L’onada social avança, implacable, cap a la realitat virtual. La tecnologia ha entrenat els nostres ulls per mirar sense veure-hi. Som a la darrera cruïlla. Espècie o individus?
Diuen que la webcam és la nova àgora però, mentrestant, les places s’omplen de terrasses i de pàrquings. Són les contradiccions del nostre temps. És la dictadura del Facebook, la dictadura del Tinder; la barra lliure dels mercats i dels oligopolis. Sense inconvenients, sense pèrdues o remordiments. Un món que agafa una força i una velocitat esfereïdores, sobre-humana i vertiginosa; capaç de prometre’ns, fins i tot, l’amortalitat. Per sort, estem envoltats d’ones: el so, la llum, el magnetisme… I l’amor… És la meravella de la física.
El foc, abans que nosaltres el descobríssim, si cremava, era per amor. I si escalfava… també era per amor.
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Ones es un espectáculo con un objetivo claro, atraer a ese público joven que pasa sus horas muertas delante de la pantalla, pero intentando hacerle pensar en algo más, que detrás de cada nick de las una y mil aplicaciones que manejamos cada día: Facebook, Whatsapp, Tinder, Instagram… hay una persona, un ser humano que piensa, actúa, que tiene sentimientos y miedos.
En este monólogo, la propia Ona se va preguntando si la tecnología lo ha invadido todo para siempre, si el ser humano ha dejado de mirarse a la cara, a hablarse, a compartir ratos juntos sin estar conectados mediante una pantalla de móvil. En definitiva si el ser humano está destinado a desaparecer. Al mismo tiempo se nos enseña la impaciencia en la que vivimos y lo que estas aplicaciones han conseguido, no sólo que estemos pendientes constantemente del aparato, sino que sólo nos interesa lo más inmediato y no vamos más allá.
El discurso que se desprende del montaje es de sobras conocido, lo hemos sentido antes. Con todo y eso, Ona intenta rellenarlo con anécdotas propias, su miedo a morir y su deseo de convertirse en ‘amortal’, una persona que sólo pueda morir por accidente y no por enfermedad. Un toque científico fuera de lasOnes, o una conexión más profunda de la que una aplicación nos puede ofrecer.
Al hablarnos de un tema tan conocido, a Ones le falta ritmo. A pesar de que su duración es menos de una hora, el montaje cae en la repetición y el ritmo se vuelve lento y no acaba de conectar con un público que ya ha superado la adolescencia. Eso sí, cabe destacar la facilidad expresiva Ona Beneït que le da al monólogo un tono de naturalidad desde el principio. Quizás, simplemente habiendo pulido un poco el ritmo dramatúrgico, el público no caería en un dejà vu, de esto ya me suena.