UnDosTresUnDos. El ballarí amb el temps al cap, sempre al compàs, per molt que això “no és una peça de flamenc”, segons el seu artífex. Albert Quesada va estudiar filosofia i enginyeria multimèdia. Barceloní format a l’escola PARTS de Brussel·les, balla amb Thomas Hauert i ja fa anys que desenvolupa la seva pròpia línia com a coreògraf.
A Bèlgica investiga sobre les lleis de l’espectacle i la seva relació amb l’espectador. I, ara, dos ballarins recorren al cos i la veu per interrogar-se sobre què és el flamenc. El poder de certes freqüènciesrítmiques. La intimitat i interacció del tablao. Arrels i universalitat.
Tercera gran incursión de Albert Quesada en su particular estudio sobre las relaciones entre la música y la danza. Bach primero. Wagner y Ligeti más tarde, a parte de otras piezas que no han llegado aún a Barcelona. En esta ocasión aborda un universo completo: el del flamenco. Lo de este artista es una singularidad creativa, de difícil adscripción tanto entre nosotros como en el contexto en el que lleva a cabo su investigación. Se escapa a las categorías, porque se oculta entre ellas, y su trabajo siempre es objeto de exclamación, como puede resultar indescifrable para algunos.
Lo más preciado de esta propuesta es su sinceridad: no es un "bailaor". Ni lo pretende. “Este no es un espectáculo de flamenco” dice el programa de mano. Y aunque la música que suena siempre forma parte de aquella tradición, Quesada y su compañero de batalla Zoltán Vakulya se adentran en su genialidad, en su entraña emotiva y conceptual desde el instrumental de la danza contemporánea. Como si los cuerpos quedaran ensoñados de unas notas musicales con las cuales se pudiera danzar indistintamente en una clave u otra. Aún más universales, menos folcloristas, más al alcance de todos.
Ahí hay un análisis pormenorizado de las constantes rítmicas de las que se nutre; de los instantes vitales de los que nace; de la sustancia anímica con la que se encumbra la genialidad de una música, otrora popular, siempre desbordante con la que dos cuerpos representados aquí uno en negro, otro en dorado sobre la piel de los bailarines, con un vestuario exquisito y una ejecución de sentido, combinan silencio con impulso, gemido con solos, percusión con dúo. No hay instante en esta pieza en que no se proyecten diversas líneas de transición por lo elemental de la danza (y del flamenco por extensión). Esto es: el precio que se paga por expresar en movimiento aquello a lo que solo lo incomprensible atiende. Genio y espíritu, como milagro singular, al que el flamenco siempre apela y que de la mano de estos dos magníficos artistas se traduce en fantasía.