Han passat més de 25 anys des de l’estrena de Ritter, Dene, Voss al Teatre Stary de Cracòvia. La posada en escena de Krystian Lupa s’ha convertit en un fenomen: ha passat un quart de segle i encara lluu el mateix repartiment. Agnieszka Mandat, Małgorzata Hajewska-Krzysztofik i Piotr Skiba omplen els seus personatges d’emocions sempre noves. Tanmateix, han guanyat amb el pas dels anys amargor i desil·lusió. Evolució també seguida pel públic de Temporada Alta. Aquesta és la tercera oportunitat de revisitar aquest muntatge des del 2006. Lupa, un mestre a tractar les obres de Thomas Bernhard, impregna el text amb la seva pròpia visió del món. Especialment en aquest títol: un lent descens cap a l’abisme de la bogeria durant un llarg sopar familiar.
Ritter, Dene, Voss es un drame à clef. Un texto cifrado, escrito en la clave de los demonios familiares de Thomas Bernhard, que son los de Austria y los de toda Europa en la segunda posguerra mundial. Teatro a golpe de cita culta y alusiones personales que son históricas. Teatro de la mejor especie porque no se escribe para la galería, sino para los actores, para el propio dramaturgo y, sólo de rebote, para el público. El título da fe de ello: Ritter, Dene, Voss son los apellidos de los tres intérpretes (Ilse Ritter, Kirsten Dene, Gert Voss) que estrenaron la pieza en Salzburgo en 1986 a las órdenes de Claus Peymann, amigo de Bernhard y director habitual de sus piezas. Un montaje histórico que el propio Peymann convirtió en película en 1987. Tras la muerte de Bernhard, sin embargo, surgió una segunda versión que hoy amenaza con eclipsar a la primera y que bien merecería su propio título: la que levantó Krystian Lupa en 1996 en el Stary Teatr de Cracovia con Agnieszka Mandat, Małgorzata Hajewska y Piotr Skiba. Desde entonces, la versión polaca de Bernhard no ha dejado de girar. Y Lupa promete seguir girando, literalmente, hasta la muerte. Un pedazo de historia viva del teatro europeo que anteanoche pudo verse en el Romea, dentro del festival Temporada Alta.
Ritter, Dene, Voss cuenta una historia aparentemente sencilla. Ludwig, enfermo mental recluido en un psiquiátrico de Steinhof, sale de permiso para comer con sus hermanas. Una vez en casa, la situación se desboca. Ludwig tiene un brote, destroza la vajilla de porcelana y corre los muebles, echa pestes de la familia y de la sociedad austriaca, que vienen a ser lo mismo. La emprende con el teatro y con los actores, profesión o pasatiempo de sus dos hermanas. Iguala el bienestar a la morbidez (“sólo en la enfermedad somos felices”). Y acaba derrumbándose, exhausto, para culminar una sobremesa más en casa de los Worringer. Ritter, Dene, Voss recuerda mucho a una obra anterior de Bernhard, Ante la jubilación. Ambas narran el turbulento encuentro de tres hermanos solteros en la fantasmagórica casa familiar. Ambas muestran a dos mujeres esperando la irrupción del varón desequilibrado, por quien sienten un amor-odio donde sobrevuela el tabú del incesto. Ante la jubilación, sin embargo, es una pieza más política y figurativa, una denuncia explícita del nazismo en la Austria de posguerra (el caso Filbinger) con referencias históricas precisas y un arco dramático muy bien medido. Ritter, Dene, Voss es mucho más abstracta y digresiva. El último Bernhard se abandona a largas diatribas contra el mundo, ajustando cuentas con lo humano y lo divino. Y es ahí donde brilla la obra. Pero brilla en clave, encriptada en los nombres que va dejando caer el libreto.
