La gran farsa (Els jutges no porten botons vermells a la toga)

informació obra



Direcció:
Ramon Simó
Intèrprets:
Jordi Martínez, David Bagés, Santi Ricart, Xavier Ripoll
Autoria:
Santiago Fondevila
Sinopsi:

En una institució que caldrà descobrir d’un estat imaginari, ni molt a prop ni gaire lluny de les nostres terres, els forçats residents preparen com a activitat ocupacional una representació de teatre que, inevitablement, parlarà d’ells i del seu país: una monarquia més o menys corrupta, d’aparença liberal que, a més dels poders econòmics, militars i religiosos, com tota la vida, sabrà trobar en el poder judicial la darrera justificació de les seves decisions interessades i arbitràries. Amb aquesta farsa en tres actes, entre l’Ubu de Jarry, l’humor absurd de Ionesco, els germans Marx i Monty Python, es presenta com a autor dramàtic el periodísta i crític de teatre Santi Fondevila. Una opera prima amb un repartiment i una direcció de luxe.

Crítica: La gran farsa (Els jutges no porten botons vermells a la toga)

23/12/2022

Ubú juez

per Gabriel Sevilla

Pocos se han atrevido a hacer teatro sobre el procés, a escenificar aquel 1 de octubre de 2017 que llenó los colegios de Cataluña de votantes con esteladas, policías antidisturbios y unas misteriosas urnas grises que llegaron a hurtadillas desde China. Pero son aún menos los que han dramatizado el siguiente capítulo de esta tortuosa trama, la judialización del 1 de octubre, el proceso al procés que culminó en otoño de 2019 con penas de cárcel, multas e inhabilitaciones, y con una masiva protesta en las calles catalanas que fue de las marchas pacíficas a los contenedores quemados, reviviendo, dos años después, los días en que se votó peligrosamente. Por si faltaban giros de guion, a principios de 2020 llegó una pandemia mundial que arrasó con todos los temas de la actualidad política. Cualquier disputa prepandémica, de pronto, parecía exótica. Y por un momento olvidamos. Pero el virus fue aflojando, volvimos a los teatros y ha sido finalmente en 2022, cinco años después de la consulta independentista y tres después de su castigo judicial, en pleno anticlímax del post-procés, cuando un periodista teatral, Santi Fondevila, en un arrebato wildeano del crítico como artista, ha venido a recordarnos aquellos hechos tan cercanos y tan lejanos, empleando el teatro para el noble cometido de separar lo importante de lo urgente.

La gran farsa es un título que es una crítica y una autocrítica. Es la sentencia teatral de Fondevila sobre la sentencia judicial de Manuel Marchena: una pantomima, nos dicen los farsantes magistrados, la puesta en escena judicial de un veredicto escrito de antemano. Pero es también una confesión del texto sobre sí mismo, sobre su género y su genealogía, que va del Ubú rey de Alfred Jarry al Ubú President de Els Joglars, pasando por el Macbett o El rey se muere de Ionesco. Es eso lo que ha escrito Fondevila: una farsa sobre una farsa, la teatralización de un juicio que teatralizó la justicia. Y el argumento no puede ser más claro: en el año 2037, unos reos catalanes, que siguen cumpliendo su interminable condena, deciden escenificar su historia como pasatiempo penintenciario. Tras el doble muro de la metaficción, del teatro dentro del teatro, Fondevila hace la voladura controlada de su humor antisistema, satirizando a la derecha política y judicial española y sobre todo a la monarquía, riéndose de las presuntas correrías eróticas y mafiosas del rey emérito y del nacionalismo hiperventilado de un “Abascalus” o un “Aznarivus”. Y en contra de lo que pudiera parecer, entre los trazos gruesos de la caricatura surgen pinceladas finas. Hay espesor literario en la captatio benevolentiae versificada que encomienda a los presos a la Virgen de Montserrat. Hay escarceos en filosofía del derecho cuando se invoca a Agustín de Hipona para hablar de justicia. Y hay pericia jurídica en los irónicos latinismos dejados caer por los togados. El problema es que la historia que habría de hilarlo todo se pierde muy pronto en un bucle enjugazado, en retruécanos y calambures compulsivos que a veces dan en el blanco, arrancando la carcajada, y a veces hastían al espectador con su insoportable levedad. Es la gran virtud y el gran defecto de Fondevila: su ingenio. Una chispa que puede electrizar la función o incendiar su arco dramático, sumiendo al espectador en un pronunciado altibajo y descuidando, sorprendentemente, el meollo de la función, la gran farsa judicial del título, que se despacha a última hora en una rápida escena que sabe a poco.

Ramon Simó dirige este guiñol humano. Apenas un teatrillo con dos sábanas blancas en el centro de la Sala de dalt de la Sala Beckett, por donde asoman los cuatro intérpretes enfundados en el vestuario carnavalesco de Mariel Soria, que va de las togas (sin botones rojos) de los jueces al pelele de conejo playboy del rey emérito, pasando por la chilaba del espía árabe o la aureola de un Jesucristo escapado de Las Vegas. Y entrando y saliendo del retablo penitenciario, saltando de la escena a la platea, los cuatro actores levantan la función chiste a chiste, mueca a mueca: David Bagés travestido de reina Sofía, Jordi Martínez correteando como un desbocado Juan Carlos, Santi Ricart de cínico consejero áulico y Xavier Ripoll de superman mesetario. Los vicios y virtudes del guion, sus mejores y peores momentos no aguantarían igual sin el talento de estos cuatro clowns todoterreno. No se puede tener mejores cómplices para una ópera prima.

La gran farsa es quizá farsa en un involuntario sentido marxiano, como repetición paródica de una primigenia tragedia judicial. Fondevila ejerce un jocoso derecho al pataleo que no mira atrás con ira. Su risa floja devora su fuerza política. No hay frases incendiarias que se jueguen la censura o que puedan convocar banderas, de uno u otro signo, a las puertas del teatro. Y es verdad que los tiempos no acompañan. No sólo por el parón del covid-19, que ha enfriado los ánimos de la platea, sino por la burocratización del post-procés, con reformas legislativas y alivios penitenciarios que han parlamentarizado la vieja pasión callejera. A La gran farsa le pasará, quizá, como a las parábasis de Aristófanes, que en unos años exigirá notas al pie para poder ser entendida. Igual que sus predecesoras sobre el 1 de octubre: las piezas breves de En procés (2018) en el Lliure, el cameo antiindependentista de Albert Boadella en Looking for Europe (2019) de Bernard-Henri Lévy, el Señor Rusiñol (2019) de Els Joglars o Alguns dies d’ahir (2021) de Jordi Casanovas. La gran farsa, sin embargo, tiene un mérito por antonomasia, que es recuperar y reciclar la figura de Ubú para explicar lo que nos ha pasado. Y lleva razón Fondevila, con el periódico del día en la mano. Ubú puede ser rey. Ubú puede ser president. Y Ubú puede ser juez.