Tots ocells

informació obra



Autoria:
Wajdi Mouawad
Direcció:
Oriol Broggi
Companyia:
La Perla 29
Sinopsi:

Un nou text de Wajdi Mouawad ens ha vingut a trobar, i és un poema immens que dona ales a un gran muntatge. Els personatges de Tots Ocells intenten fer-se entendre i es fan mal, busquen explicar-se per saber qui són, parlar-se amb les seves llengües diferents, els seus mons, les seves creences. Volem abraçar tota la vida que conté i ampliar-la a l’escenari, com un crit de ràbia i de dolor, com una pregunta antiga, com una cançó que ens travessa l’ànima.

L'Eitan és un jove de família jueva alemanya que viu a Nova York i que estudia l’ADN humà. Coneix a la Wahida, una jove d’origen àrab que està fent la seva tesi sobre un savi humanista del segle XVI a qui van obligar a convertir-se de l’islam al cristianisme. Tots dos s’enamoren, i l’Eitan haurà d’enfrontar-se a la seva família i confrontar les seves creences religioses. Però quan els dos joves emprenen un viatge a Israel i Cisjordània, l'Eitan és atrapat per un atac terrorista en el pont fronterer d’Allenby que el deixarà en un coma profund. Això obligarà la seva família a viatjar d’Alemanya a Tel-Aviv, on descobriran el seu passat familiar i hauran d’afrontar l’aclaparadora presència de la Wahida, mentre el món esclata en una barreja de creences, ADN humà, religió i atzar.

Tots ells es veuran abocats a travessar la dolorosa frontera entre l’amor familiar i l’odi dels prejudicis, on la violència del món exterior sobrevola la petita vida domèstica i on les generacions es fan miques quan el passat desborda el present.


Crítica: Tots ocells

29/07/2024

Ornitología para equidistantes

per Gabriel Sevilla

Cuentan las Escrituras que Abraham recibió la orden divina, terrible donde las haya, de abandonar su tierra y sacrificar a uno de sus hijos. La peregrinación lo llevó al Monte Moriah, en la ciudad vieja de Jerusalén. Y una vez allí, según la Biblia, el patriarca alzó un puñal contra su hijo Isaac. El Corán, en cambio, dice que el hijo no era Isaac, sino Ismael. Para el infanticidio, en verdad, poco importa, porque un ángel intervino en el último momento, convenciendo a Abraham de acuchillar un carnero en vez de la carne de su carne. Pero el caso es que ahí empieza una de las mayores controversias de la historia política mundial. Porque la voz del cielo, llámese Yahvé o Alá, premió la obediencia ciega de Abraham prometiéndole aquella tierra. Si el indultado era Isaac, la tierra se prometía a los judíos. Si era Ismael, a los árabes.

Lo cierto es que, desde hace siglos, el Monte Moriah le ha rezado más a Alá que a Yahvé. Y el pueblo errante se había asimilado a otros pueblos. Todo cambió a finales del siglo XIX, cuando un judío húngaro que trabajaba de periodista en París, Theodor Herzl, protestó contra el Caso Dreyfus y su vergonzoso antisemitismo con un ensayo, El Estado judío (1896), donde reclamaba una patria para los descendientes de Isaac. Al principio fue duramente criticado incluso por sus correligionarios, Stefan Zweig entre ellos (El mundo de ayer, 1942). Pero, poco a poco, las ideas de Herzl ganaron popularidad. Y en 1948, con el horror de Auschwitz aún fresco en la memoria, David Ben-Gurión proclamó el Estado de Israel. Desde entonces, el Monte Moriah está bajo control israelí. Y mientras algunos descendientes de Ismael abrazan el terrorismo, el Estado soñado por Herzl perpetra un genocidio.


Mojarse

Wajdi Mouawad estrenó Todos pájaros, su gran obra sobre Israel y Palestina, en 2017 en el Théâtre de la Colline de París, del que es director artístico. La disputa entre Isaac e Ismael quedó melodramatizada en un Romeo y Julieta orientalizado o, si se quiere, en un Mar i cel actualizado. El estreno trajo cola en el mundo árabe y, sobre todo, en el Líbano natal de Mouawad, donde se le acusó de connivencia con Israel y se le ha vetado otro espectáculo, Noche de bodas en casa de los Cromañón (2024). Se compartan o no, las acusaciones dejan en el aire una cuestión crucial: ¿cuál es la posición de Todos pájaros sobre Israel y Palestina? Algunos hablarán de una loable condena de todas las violencias, sin casarse con nadie. Otros dirán que una flagrante equidistancia, un mestizaje imposible de pájaros y peces, una inverosímil paz anfibia. Sea como fuere, dado el fondo y las formas de la obra, parece inevitable mojarse.


Romeo, Julieta y Edipo… en Palestina

Los personajes de Todos pájaros son un programa en sí mismos. Eitan, judío alemán experto en genética, conoce a Wahida, americana de origen árabe, en la biblioteca pública de Nueva York, donde ella prepara su tesis doctoral sobre León el Africano, el misterioso personaje que retrató Amin Maalouf en su novela y que representa, con el misterio de su conversión, la seductora enmienda a cualquier certeza identitaria. Wahida y Eitan, previsiblemente, se enamoran mientras hablan, también previsiblemente, de herencias religiosas y genéticas, entre dulzones arrebatos de drama romántico y finas pinceladas de alta comedia, con ese estilo “excesivamente obvio” que David Bordwell atribuía al cine de Hollywood. Todos pájaros es, para qué negarlo, un Mouawad muy cinematográfico.

