Conte infantil per a alguns, profunda meditació sobre la vida i la mort per a uns altres, l'òpera de Mozart és una obra referencial, però també l’espai on el compositor va expressar les seves profundes creences espirituals. Així, en l’obra reuneix les principals preocupacions de la Il·lustració i del segle XVIII: educació, moral, religió, cultura, natura...
Si hi ha una producció que ha marcat una generació d’espectadors europeus, aquesta és sens dubte la del director David McVicar. Amb la seva espectacularitat ens transporta a un món fantàstic d’animals dansaires, màquines voladores i cels estrellats. Un escenari fascinant per acollir, amb comicitat i severitat, la fantàstica història de recerca del príncep Tamino i la seva estimada Pamina, amb dos poders antagònics en tensió: Sarastro (llum i veritat) i la Reina de la Nit (foscor i engany), i mostrar els enigmes d’una partitura que conté l’univers sencer.
Èxit instantani des de la seva estrena, en el centre d’aquest conte encisador hi ha un paradís profanat de saviesa, coneixement, constància d’uns valors universals i virtut que necessita ser reequilibrat.
La presència de Gustavo Dudamel, en l’esperat debut d’aquest títol, subratllarà una obra plena de binomis en contradicció: dia/nit, mascle/femella, racionalitat/superstició o emoció/lògica, i ens endinsarà en els detalls infinits d’aquesta colossal partitura calidoscòpica, transformant aquestes sessions en històriques. En aquesta ocasió, el gran solo final representa el triomf de la veritat sobre l’abús
El esperado doble debut en ‘La flauta mágica’ de dos de las figuras más relevantes del momento, el director Gustavo Dudamel y el tenor Javier Camarena, fue acogido entre grandes aplausos por un Liceu entregado a la estelar propuesta. El entusiasta director venezolano imprimió la frescura, la agilidad y el sentimiento requeridos por la partitura de Mozart, ensamblando con maestría todas las partes y modulando perfectamente el volumen del foso y de las voces. Un debut muy aplaudido para la ya icónica producción de la Royal Opera House, con magnífica puesta en escena de David McVicar, estrenada en el 2003 y que sigue cautivando pese al paso del tiempo con un atractivo lenguaje visual, lleno de claroscuros en consonancia con la narrativa. Frente a la pátina oscura del templo, combina elementos fantasiosos (animales-marionetas como una enorme serpiente danzante al estilo de los dragones de las festividades chinas, un artilugio volador, cielos estrellados…) y concluye con un radiante y espectacular círculo solar. Hay también algún toque a lo Tim Burton en la caracterización de personajes como la Reina de la Noche, que luce un espléndido vestuario. McVicar firma una cuidadísima producción que enmarca muy bien las alusiones a la masonería y sirve de forma óptima a la contraposición entre la oscuridad y la luz; la oscuridad y el engaño que representa la Reina de la Noche, frente a la luz y la verdad de Sarastro.
Superó Camarena el reto de cantar en alemán en una pieza que pensaba que no abordaría nunca. Y es que no precisa su Tamino de las exigencias vocales a las que está acostumbrado el tenor mexicano al tratarse de una ópera coral con pocos momentos para el lucimiento. Pero sonó la flauta de la mano de Dudamel y del Liceu y aceptó el desafío. Camarena se metió al público en el bolsillo con su atractiva voz, aunque se le vio poco suelto en la vertiente actoral.
Mucho más exigente en esta faceta es el simpático personaje de Papageno, donde reside la parte cómica de la obra y que afrontó con desparpajo y encanto el barítono holandés Thomas Oliemans. Con mayor dominio escénico que Camarena, la inglesa Lucy Crowe brilló con su expresiva, sensible y elegante interpretación de la vulnerable Pamina. También triunfó, llevándose las ovaciones del respetable, la norteamericana Kathryn Lewek, soprano de coloratura que abordó con gran arrojo y poderío su personaje de la Reina de la Noche y demostró su gran virtuosismo y agilidad vocal en la mítica aria ‘Der Hölle Rache’, con sus endemoniadas florituras puñal en mano.
Muy convincente fue el Sarastro del bajo Stephen Milling, imponente en voz y presencia, mientras que Mercedes Gancedo, en su breve papel de Papagena, irradió mucha frescura (lució minifalda, la única vestimenta moderna de la obra) . A destacar asimismo el excelente trabajo de las tres voces blancas (niñas) del Cor Infantil Amics de la Unió, que cruzaban el escenario sobre un artilugio volador, y el de las tres damas (Berna Perles, Gemma Coma-Alabert y Marta Infante). Y todo un lujo, aunque en el muy breve papel de orador, la presencia del barítono alemán Matthias Goerne, que se pudo disfrutar mucho más con su papel protagónico en la reciente y espléndida ‘Wozzeck’. Una ‘flauta mágica’ para recordar.