La palta és el nom xilè per a l’alvocat. Quan fa 2 anys Projecte Ingenu viatja a Santiago de Chile en un intercanvi artístic amb Teatro Puerto, es troba en plena “vaga de consum de palta”: els preus de l’alvocat havien assolit uns màxims històrics que el feien inassolible pels autòctons. L’especulació havia arribat al consum d’un aliment bàsic per als xilens, per culpa de l’exportació massiva del producte a Europa i Estats Units. Tot plegat mentre aquí es lloava sobre manera l’alvocat per les seves propietats nutricionals i se l’incloïa en totes les dietes vegetarianes, veganes i superhealthy. Es feia evident com la colonització no havia acabat tal i com expliquen els llibres d’història, senzillament ha canviat de forma.
La Ruta de la Palta és un viatge que va des d’un restaurant vegà ple de turistes a les Rambles de Barcelona, fins a indrets desertitzats per culpa del conreu extensiu de l’alvocat xilè… Des de la privatització de l’aigua per part de Pinotxet, fins als efectes del canvi climàtic al pantà de Ciurana; des de les cançons de Jara fins a les d’Ovidi, de Violetta Parra fins a Bonet, de Joan Brossa a Nicanor Parra… Des de l’assassinat d’Allende al de Puig Antich… Des d’Urquinaona a Plaza Italia… Des de preguntar-nos com de compartida és la nostra història…, fins a celebrar-ho.
El Projecte Ingenu sigue siendo, en el mejor sentido, ingenuo. No ha perdido su frescura de compañía joven, la capacidad de asombro ante el teatro y ante sí misma, y se ha atrevido con un proyecto de creación colectiva, lejos de los Shakespeare o Lorca de sus montajes anteriores. Porque en La ruta de la palta, los ingenuos hacen de sí mismos, documentan su viaje a Santiago de Chile para conocer a una compañía local de la que se han traído dos flamantes incorporaciones: Daniella Santibáñez y Cristián Chaparro. Y el resultado es muy distinto a cualquier cosa que hubieran hecho antes.
La ruta de la palta son dos obras en una. La primera parte es el viaje de la compañía a Chile y su contacto con la política local, de donde surge la idea que da título a la pieza. La palta (el europeo aguacate) es objeto de huelgas de consumo en su lugar de cultivo en protesta por sus precios altísimos, sangrantes en comparación con el coste irrisorio que el fruto tiene en Europa. Eso permite hablar del problema del agua en uno de los países más áridos del mundo, de las privatizaciones en tiempos de Pinochet, de los favores a los terratenientes autóctonos por parte de una dictadura que, siguiendo el programa liberal de los Chicago Boys de Milton Friedman, se entregó a las supuestas bondades de la iniciativa privada. Y ahora está pagando las consecuencias. Sin embargo, y pese a dar título a la obra, la palta, sus discordias locales y sus implicaciones geopolíticas apenas ocupan unas breves escenas, quizá las más jocosas de la función, en que literalmente se cantan las virtudes del oro verde en los menús del día de restaurantes de Barcelona y Santiago. La obra pasa entonces a su segunda mitad, a las raíces profundas del conflicto hortofrutícola, a la memoria del pinochetismo y el inevitable paralelismo con la España de Franco, a las torturas a los disidentes y las macabras desapariciones, a Víctor Jara como buque insignia de la resistencia ética y estética. Poco a poco, esta segunda mitad se va comiendo a la primera, hace olvidar el fruto que da título a la pieza, el neocolonialismo mercantil o la moda de los superalimentos, y nos devuelve al viejo y necesario, pero trillado tema de la memoria histórica, con ecos obvios del mejor documentalismo chileno, con Patricio Guzmán a la cabeza. Es una lástima, porque el conjunto se desdibuja, pierde su foco, abusa del discreto encanto de las anécdotas personales y del horror consabido de los regímenes autoritarios.
Sería injusto, sin embargo, dejar que la segunda mitad empañara la primera, el portentoso arranque del Projecte Ingenu hablando con inteligencia y humor de sí mismo, explicando la génesis del proyecto, desplegando su pericia tecnológica, sacándole todas las capas sonoras a los auriculares inalámbricos que comparten con el público, trabando una ingeniosa autoficción con el director de la compañía, Marc Chornet, multiplicado por tantos intérpretes como tiene la función, convertido en motor de un tercer relato, en recurso inesperado del mejor “teatro raro”, tal y como lo reivindican los ingenuos. Esta fórmula, que aúna nuevas tecnologías, mordiente político y ruptura de la cuarta pared, que recuerda a compañías como Agrupación Señor Serrano o El conde de Torrefiel, es el cambio de piel que mantiene viva la ingenuidad del Projecte Ingenu. No se han acomodado en las fórmulas que les han granjeado el éxito en el pasado. No han adaptado, por enésima vez, un clásico, aunque sea para ponerlo patas arriba. Se han puesto en escena a sí mismos, han explorado nuevos dispositivos escénicos y han parido una creación colectiva. Que nadie espere que La ruta de la palta hable mucho de la palta, porque no es el caso. Es más bien la ruta del Projecte Ingenu, que se ha vuelto más ancha, más diversa y muy digna de seguir.