Tinker, fals doctor que reprimeix totes les seves emocions i desitjos per tal de no mostrar- se vulnerable (humà), regenta una institució on castiga cruelment tot els actes d’amor i on converteix aquells que expressen allò que senten en pacients (malalts), deshumanitzant- los i sempre en pro del Sistema, la normativitat i el poder com a mecanismes per al bon funcionament social. Amb tota aquesta repressió, en moments de debilitat va creant un objecte d’amor que acaba tornant-se un subjecte amb identitat pròpia. Finalment, Tinker és l’únic que perfecciona l’enamoram.
PURIFICATS de Sarah Kane reivindica l’Amor i empra la violència com a metàfora per tal que aquest Amor sigui nuclear. S’erigeix com una proposta especialment contemporània: perquè desafia els totalitarismes i la violència sistemàtica d’aquesta nostra societat neoliberal i perquè reivindica la identitat i l’amor des d’una perspectiva de gènere i LGTBI molt radicals. En un moment on sembla que revisqui una moral perillosament reaccionària, la proposta de La Cremosa reivindica l’amor, els cossos i l’estimar-se per preguntar-nos com pot ser que ens estranyi més aquest amor que no pas la violència.
Purificados (Cleansed) es, sin duda alguna, la obra más violenta, sexualmente explícita y escénicamente inviable de Sarah Kane, por no decir del repertorio teatral contemporáneo. Sus amputaciones, penetraciones, palizas y ahorcamientos surgieron, sin embargo, de algo tan aséptico como un ensayo de semiótica, los Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes, donde el ensayista francés comparaba estar enamorado con estar en un campo de concentración. El símil, que roza la banalización del nazismo, nos recuerda, sin embargo, que ‘holocausto’ puede significar tanto el exterminio de un grupo como el sacrificio por amor. Y sobre esa inquietante ambivalencia levanta Kane la carpintería dramática de Purificados, que puso patas arriba la escena inglesa a finales de los noventa, como unos años antes su ópera prima, Reventados.
En Purificados, los internos de una siniestra institución, a caballo entre el manicomio y el campus universitario, sobreviven a sí mismos y a la brutalidad ajena por la pura fuerza de su amor. Un romanticismo nada melifluo, si uno piensa en la pasión incestuosa de Grace por su hermano muerto, Graham, o en la traición cobarde de Carl a su queridísimo Rod, o en la homofobia de Tinker, que regenta la casa de los horrores con mano de hierro. La ‘purificación’ de Purificados es, en verdad, una catarsis monumental, un derroche de horror y piedad que lo redime trágicamente todo, pero mostrándonos el detalle escabroso que los civilizados griegos dejaban fuera de campo: pies y manos cortados, lenguas cercenadas, genitales trasplantados, violaciones, degollamientos… La tradición isabelina de la revenge tragedy volviendo por sus fueros con el teatro in-yer-face. Y una pizca de expresionismo alemán. No en vano, Purificados inspira su forma en la suite sangrienta del Woyzeck de Georg Büchner, la estética del grito avant la lettre, según la propia autora.
A todo eso se añaden, por si faltaba algo, los ecos setenteros del Michel Foucault de Vigilar y castigar, la represión de la biopolítica, la psiquiatría del electroshock y la patologización de homosexuales, bisexuales, intersexuales y transexuales, del “arreglar” (tinker) los cuerpos, que Kane conoció de primera mano, al ser ella misma paciente de una institución a cuyos internos y personal dedicó Purificados. Por obvio que sea recordarlo, la Asociación Americana de Psiquiatría consideró la homosexualidad un trastorno mental hasta los 1970. Y la Organización Mundial de la Salud hasta los 1990. Son los años en que creció, escribió, se internó y se colgó Kane, en un psiquiátrico, con los cordones de sus zapatos.
