La última cinta de Krapp

informació obra



Direcció:
Jordi Coca
Dramatúrgia:
Jordi Coca
Autoria:
Samuel Beckett
Il·luminació:
Sílvia Valls
Intèrprets:
Francisco Ortega
So:
Paco Aguarod
Sinopsi:

Una persona es retroba amb el seu passat, es confronta amb el jove que va ser. És la porta d’entrada a la literatura dramàtica de Beckett per on discorre la feina del director Jordi Coca i l’actor Francisco Ortega (Yo estuve allí. Mi vida con George Harrison), que aborden un dels textos cabdals del Premi Nobel de Literatura de 1969.

Crítica: La última cinta de Krapp

11/10/2023

Un Krapp sin 'crap'

per Gabriel Sevilla

La última cinta de Krapp es uno de los grandes Becketts teatrales. También de los más difíciles. Un monodrama breve y oscuramente autobiográfico, con un probable alter ego del autor recordando un momento clave de su juventud. La noche, frente al cadáver de su madre, en que entendió (“Al fin, la revelación”) que su supervivencia literaria pasaba por empobrecer el lenguaje, en vez de amueblarlo lujosamente como su maestro James Joyce. Y por si matar al padre literario y ver morir a la madre biológica no bastara, el hombre de las cintas dice también “adiós al amor”. Un arrebato de soledad que lo lleva al cuchitril donde empieza la función, un cuartucho miserable en que Krapp, haciendo honor al jocoso doble sentido de su nombre, se revuelca en la inmundicia (crap) mientras dice aparentes estupideces (crap) sobre aquel tiempo pasado en que, bordeando los cuarenta (como Dante al bajar al Infierno), hacía grabaciones para recordarse a sí mismo que había podido ser feliz, que ya no podía serlo y que, en verdad, tampoco quería serlo. Todo eso predicando beckettianamente con el ejemplo, despojando su dicción, abreviando los parlamentos y alargando las acotaciones para decir menos con el recitado y más con el vestuario y la utilería, con el movimiento y los decorados, con la luz y el fuera de campo. Un Beckett cercano a los Actos sin palabras (I y II) y al Film con Buster Keaton, al mimodrama y al slapstick tragicómico, a una charlotada metafísica que viene del music hall y del cine mudo para desembocar en el existencialismo de posguerra nuclear.

Jordi Coca ha montado una Última cinta… originalísima en La Gleva. Algo en las antípodas del cochambroso clown beckettiano, aquí encarnado por un Francisco Ortega majestuosamente ataviado con bata de seda rubí, impecable camisa blanca, impolutos calzones blancos y zapatos acharolados del mismo color, a juego con su lacia cabellera canosa, como un dandi ante el magnetófono para su última cinta, mientras bebe de una elegante frasca un licor morado que sólo le faltaría servir, como James Bond, on the rocks. Este Krapp extrañamente atildado, más afable que patético, como un entrañable Oblómov provecto, no sólo exhibe una sorprendente pulcritud, sino que borra los rastros del crap que evocaba su nombre. Borra los obsesivos plátanos que devoraba el personaje como un primate, pese a su delicada condición intestinal, haciendo desaparecer su faceta animalizada. Y borra el clásico gag con la piel del fruto, que recordaba las fuentes populares del intelectualizado humor beckettiano, y que resonaba en otros grandes Becketts, en Vladimir sacando una zanahoria o un nabo del chaleco raído mientras esperaba a Godot, como quien saca un reloj con leontina, delatando al burgués devenido vagabundo, que restriega su pobre alimento contra su pobre abrigo. Por alguna razón, Coca prefiere presentarnos un Krapp sin crap, un personaje como un armiño, un Beckett extrañamente inmaculado.

La sorpresa de la noche, sin embargo, la da el espacio sonoro de Paco Aguarod. Lujoso como el vestuario, hace retumbar tres insólitas melodías en la memoria del protagonista. La primera es una balada del jazz clásico de preguerra, que tal vez coincida en el tiempo con la juventud de Krapp, o sea, de Beckett, por más que su elegante tristeza disuene con el sórdido minimalismo del guion. La segunda es un solo clásico-romántico de violín, concertante y desconcertante como banda sonora de este y, en verdad, de cualquier Beckett, que surge también como rayo en cielo sereno. Pero la campanada está en la tercera, cuando una estentórea Kiri Te Kanawa canta la infantil ‘Tres conejos’ del Liverpool Oratorio (1991) de Paul McCartney. Un número orquestal que evoca recuerdos escolares del ex beatle y cuya conexión con el arte povera de Krapp es francamente difícil de ver. Musicalmente, el protagonista de Beckett sólo aportaba unos versos de Now the Day Is Over, recordando a la anciana señorita McGlome, e interrumpiendo su torpe canturreo con una tos perruna. El monólogo de Krapp en La Gleva, sin embargo, culmina con el apoteósico chorro de voz de la soprano neozelandesa de origen irlandés. Y quizá esto último sea lo único que Beckett comparte con ella.

Los clásicos reviven, sin duda, con el riesgo y las relecturas. Y no se trata de encerrar en una vitrina las palabras del autor, ni de volver intangibles los montajes que hicieron época. De La última cinta…, antes que ninguno, el de Patrick Magee en la BBC en 1972, para quien Beckett compuso expresamente el monólogo, fascinado por las asperezas de su acento norirlandés, y que cumplía a rajatabla con sus exigencias autoriales. Luego vinieron otros no menos brillantes, como los de John Hurt, Harold Pinter o Robert Wilson, más o menos libres o fieles al Ur-Krapp. Pero la versión de Coca vuela más lejos que todos ellos, produciendo la incómoda sensación de bifurcar la letra y el espíritu del libreto, las palabras y las cosas, los parlamentos y las acotaciones, el hombre y su nombre. Y es paradójico que el Beckett más personal, el que confesaba la epifanía que lo llevó a depauperar su arte, se vea enriquecido por unos culturalismos musicales y sartoriales casi joyceanos. Por supuesto, lo que sea o deba ser Krapp no es patrimonio, a estas alturas, ni de su difunto autor. Afortunadamente. Y lo paradójico o lo sorprendente suele estar en los ojos de quien se extraña o se sorprende. Así que, con una mínima certeza, lo máximo que uno puede afirmar es que el Krapp de Coca es el Krapp con menos crap que uno haya visto.