Nada es imposible

informació obra



Autoria:
Antonio Díaz
Sinopsi:

"NADA ES IMPOSIBLE", l'espectacle de l'Antonio Díaz - EL MAGO POP, que està triomfant des de la seva estrena el Setembre de 2017 al Teatro Rialto de Madrid, arriba al Teatre Victòria de Barcelona, oferint un viatge a través de l’extraordinari, ple de sorpreses, diversió, sensibilitat, ritme i emoció, en una aventura plena d'il·lusions que confirma que, quan EL MAGO POP surt a escena, res és impossible!

Després de portar la seva màgia a més de 150 països amb els seus programes a DMAX - on va tenir l'honor de poder sorprendre al mateix Stephen Hawking amb un dels seus jocs - i convertir-se en l'il·lusionista més taquiller d'Europa amb el seu anterior espectacle, "LA GRAN ILUSIÓN"Antonio Díaz torna a demostrar la seva inesgotable capacitat per a sorprendre des del primer minut, en aquesta ocasió amb "NADA ES IMPOSIBLE".

Si encara no l'has vist en directe, prepara't per a veure coses increïbles, que et captivaran i t'emocionaran!!

Crítica: Nada es imposible

11/03/2024

Los cuatro trucos de Antonio Díaz

per Gabriel Sevilla

Decía Peter Brook que hay un teatro que hace visible lo invisible. Un teatro que nos devuelve al asombro de la niñez, a la magia y el ritual, a los misterios paganos que no representaban nada, sino que se celebraban a sí mismos. Aquellos ritos, sin embargo, se perdieron con los siglos. Y aprendimos, según Brook, a desconfiar de la fantasía y a preferir el áspero sentido común de las representaciones más o menos realistas. Hoy, para recuperar la magia escénica, tendríamos que inventar nuevas formas. Y lo más cerca que hemos estado, según el director inglés, son los conciertos de música pop, que nos hacen sentir los decibelios en el pecho, el entusiasmo del directo, la comunión con desconocidos, algo más antiguo y más intenso que nuestro día a día y que esas pantallas planas donde nos quemamos las retinas.

Uno pensaría que Antonio Díaz, el Mago Pop, ha leído El espacio vacío de Brook, porque lo ha tomado todo del pop: el formato concierto, la banda sonora de su último espectáculo y hasta su nombre artístico. Y porque, aclamado como un ídolo, sale a escena para hacernos ver lo que pensábamos que no se podía ver. Un ritual que llena 1.200 butacas cada noche en el Teatre Victòria y que nos devuelve a la infancia durante una hora. Una magia que, por supuesto, tiene sus trucos. La tierna historia de superación mezclada con referencias al cine, la música y el cómic, la promoción obsesiva de una marca personal y un repertorio de trucos propios y ajenos. Storytelling, brand building, pop y creative commons. Magia narrativa, mercadotecnia, cultura popular y alguna polémica.


Magia narrativa

El espectáculo no empieza con magia, sino con cine. El dibujo animado de un abejorro vuela hasta una casa de Badia del Vallès, en Barcelona. Según la NASA, el insecto no debería poder volar. Sus alas son demasiado cortas y su cuerpo demasiado grueso. Pero vuela. Con esta sencilla fábula empieza Nada es imposible, la historia de un niño obsesionado con el ilusionismo para desesperación de su madre, encarnada en la pantalla por una almodovariana Carmen Maura. La moda del storytelling, como decía Christian Salmon, ha impregnado nuestras vidas. Y ahora también la magia. Una magia narrativa que el Mago Pop ya empleó en La Gran Ilusión o en La asombrosa historia de Mr. Snow, a la manera de Derek DelGaudio o Helder Guimarães, como recordaba el New York Times. La gracia del abejorro, sea como sea, es que decepciona tanto a la NASA como entusiasma a Broadway.

Hechas las presentaciones, empieza el espectáculo. Entre llamaradas, aplausos y una megafonía de Super Bowl, sale Antonio Díaz. El gesto campechano, la figura enjuta, algún chascarrillo de complicidad y el primer número para contarnos la segunda historia. Ahora la del adulto encerrado, como todos, durante la pandemia, sin trucos de Houdini que valgan para burlar el confinamiento. Su entrenamiento obsesivo con la baraja durante el COVID-19 para deslumbrarnos con un relato pandémico a golpe de naipe. Una virtuosa magia de cerca para quien haya pagado 80€ de platea. Para el resto, magia de lejos, pantalla mediante. Díaz es muy consciente de esto y no para de insistir en que su truco es teatral, no fílmico. Su prestidigitación viene de Richard Cardini y David Copperfield, no de Georges Méliès o Segundo de Chomón. No hay novedosos After FX, sino el viejo trompe l’œil. Lo reivindica de principio a fin: la magia es un arte escénica y él es un hombre de teatro.


