el muntatge compta amb decorats i vestuari de Tim Yup, col·laborador del cineasta Ang Lee. El resultat: una obra de rituals i cicles impregnada de la memòria del gest i la violència de la desigualtat, així com de la resiliència, la capacitat i els desitjos del cos humà. L’anhel d’un paradís de seguretat i oportunitats per a tots els éssers humans.
Noche para el recuerdo en el Liceu con una maravillosa ‘Giselle’ ya convertida en pieza icónica de este siglo XXI, una propuesta tan rompedora como subyugante que sigue derribando muros. En el templo barcelonés recibió las merecidas ovaciones del público, pero en su estreno en el Teatro Real de Madrid (en 2019) fue acogida con abucheos, un ejemplo más de ese muro del conservadurismo tan difícil de demoler. La pieza, una obra maestra, ha supuesto la despedida de Tamara Rojo de los escenarios de España como bailarina y directora del English National Ballet (dirigirá el San Francisco Ballet) y su primer gran mérito fue confiar en Akram Khan para la revisión del clásico. El aclamado coreógrafo londinense ha llevado a ‘Giselle’ a su terreno: fusión de danzas –contemporánea, kathak (danza clásica de la India), folclor y clásica- y traslado del drama romántico a un contexto actual que evoca una fábrica, con pobres, ricos y un enorme muro que los separa.
El engranaje de todos los elementos es perfecto. Una envolvente e hipnótica atmósfera con sonoridades industriales y un monumental muro de acero transportan al espectador a un paisaje oscuro y fabril, como el del Chaplin de ‘Tiempos modernos’, con los bailarines simulando repetitivos trabajos. La partitura de gran dramatismo que firma Vincenzo Lamagna, partiendo del original de Adolphe Adam, mezcla música sinfónica –muy bien la Orquestra del Liceu bajo la batuta del invitado Gerry Cornelius-, electrónica, amplificaciones y efectos sonoros. A veces de una potencia sonora abrumadora, sirve de forma magistral a la narrativa, logrando atrapar y sumergir al público en ese mundo hostil, en la penumbra de la desigualdad. Pero la belleza de las sombras, de esa oscuridad a la que contribuye la tenebrosa iluminación de Mark Henderson, es innegable. Los personajes –trabajadores migrantes como lo eran los padres bengalís del propio Khan- están atrapados, aislados, e intentan en vano traspasar ese muro fronterizo que en determinados momentos se eleva para que asomen los privilegiados y poderosos –con deslumbrante vestuario de Tim Yip-. En este primer acto los números corales son potentísimos, como cuando la treintena de artistas cruza el escenario cual animales al galope. A un ritmo de gran intensidad, el excelente cuerpo del English National Ballet representa la colectividad con algunas danzas rituales, populares. Hay que destacar la interpretación de un soberbio Jeffrey Cirio (que incluye alguna pincelada de danza urbana) en el papel de Hilarion.
Es en el segundo acto, con la fallecida Giselle ya en el fantasmagórico inframundo de las Willis, donde aparecen las zapatillas de punta y los pasajes de ballet más exigentes. Son estas Willis mujeres de armas tomar. Tamara Rojo dibuja con sentido y sensibilidad una Giselle más empoderada y menos inocente que en el clásico. Derrocha expresividad y se luce aunando fuerza, delicadeza y sentimiento. Brilla poderosa en puntas sosteniendo una lanza de bambú en la boca y en el dúo con la reina de las Willis –estupenda Stina Quagebear-, representando dubitativa el perdón frente a la venganza. Quagebear está también espléndida, destacando en el precioso fragmento en el que, encaramada a las zapatillas, arrastra el cuerpo inerte de Giselle. Al final la emoción se desborda con el exquisito paso a dos de Tamara y un delicado Isaac Hernández como su amado Albrecht, que acaba solo mientras ella desaparece en la ultratumba junto a las Willis. Una función inolvidable.