Tras el éxito de ‘Ramon’, la dramaturga y directora Mar Monegal vuelve a demostrar su buena mano para llevar al terreno de la comedia el naufragio de una generación, la suya, entre la de los ‘boomers’, felizmente propietarios, y la de los ‘millennials’, felizmente subidos a una nube. De forma muy eficaz, se sirve esta vez del juego del Monopoli como metáfora de cómo funciona el despiadado sistema inmobiliario, ese salvaje capitalismo apuntalado por la codicia que les obliga a ir de alquiler en alquiler sin opción de comprar un piso, como sí logró la generación de sus padres. Siguiendo las reglas de ese juego que ha enseñado a millones de niños a acumular propiedades y edificar hoteles en las mejores calles para ganar al rival, Monegal arma una comedia muy fresca y crítica sobre una pareja, Montse y Pol, a quienes se les notifica inesperadamente que no les renuevan el contrato de alquiler. Por enésima vez deben cargar con los bártulos y buscar un nuevo nido. Pero ¿qué bártulos? Ella se empeña en que de allá salgan solo con una maleta; él no se quiere desprender ni de la batería, ni de la colección de DVD ni tampoco del Monopoly al que le enseñó a jugar su abuelo. Una partida lo decidirá; quien gane manda.
La ocurrente escenificación de una partida del juego de mesa más conocido del mundo brinda un gran dinamismo a la función. Lo inventó con buenas intenciones en 1903 una tal Elizabeth Magie, férrea opositora del capitalismo, pero cambiaron las reglas en sus posteriores versiones para convertirlo en la Biblia del monopolio urbanístico. Bajo la muy ágil dirección que firman Monegal y Josep Galindo -el ritmo nunca decae-, Sara Espígul y Eduard Buch dibujan unos personajes muy creíbles y empáticos, con los que muchos se pueden identificar y que aportan mucha frescura a la pieza. Hablan de la incapacidad de desprenderse de objetos del pasado o de la adicción a las compras ‘on line’, y paralelamente a la crítica al sistema –también al sanitario- empiezan a lanzarse sobre el tablero reproches y frustraciones. Los desajustes de pareja, a cuenta del ausente capital, van cobrando protagonismo. Él estudió arquitectura pero se dedica a pasear perros y diseñar sillas que no vende. Ella, bióloga, al menos se defiende como higienista dental, que siempre se necesitan, y está emperrada en un piso de la calle Princesa que él ve inaccesible.
Las proyecciones de unos periquitos enjaulados y de colmenas de edificios enmarcan la situación de la pareja, y la desgarradora ‘Ain’t got no I got life’ de Nina Simone, que en el fondo es un canto a la vida y a la esperanza, encaja resumiendo las intenciones de la autora. El texto, ganador del Torneig de Dramatúrgia de Temporada Alta 2020, va regalando sorpresas y giros al espectador. Monegal acaba la partida llevando a buen puerto sus palabras: “No somos una generación perdida sino libre”. No están ligados a las hipotecas y pueden volar
