Fabrizio Cassol i Alain Platel són alquimistes, creadors de nous universos musicals en un gresol de tradicions antagòniques. Encara recordem l’impacte de Coup Fatal: músics congolesos absorbits pel barroc europeu. Amb el mateix esperit transcultural reconstrueixen l’inacabat Rèquiem de Mozart sota l’eclèctica influència del jazz, l’òpera i la música africana. Catorze instrumentistes i cantants d’arreu del món, reunits per a una celebració, musical, física i visual, de la fusió i el mestissatge cultural. Una missa fúnebre per a un món cada vegada més gran i amb les distàncies cada vegada més curtes.
Durante casi dos horas 'Requiem pour L.' nos obliga a mirar a la cara de la muerte. No, no se trata de un sentido metafórico sino literal como se ha visto este viernes y sábado en el Teatre Municipal de Girona, en el festival Temporada Alta. Preside el escenario una enorme proyección en blanco y negro de Lucie, la persona a quien se dedica el espectáculo, defensora de la eutanasia que decidió poner fin a su vida al padecer una enfermedad incurable. Filmó en primer plano sus últimos momentos y los puso a disposición de Alain Platel. Ralentizado hasta la fantasmagoría, en el vídeo vemos como L. se humedece los labios, como sonríe a familiares que la acompañan y acarician, como su mirada se va perdiendo hasta el rictus de su traspaso. Imposible no reaccionar. Se busca que cada espectador -si se accede a este juego macabro- deposite simbólicamente sus fallecidos para esta misa mestiza en la que se mezclan tantas cosas que por momentos parece que la cabeza nos va a estallar.
Y es que con Platel siempre nos embarcamos en esa sensación en la que parece que todo es posible, que las convenciones y lo códigos van explotando unos detrás de otros. En esta ocasión volvemos a la fórmula que ya nos presentó junto al compositor Fabrizio Cassol a 'Coup Fatal',
una banda de músicos africanos y europeos enfrentados al repertorio
clásico occidental. Si antes fue el barroco ahora es el turno de la
última composición de Mozart, el inacabado 'Réquiem', que aquí se nos
muestra hibridado o puede que profanado -depende del puritanismo de cada
oído- con influencias africanas diversas que pasan por el
jazz, la polifonía congolesa o la música pigmea. Catorce intérpretes se
mueven por el escenario: cantantes, bailarines, músicos. Algunos juegan
también un papel simbólico como el acordeón y el bombardino que
conectan, respectivamente, a nivel físico con la respiración y a nivel
simbólico con el espíritu. Jugando a formar tríos en la relaciones de
escena, destaca la presencia de tenor, soprano i contratenor (a los dos
primeros los recordamos del 'Macbeth' negro de Brett Bailey donde Cassol
también se encargaba de la parte musical). Sus voces sostienen la
conexión más directa con la partitura original mientras que el resto de
la formación desde el tropicalismo la estira hacia el sur, resucitando
otra manera de entender cada movimiento y por extensión transformando la
idea mozartiana de muerte que hay en la obra, sagrado templo sonoro de
la cultura europea.
Ritual bastardo
La coreografía es minimalista pero existe. Importan más los gestos, los desplazamientos y cómo los intérpretes buscan con la mirada ese apoyo colectivo que sostiene el ritual. Vemos como se aferra a nuevos matices esa etiqueta autoimpuesta que acompaña a Platel, la “danza bastarda” con la que ha construido monumentos como 'VSPRS' (2006) y ''Pitié!' (2008) que tan sana influencia han tenido por toda Europa. Si excluimos algún recurso obvio -sacar pañuelos en el movimiento 'Lacrimosa'-, la formula ha llegado una vez más al límite, en este caso al de la muerte en su papel de tabú occidental. Ovación compungida al final, alegría fúnebre que nos recuerda que hay otras formas de sentir la pérdida, que hay esperanza en el mestizaje. Afortunados nosotros los que quedamos para vibrar con este canto a la vida.