La primera clave es bien conocida. El personaje de Ludwig es Wittgenstein, el hombre que quiso resolver todos los problemas de la metafísica con su Tractatus logico-philosophicus. Igual que Wittgenstein, Ludwig está escribiendo un tratado de lógica. Igual que Wittgenstein, Ludwig estudió en la Universidad de Cambridge y se retiró a una cabaña de troncos en Noruega. Ludwig, sin embargo, también se inspira parcialmente en Paul, sobrino del filósofo y amigo de Bernhard, que pasó largas estancias en manicomios y al que Bernhard retrató en una obra titulada, justamente, El sobrino de Wittgenstein. El personaje de Ludwig concentra, para Bernhard, el genio y la locura de la familia Wittgenstein, los industriales e intelectuales judíos que marcaron la vida económica y cultural de Austria a finales del siglo XIX y principios del XX. Y la decadencia de los Wittgenstein, o de los Worringer, es la decadencia de Austria misma, sobre todo desde el Anschluss y el advenimiento del III Reich. Pero ahí no acaban las referencias filosóficas. Ludwig se queja de un tal doctor Frege, un médico que agrava las enfermedades en vez de curarlas. El doctor es la maliciosa parodia de Gottlob Frege, padre de la filosofía analítica, al que Wittgenstein emuló en su Tractatus y del que renegó en sus Investigaciones filosóficas, como quien reniega de la posibilidad de poner lógica al mundo. Y por si todo eso fuera poco, están las citas de Schopenhauer, encarnación del pesimismo existencial (el “catafalquismo”, dice Ritter).Y la aclaración de que Ludwig es un enemigo del optimismo ilustrado, un “Anti-Kant” (a Kant, justamente, dedicó Bernhard una comedia). El cuadro filosófico está completo. Bernhard se rodea de sus fantasmas intelectuales de siempre. Ludwig es una versión desquiciada y deprimida del último Wittgenstein, perdido en los juegos de lenguaje y descreído del poder de la razón para ordenar el mundo.
La segunda clave es la música. Ludwig habla de su tocayo Beethoven, y especialmente de su tercera sinfonía, la Eroica, y especialmente de su segundo movimiento, la Marcia funebre. La Eroica es la obra más política de Beethoven, originalmente dedicada a Napoleón, cuyo giro autocrático decepcionó tanto al compositor que borró la dedicatoria. La Marcia funebre es el réquiem de ese entusiasmo, del cambio político que pudo ser y no fue, y suena a todo volumen mientras Ludwig gira contra la pared los cuadros de sus ancestros, renegando del pasado familiar y nacional. Pero la Eroica, nos aclaran los personajes, no suena en cualquier versión. Es la interpretación de Furtwängler, uno de los grandes opositores al nazismo en las filas musicales alemanas. El breve alegato político de Ritter, Dene, Voss, menos política que otras obras de Bernhard, está ahí, en la música, en la reivindicación de esa parte de la tradición alemana que resistió a Hitler y antes a Bonaparte. Es el único atisbo de esperanza en Bernhard. Y lo verbaliza, cómo no, por boca de Ludwig, que desea la destrucción de Europa, pero al momento reconoce que es todo lo que nos queda.
La escenografía de Ritter, Dene, Voss no sorprenderá a los asiduos de Lupa. Guarda la línea adusta de sus trabajos anteriores, desde el Fin de partida beckettiano de 2010 en el Teatro de la Abadía hasta el Davant la jubilació de 2017 en el Lliure de Gràcia. El hogar de los Worringer está forrado de viejos retratos familiares sobre unas deslucidas paredes verdosas. El techo acristalado de aires modernistas recuerda a la Austria de la Belle Époque. Con dos apuntes discordantes: el marco rojo que recalca la boca del escenario y el fino haz del mismo color que atraviesa el proscenio de parte a parte. Un énfasis, quizá innecesario, en la sempiterna cuarta pared. La negación magritiana de la pipa ante el cuadro de la pipa. También hay algún subrayado en la partitura de Jacek Ostaszewski, chirridos melodramáticos en los altibajos tonales de la función. Donde no sobra ni falta nada es en los intérpretes, en auténtico estado de gracia: Małgorzata Hajewska como Ritter, la excéntrica y sensual hermana menor; Agnieszka Mandat como Dene, la tradicional y autoritaria hermana mayor, guardiana de las esencias familiares; y sobre todo Piotr Skiba como Voss/Ludwig, el desquiciado hermano filósofo, que acapara las brillantes disertaciones de Bernhard y toda su ironía trágica.
El Ritter, Dene, Voss de Lupa ha pasado ya a los anales del teatro. Hay que agradecer al Temporada Alta que, después de exhibirlo dos veces en Gerona (en 2006 y 2010), lo haya traído a Barcelona, en una inesperada gira por la capital. Sobre todo porque Ritter, Dene, Voss es una de las obras más difíciles de Bernhard, de las más dependientes de su montaje. Y la versión de Lupa es muy fiel a la escritura de Bernhard: pensada primero para los intérpretes, luego para el autor, y sólo al final para el público. Por eso no sería extraño que una parte de la platea se sintiera expulsada de la función. Ritter, Dene, Voss, probablemente, es una obra que hay que ver varias veces, que hay que leer y releer, como todo Bernhard. Esperemos que eso sea posible, que vuelva a Barcelona y que, la próxima vez, sea algo más que una función. A partir de entonces, quizá, habrá que empezar a llamarla Hajewska, Mandat, Skiba.