The Story of the Story és 'pur Jetse Batelaan', un món màgic que es pot encendre de desitjos i d'expectatives sobtades en qualsevol moment. Un espectacle per a majors de 8 anys, per als que no han estat triats per a l’equip de futbol de l’escola – i per als que sí!
En el primer espectáculo de la nueva etapa de Juan Carlos Martel como director del Teatre Lliure, el premiado creador holandés Jetse Batelaan pretende cuestionar las historias. Para ello, monta una pieza claramente postdramática con cuatro capas de acción en simultaneidad y aparente desorden.
El primer eslabón lo forman una tribu de personajes primitivos que se dedican a mover y jugar con cachivaches varios (palos, almohadas, tornillos, pintura…). Les vemos interactuar por toda la sala y a lo largo de toda la función y, aunque en un principio generan interés y curiosidad, pronto se convierten en ecos desdibujados, solapados por el resto de acciones. A estos extraños seres se les suma un conjunto de estructuras poligonales de diferentes formas y colores que aparecen en momentos puntuales y se desplazan lentamente de un lado al otro de escenario. El tercer elemento es un punto del suelo que funciona como un botón: Cada vez que alguien o algo lo presiona una voz en off narra un relato alegórico, la historia de una historia legendaria que, cuando por fin puede ser escuchada, no tiene nada que contar. En el momento en que el botón deja de ser presionado, la voz calla. Y cuando vuelve a pulsarse, continua donde se quedó. Nada de lo que hay en escena toca conscientemente los botones, pero todo lo que los toca está perfectamente medido para que la narración se corte en el momento que más le interesa al creador, de una forma tan evidente y repetitiva que rompe con la gracia de la aparente espontaneidad.
Paradójicamente, las grandes acaparadoras de la atención sí que tienen una historia, por más extraña que parezca. Son las gigantes marionetas con fotos de Donald Trump, Beyoncé y Cristiano Ronaldo que se utilizan para representar una arquetípica familia de clase alta que se va de picnic. Estos personajes, doblados y manipulados por los propios actores, son una caricatura marcada por la estupidez y los comportamientos machistas. En contrapunto, tienen también su alegoría filosófica, quizá la parte más interesante del montaje: la familia rompe la cuarta pared para quedarse en el aquí y ahora. El padre (representado con Trump) advierte a su hijo (Ronaldo) que no tiene que cruzar el límite, el marco del escenario. Pero el ‘pequeño’ se revela a escondidas y descubre que se encuentra en un teatro, delante de una gran cantidad de gente que le mira. Un extravagante mito de la caverna que sin embargo no se aleja tanto de los títeres más tradicionales.
Del espectáculo cabe destacar la constancia de los actores de la compañía Theater Artemis que transitan entre su recreación constante de los seres primitivos y la manipulación y el doblaje de las marionetas gigantes. Sin embargo, uno de los elementos que más le juega en contra es la lentitud, la pesadez de las acciones que parece que no acaban nunca. Sin ser especialmente profunda, la hora y cuarenta se hace pesada para niños y adultos. La sensación es que le cuesta arrancar a pesar de que constantemente estén pasando cosas. Y en varios momentos, nos parece erróneamente que la función ya ha terminado. En su globalidad, el espectáculo desaparece con la misma causalidad con la que ha empezado y deja a su paso un regusto de tramo lineal y carente de evolución.