Els espectadors que van veure "32 rue Vandenbranden" al Grec 2012 o "Vader" (Pare) al Grec 2014 ja estan desitjant tornar-se a submergir en l'univers paral·lel fet de records, al·lucinacions i malsons que Peeping Tom sap recrear tan bé.
Ara la companyia porta a la ciutat un gran espectacle que encara no s'havia vist aquí, que permetrà als barcelonins recuperar la història d'una família burgesa en plena decadència els extravagants integrants de la qual es mouen en una mena de laberint, símbol d'un dèdal de pensaments del qual no poden escapar.
Tot plegat constitueix una metàfora de l'existència i del teatre, d'una escena que no pertany als artistes més que de manera momentània, un espai provisional i sempre en lloguer (À louer) que els actors i ballarins es veuen impel·lits a reinventar i transformar a cada instant. L'espai, definit per un astut trompe-l’oeil, torna a ser el motor d'una creació que, aquest cop, pren com a tema central el caràcter efímer de l'art i, per extensió, de la vida.
Espectacle finalista de dansa internacional. Premis de la Crítica 2015
Hoy mi crítica no contará, será como si pasara desapercibida. Ayer no comulgué con el sentir general de sala llena de "bravos", yo no salí extasiada. Después de la genial Vader de la pasada edición del Grec me esperaba un no parar de cuerpos de goma, dibujando formas imposibles y deconstruyéndose a cada paso. Sin embargo, esta vez la dramaturgia tiene más peso que la danza. Hay mucho movimiento pero la parte más conocida de Pepino Tom queda en un segundo plano.
La decadencia como tema principal de una dramaturgia bestial donde se encuentran ratas, escarabajos y fantasmas en una escenografía que va mostrando sus cartas poco a poco. Una familia burguesa que ha perdido su fortuna, su prestigio y que todavía se siente afortunada porque sigue conservando sus sirvientes. Estos se rebelan y quieren tomar el poder. La señora (a medio camino entre la señora Rotenmeyer y un travesti) se resiste, y a base de repeticiones de acciones tan cotidianas como que la sirvan un café, lucha por mantener un status quo. Entre medio una diva de la ópera ve arrebatado su trono por Montserrat Caballé y tendrá que encajar la pérdida de la primera línea y pasar a segundo plano. Mientras su hijo lucha por conquistar el amor de una madre que nunca tuvo porque la ópera se la arrebató.
Deseos, fantasías, ansiedades, vestigios de una gloria pasada y que está muy lejos de volver. Movimiento, gestualidad, danza, piezas líricas, pop, un sinfín de elementos que configuran un cuento de miedo, pero por el cual acabas sintiendo más lástima que pavor. La melancolía la pone la voz de Leo de Beul al piano, cuando para tener esperanza, quizás, sea ya demasiado tarde. (...)