Manes és l’últim espectacle de La Fura que s’ha concebut íntegrament sense referents externs al grup. Es va partir del concepte de diversitat cultural per elaborar les diferents parts de l’espectacle, que volien transmetre els nexes comuns a tota la humanitat, entre ells els conceptes de naixement, mort, sexe i menjar. La dramatúrgia de Manes es basa en una gramàtica de la simultaneïtat i no de la continuïtat. Zàping d’emocions i sensacions. Dramatúrgia ahistòrica, en la qual l’argument és l’aquí i l’ara. Conjunt d’escenes contraposades en les quals diferents mons comparteixen espai i temps. Conte gòtic que assisteix impassible al xoc entre diferents intimitats, sorpreses sempre per una llum indiscreta. Manes és un espectacle públic de fets privats. Mostra les actituds humanes que habitualment, per obra i gràcia de la cultura, romanen ocultes darrere el teló de la casa, la família, el grup… Manes no articula una línia argumental habitual i, per tant, no és possible descriure una peripècia. Ens conformarem a apuntar que aquest espectacle va portar a l’extrem la rítmica, el treball físic i la referència al mite i al ritu.
Entramos en muchedumbre a una sala en penumbra. Sobre una estructura de madera, dos personajes con expresión inquietante comen carne cruda con deleite. Pronto más seres primitivos y espeluznantes encontraran la manera de hacerse su hueco entre el público. En la cabeza, resuena aquella frase típica de los pasajes del terror: “No toquen nada y nada les tocará”. Bueno, en esta ocasión puede que sí que nos toquen. La Fura dels Baus no se anda con chiquitas.
La mítica compañía recupera uno de sus espectáculos de los 90 con su esencia más primitiva. Un ritual, una experiencia colectiva centrada en la sensorialidad. Se trata de un conjunto de escenas sin argumento, tan solo una sucesión de momentos con personajes indefinidos y semidesnudos que se mezclan entre la gente con gritos guturales, carne cruda y todo tipo de viscosidades. Un regreso a lo más primitivo del hombre: Nacer, comer, follar y morir, no necesariamente en ese orden. Entre comida y música a todo volumen, un público perdido y vulnerable entra en el juego de dejarse llevar por la incertidumbre y la tensión. Los personajes aparecen de cualquier lugar y no dudan en manchar, gritar o empujar al ya no tan respetable.
Asistiendo a Manes, estamos siendo participes dela recuperación de un montaje histórico. Pero las artes escénicas no son piezas de museo estáticas. Recuperar un espectáculo es un experimento tan interesante como riesgoso. Por un lado, nos permite observar cómo han cambiado los espectadores, hijos de una sociedad en constante evolución. Por el otro, nos desentraña qué es lo que hace que un montaje sea capaz de resistir al paso del tiempo. En este caso, la recreación consigue conectar con los espectadores del siglo XXI, aunque quizás de manera diferente a como lo hacía en el pasado.
Ciertamente, la maquinaria les ha quedado un poco anticuada. Habituados como estamos al realismo de los efectos especiales, puede que los muñecos en forma de feto deforme no consigan el impacto que deberían. Tampoco ver a alguien desnudo escandaliza como antes, ni mucho menos las referencias visuales a la crucifixión o el carácter orgiástico de la velada. Aceptémoslo: Los morreos y las presuntas felaciones ya no nos impresionan. Así pues, ¿qué es lo que sigue conectando con el público de hoy? Lo verdadero. Lo epidérmico. El pringue. El sonido de los cientos de pies del público pisando los trozos de verduras crudas que han inundado el suelo después de que los actores los hayan escupido. La mezcla de sudor, harina, y comida que chorrea por ellos. La aparición inesperada de una mano que te toca el hombro. La sensación de caos y alerta constante. Y sobretodo la energía, el éxtasis, el tránsito hipnótico por el que pasan los personajes. En definitiva, lo que nos sigue llegando es en realidad la esencia de las artes escénicas: Que están vivas. Entre el escape room y el pasaje del terror, el teatro de experiencia interactiva e inmersiva no es tan novedoso como parece.