Una partitura cinéfila, pulp y desigual
La compañía La Cremosa ha debutado con Purificats en la magnífica traducción catalana de Jordi Prat i Coll (Arola). Una función esforzada, en todos los sentidos, que desconcierta por su ciclotímica partitura de tempos y tonos. Un extraño viaje del histrionismo a la atonía. Y una dicción más caótica aún, si cabe, de lo reclamado por la propia autora. Sorprenden, desde la primera escena, los diálogos vociferados y sincopados del traficante Tinker con el drogadicto Graham, personajes dignos de un flemático Montaplatos pinteriano, que empiezan subidísimos, casi en clímax, esprintando nada más arrancar la maratón. Y de ahí a las antípodas: una conversación deliberadamente maquinal entre Rod y Carl, como si pasaran texto. O las confidencias a voz en cuello entre Tinker y la streaper, que aniquilan toda intimidad en la cabina de peep show. Es indudable que habrá sus buenas razones para esta intencionada dirección de actores. Pero a un servidor se le escapan. Y cuesta entrar en la función, no por las explosiones de violencia, sino por el carrusel de agógicas y dinámicas.
Los siete de La Cremosa cumplen con creces las exigencias del diabólico guion. Corren, se abrazan, golpean y son golpeados, se visten y se desvisten en segundos, hablan al unísono o gesticulan en espejo. Hay una perfecta sincronía entre la Grace de Júlia Genís y el Graham de Pau Olivé, que se emulan hasta confundirse en una hermosa metáfora transgénero. O entre el Carl de Martí Aparici y el Rod de Mia Parcerisa, que bracean hasta borrar, no por nada, la frontera entre sexo y forcejeo. Inquieta el Tinker de Guillem Font, que tiene literalmente en su mano el gore de la función, resuelto con la grandilocuencia de un anime o una parodia de slasher. Y todo eso en la minúscula escena del Tantarantana, que requiere un movimiento milimetrado, digno del Quad de Samuel Beckett.
Las famosas acotaciones imposibles de Kane están muy bien resueltas por la iluminación del propio Font, por el vestuario de Alba Paituví y por el ingenio escenográfico de La Cremosa, que hace virtud de la necesidad. Brillan los foleys y efectos vocales en directo de Zúbel Arana. Y quizá la clave de toda la función está ahí, en el espacio sonoro y, sobre todo, en la música, que va más allá del country de You Are My Sunshine y del Things We Said Today de los Beatles acotados por Kane, y riega los diálogos con una variadísima banda sonora donde acaba aflorando un mínimo denominador común: el contraste irónico y escalofriante de la imagen sangrienta con la refinada música clásica europea o con la alegría del pop-rock americano. Perversiones sonoras que recuerdan al Stanley Kubrick de La naranja mecánica o al Quentin Tarantino de Reservoir Dogs. El kitsch televisivo que inicia la función, sin embargo, inclina la balanza a favor del segundo. Y revela una Kane más cinéfila y pulp de lo que habíamos visto nunca. Irónicamente, porque la autora se propuso escribir, con Purificados, una obra que pudiera hacerse sólo en teatro, no en cine o televisión.
Feliz no aniversario, Sarah Kane
La Cremosa tiene la exclusiva de haber estrenado la primera versión profesional de Purificats en catalán en Barcelona. Hasta ahora, sólo se conocía el montaje lituano de Oskaras Korsunovas en el Festival Temporada Alta en 2016. El estreno absoluto de La Cremosa, en el Teatre Comarcal de Solsona en 2022, con producción de Teorema, parece llegar a la capital justo a tiempo de conmemorar el veinticinco aniversario del suicidio de la autora. Una aportación más propia de un gran teatro público que de una pequeña sala privada, dada la dificultad extrema del texto de Kane y la importancia de la efeméride. Sólo por eso, la función de La Cremosa es una pequeña hazaña de referencia obligada para cualquiera que se interese, no sólo por el teatro de Kane o por la estética in-yer-face, sino por la dramaturgia contemporánea a secas. El aniversario kaneano, oficialmente no celebrado en Barcelona, tendrá su siguiente parada oficiosa en La psicosi de les 4.48 de Albert Mestres en el Dau al Sec a finales de abril. Una vez más, es el pequeño circuito alternativo el que programa, sin miedos taquilleros y con buena memoria histórica, los títulos donde late el teatro de la ciudad.