Trucos propios y ajenos

Sería imposible enumerar todos los imposibles que hace el Mago Pop en su frenética hora de función. A la cartomagia se suman los juegos de mentalismo con espectadores al azar, una inquietante intervención en nuestra tecnología de bolsillo, números de levitación y, por supuesto, la obsesión infantil que le abrió las puertas de todos los teatros y las bocas de todos los espectadores: el teletransporte. Aparecen y desaparecen monedas, personas y hasta un helicóptero. Hay quien dice, maliciosamente, que el Mago Pop también ha hecho desaparecer los trucos de otros magos. Su admirado Copperfield, sin ir más lejos, se quejaba hace unos años de un mago español que, presuntamente, había copiado sus trucos. El problema es que los ilusionistas, como los espías y los confesores, basan su oficio en el secreto. Y es difícil que los derechos de autor regulen un arte que reina en la opacidad.


Una obsesiva marca personal

La función, por lo demás, sólo flojea en dos puntos. El primero es menor: las transiciones entre algunos números, desdibujadas por esa impostada pose de perfil para un imaginario photocall que a menudo entra a destiempo, cuando el truco ya ha acabado, mareando a un público que no siempre sabe cuándo aplaudir. Y esto ocurre hasta en la apoteosis final. No es que uno espere el fino hilado del mejor teatro de texto. Pero se sienten pequeños desgarros en las costuras de la dramaturgia.

La otra debilidad, sin embargo, es mayor: las abusivas pausas publicitarias en pleno espectáculo, con la pantalla del foro recitando las plusmarcas de Antonio Díaz y exhibiendo sus fotos con famosos, de Stephen Hawking a Shakira pasando por Leo Messi o Arnold Schwarzenegger. Algo que ya hemos visto y oído hasta la saciedad, así en los medios como en las redes, pero también al entrar en un teatro forrado hasta el techo de imágenes y elogios del mago, en una tienda con su merchandising, en un tráiler prefunción tan machacón como su base de música electrónica. Un exceso de brand building que ya le reprochó la crítica en Broadway, nada sospechosa de alergias mercadotécnicas. El ‘I, Me, Mine’ de alguien que ya nos tenía a sus pies, que ya nos había vendido la entrada, pero que interrumpe su propio espectáculo para vendérnosla otra vez.


Pop

Mientras todo esto sucede, entre autobombo y autobiografía, suena el pop de David Bowie (Life on Mars?) y de Coldplay (Viva la vida, Fix You) o la irónica chanson française de Jacques Brel (Vesoul). Antonio Díaz enhebra su magia con el cine que lo fascinó en su infancia, como La guerra de las galaxias, Regreso al futuro o Jurassic Park. Y aprovecha uno de esos títulos, El protegido, para enlazar con su siguiente historia: la representación de sí mismo como superhéroe de la vida real, una suerte de Batman de viñeta que envuelve sus números de levitación. Más allá del enésimo storytelling, lo interesante de estos aderezos es que revelan a un mago empeñado en ser ‘pop’ en todos los sentidos, a un millennial mayor que nos dice, con la música, el cómic y el cine de su niñez, que no era un niño tan diferente a los demás niños. Sólo sorprende, en ese viaje sentimental a la cultura popular de los 1980 a 2000, que no oigamos una sola vez a Freddie Mercury cantando A Kind of Magic, ni haya una sola alusión a Harry Potter.


Un ritual del siglo XXI

La historia de Antonio Díaz, de Badia del Vallès a Broadway pasando por el Paralelo, es una historia de éxito. Son años arrastrando al gran público al teatro, al rito del vivo y en directo. Años en que el prestidigitador catalán ha hecho tele con Netflix y Discovery Channel, ha comprado un teatro en Missouri, ha recalado en Nueva York y ha vuelto al Paralelo para colaborar con el star-system local, de Emma Vilarasau y Josep Maria Pou en La Gran Ilusión al Mag Lari en Nada es imposible. Sus palabras de cierre en este último espectáculo son una auténtica declaración de amor a la profesión. El antiguo alumno del Institut del Teatre de Barcelona reivindica la magia como arte escénica y las artes escénicas como mejor forma de magia. Dada la tentación omnipresente de las pantallas, los teatreros empedernidos le estamos agradecidos.

Echando la vista atrás, es verdad que no sabemos cómo eran los ritos mágicos antes de nuestros teatros de embocadura, telón, peine y foro. Pero Antonio Díaz ha creado un ritual de masas en Barcelona (y muy pronto en Madrid) que mete a más de mil personas en el Teatre Victòria ocho veces por semana, como la canción de los Beatles. Algo que nos devuelve fugazmente a la infancia, que suspende nuestra incredulidad a la enésima potencia, y que nos hace comulgar con esa parte del vecindario que rara vez veíamos en una platea. No sabemos si el Mago Pop ha leído las teorías de Brook sobre lo visible y lo invisible. Pero se ha sacado de la chistera un rito popular del siglo XXI.