Com encabir Joan Brossa en un despatx? Tres secretàries arriben al seu lloc de treball. Elles ens faran endinsar en les diferents classes socials, els privilegis, la jerarquia econòmica i de coneixements, la necessitat que tenim d’etiquetar i saber quin és el nostre lloc en cada moment. És un dilluns laborable i tot passarà durant aquest únic dia. Poesia, humor, crítica social i, per suposat, algun striptease en la nova adaptació d’Els Pirates Teatre a partir de diferents obres de Joan Brossa.
La relación de Els Pirates Teatre y Joan Brossa no es nueva. Como ellos mismos recuerdan, desde sus comienzos han ido tropezando con la obra y el universo del poeta y dramaturgo. ¿Qué hay de nuevo ahora en La setena porta? Además del debut como dramaturga de Laura Aubert, podría destacarse que se han alejado de la literalidad estética del cliché circense-cabaretero que aún se percibía hace tres años en Gran Fracaroli. Desfilan todos los números parateatrales obligados (fregolismo, striptease, clowns, music-hall, slapstick), pero bien insertados en una dramaturgia que flirtea con el grotesco centroeuropeo y respira Brossa también en los detalles, como la sutil presencia cromática republicana o el anticlericalismo. Aquí exaltado hasta el púrpura felliniano.
Una oficina de atmósfera retro setentera es el lugar. Imaginemos que es una editorial o la Hispano Olivetti de Javier Tomeo. Punto de encuentro y fricción de todos los estratos sociales: desde la brigada de mujeres de la limpieza, pasando por el bedel, el equipo de secretarias y los directores y directoras de departamento. En la cúspide, el invisible director general, parapetado tras una puerta codiciada por trabajadores e ilustres visitantes. Un lugar con el ajetreo de entradas y salidas del vodevil inquietante de los montajes de Peeping Tom o el estupor jovial de la mirada de Jacques Tatí en Playtime. Las piezas centrales del conflicto social son las tres secretarias y el bedel. Personajes que maduran ante el espectador hasta descubrir la conciencia y solidaridad de clase. La revolución -sin renunciar al juego amatorio tan inocente como el envoltorio de un caramelo- llega como un seísmo. Pasajero, sin daños mayores. Pero algo queda.
Más que la selección de textos (fragmentos de poemas y obras de teatro de Brossa) se impone la calidad narrativa de la acción y el desfile constante de caricaturas políticas propias de “L’Esquella de la Torratxa”. La palabra es una pieza más del juego, revelándose como inspiración de posibles herederos como Jordi Oriol y su teatro de malabares etimológicos. Una función de miradas cruzadas, mimo, tipos extravagantes, sueños secretos cantados -gran hallazgo “Paris, Paris, Paris”, la versión francesa del chotis de Agustín Lara- y sorpresas que el público monta como un mosaico -llevándose la última pieza a casa-, con la placentera sensación de asistir a un teatro diferente, con personalidad, alejado de modas. ¿Extraño? Sí, y por eso reivindicable y absolutamente disfrutable.