La historia, por suerte, gana espesura con las presentaciones familiares, con el choque entre los Montescos israelíes y una Julieta en busca de Capuletos, con la huida de los amantes de una Verona neoyorquina a una Mantua en Tel Aviv, donde se revela un rocambolesco secreto que lo cambia todo. Algo que pone en juego la ciencia genética de Eitan y la ciencia política de Wahida, pero que también enrarece la atmósfera abrahámica del relato. Porque Mouawad da un retorcido giro de guion que entra, por decirlo suavemente, como elefante pagano en chatarrería judeocristiana, reduciendo el conflicto político a folletín, la poesía a pedagogía, y dejando una incómoda sensación final de geometría y angustia, que diría el poeta en Nueva York. La igualación de dos fuerzas desiguales, el tiralíneas moral, la extraña invocación de la infancia de Edipo donde resonaban las infancias de Isaac e Ismael, incluso la de Moisés.


Cine y teatro en la biblioteca

Oriol Broggi, uno de nuestros mayores expertos en Mouawad, ha montado Tots ocells con toques inmersivos en el teatro de la Biblioteca Nacional de Catalunya. Sobre los viejos muros de piedra desfilan los sobretítulos en árabe, hebreo, inglés y alemán de unos diálogos casi siempre en catalán. Planos y contraplanos proyectados por Francesc Isern para una platea a cuatro bandas. Acúfenos tras las bombas en el espacio sonoro de Damien Bazin. Y dos grandes pantallas para refrescarnos la memoria histórica sobre Palestina e Israel a golpe de telediario. Una opción siempre cuestionable, la de cinematografiar el escenario, que sin embargo ameniza las tres horas y media de función (con entreacto) y que, en realidad, es muy coherente con este Mouawad más audiovisual que teatral.

El elenco es la verdadera joya de la función. Puro talento local encabezado por Miriam Moukhles y Guillem Balart como Wahida y Eitan. Balart despuntó hace algún tiempo. Pero Moukhles es la revelación de esta temporada. Brilló con Nodi: de gossos i malditos (2024) en el Maldà, y ahora se crece con una protagonista de texto que se diría hecha a su medida. Joan Carreras, inconmensurable en lo que le echen, es un atronador David, el autoritario padre de Eitan, el fundamentalista judío. Y Clara Segura hila muy fino en los tortuosos pasajes que Mouawad reserva a Nora, el puente del judaísmo con el psicoanálisis y el comunismo. Màrcia Cisteró y Xavier Ruano sostienen muy dignamente sus difíciles roles secundarios, la lujuriosa soldado israelí y un espectral León el Africano. Y Xavier Boada como Etgar y Marissa Josa como Leah, los más viejos del lugar y protagonistas de último minuto, completan un elenco intergeneracional que, probablemente, será lo más recordado de esta función.


Ornitología, de Aristófanes a Mouawad

Todos pájaros, con sus virtudes y sus defectos, es Mouawad en su mejor versión. Un asalto frontal al hervidero israelo-palestino que hace el texto personal y políticamente difícil, amén de literariamente valioso. En Barcelona no ha habido polémica. Pero la acogida de la crítica, el público y las redes, elogiosa hasta agotar entradas, no ha tenido el eco de las grandes noches teatrales. El problema no es de Broggi ni de su elenco, que han hecho un trabajo magnífico, sino de un texto que apunta políticamente muy alto pero cierra, como quien dice, en falso. Mouawad resuelve el gran conflicto ideológico con una parábola ornitológica, y desemboca en una decepcionante simetría: todos pájaros. Más allá de las plumas, un ornitólogo distingue entre halcones y palomas. Y el público también. Quizá por eso, porque Israel y Palestina vuelven a copar las portadas de medio mundo, la equidistante metáfora aviar de Mouawad suena ingenua, inverosímil, irreal.

Tots ocells volverá en septiembre y octubre al teatro de la Biblioteca. Y en Madrid, Mario Gas montará una versión en castellano con Núria Espert y Vicky Peña en diciembre en los Teatros del Canal. Las funciones coinciden con las peores noticias posibles sobre la tierra dos veces prometida. Una circunstancia que les concede impulso dramático. Pero que también las confronta a una dura realidad. Y a la dramaturgia contemporánea sobre el tema. Empezando por la Via Dolorosa (1998) de David Hare, que explicaba su viaje a la región de la discordia, en un solo que aún hoy tiene interés. O ampliando el foco, el Homebody/Kabul (2001) de Tony Kushner que, tras el 11-S, destripaba la estereotipada mirada occidental sobre el mundo árabe, entonces Afganistán, o lo que Edward Saïd llamó 'orientalismo', nacido trágicamente con Los persas de Esquilo. Más cerca y más reciente, la Sala Beckett programó el pasado marzo Cultura x Palestina para destinar fondos a The Freedom Theatre y denunciar el genocidio del ejército israelí. En una línea similar, el Teatre Nacional de Catalunya tiene programado para marzo de 2025 el ciclo Barcelona Calling Palestina.

Los equilibrismos de Mouawad se entienden, quizá, mejor en ese contexto teatral más amplio. Literariamente, Todos pájaros no tiene nada que envidiar a ninguno de sus antecesores. Políticamente, es un vuelo de Ícaro: apunta al cielo para caer en picado. Podemos disfrutar el agradable montaje de Broggi, sus magníficas interpretaciones, la poesía dramática mouawadiana y la belleza rocosa de la biblioteca. Pero ideológicamente, la función pesa. La historia de Israel y Palestina difícilmente puede despacharse como un melodrama. Y el público sabe, desde Aristófanes al menos, que las aves nunca han sido políticamente neutras.