Actualització: Al Teatre Nacional es podrà veure també la tercera part de la peça, The hidden floor
Les dues peces que componen aquest díptic escènic van ser creades originalment per l’argentina Gabriela Carrizo i el francès Franck Chartier, ànimes de la companyia belga de dansa-teatre Peeping Tom, amb els intèrprets del Nederlands Dans Theater. Ara, un nou repartiment amb intèrprets de Peeping Tom reinterpreta aquelles creacions, unes coreografies en les quals els personatges evolucionen en espais dels quals no poden escapar i vagaregen per laberints sinistres i misteriosos en què la realitat es confon amb la fantasia, moguts per unes forces naturals i adreçant-se a un destí incert. Passat, present i futur es barregen en aquestes dues peces en les quals les premonicions i un món de records inexactes i canviants són factors destacats. L’atmosfera cinematogràfica tan pròpia de les creacions de la companyia belga les amara totes dues. La primera part, La porta absent, té lloc en una habitació tancada, plena de portes que no s’obren i on un home entre la vida i la mort mira de trobar el seu camí enmig d’un núvol de pensaments. En canvi, a La cambra perduda, ens trobem en el laberint de cabines i passadissos d’un vaixell, un escenari on descobrirem el món interior dels personatges, protagonistes d’unes històries que van més enllà del temps i de l’espai. Suspens, un humor fosc i un univers visual que evoca el realisme màgic s’uneixen en un espectacle singular creat amb un llenguatge interpretatiu, únic i extrem.
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Pero ahora así, vayamos al espectáculo. El díptico de Peeping Tom. Dos piezas similares de danza teatro con elementos reconocibles –un salón, una habitación, los señores, los criados y lo que parece ser un asesinato-, dotados de características fantásticas. Puertas que se abren y se cierran, elementos que se mueven solos. Un balcón que se convierte en armario. Una cama que se traga a quien se tumba en ella. El realismo mágico permite que, lo que podría ser el inicio de una partida de cluedo, pronto se desvincule de la trama para mostrar coreográficamente una sucesión de hechos sorprendentes. Pero si hay algo que caracteriza el trabajo es la fisicalidad de los intérpretes. Se diría que son de plastilina y que carecen de articulaciones. Todos ellos demuestran una elasticidad impresionante, con decenas de giros y posiciones imposibles. Se arrastran los unos a los otros, se tiran y se levantan en cuestión de milésimas. Y todo lo hacen como si fuera lo más natural del mundo, centrados en sus propias cábalas sin inmutarse por sus movimientos.
En la primera parte del montaje, se exploran el miedo y la culpa. Las acciones cotidianas de los personajes quedan truncadas por espasmos, caídas y posiciones rocambolescas. Como el corazón delator de Poe, las puertas que no se abren cuando tienen que hacerlo y los sonidos que de ellas emergen crean una atmosfera tensa e intrigante. La iluminación juega como un personaje más, especialmente cuando un foco manipulado en escena por uno de los artistas ciega los rostros de los personajes, acentuando la incomodidad. Y en algún momento incluso se juega con la sombra, dejando que el dúo de detrás del decorado se refleje en la pared del Teatro Grec. En la segunda parte, después de que el equipo haya cambiado el dispositivo al completo en un semicoreografiado parón –se nota que tienen recursos-, diferentes personajes viven historias paralelas en un camarote de un barco. Los bailarines, solos o en grupo, entran y salen por las distintas puertas en una composición dinámica y sugerente, en la que también hay lugar para el humor, con tímidos gags corporales que aligeran la tensión.
En definitiva, danza-teatro de espectacularidad y altos recursos. Su objetivo, buscar la ovación con unas coreografías milimétricas de alto nivel y exigencia y una puesta en escena que integra todos los elementos. Movimientos constantes, ritmo frenético y virtuosismo ecléctico. Lo único que se contagió en el teatro fue el impacto.