És estiu. La Magda, la senyora gran que viu en un «davants i darreres» de l'Eixample, porta dol des de fa un mes per la mort del seu marit. L'ajuden a tirar endavant els discos de la Núria Feliu, que escolta sempre que pot, i una fotografia del difunt donant la mà a un antic President del Govern. Però ha deixat de cuinar les seves famoses magdalenes, i cada dia rep amb estoïcisme les obscenitats amb què l’home del carrer la insulta quan ella li deixa una propina en passar per davant seu anant cap al supermercat de la cantonada. Encara no sap que l’expresident, en aquells mesos de calor, farà una confessió pública amb la qual trontollarà tot el món que l’envolta.
Se'n fa una mica estrany escribir esta crítica en castellano. Viví la época dorada del Pujolisme fuera de Catalunya, y aunque reconozco todos los sentimientos que ella despertó en la inmensa mayoría de los catalanes, he visto la obra desde dos lugares diferentes: una cercanía massa present y desde fuera, como si por un momento no me tocara.
Reconozco en esta Magda Casals, una mezcla extraña entre Núria Feliu y Teresa Gimpera, a muchas tietes y abuelas que aún hoy desde sus pisos de Eixample pontifican que lo de Pujol i Convergència no es más que una trama urdida por Madrid para desastibilizar el procés. Ojos cerrados y el corazón que no sienta.
A tots els que heu vingut pone el dedo en la llaga, que todavía para algunos sangra, de lo que supuso la caída del Padre de todos, lo hace mediante una comedia surrealista y por momentos pasada de vueltas, que despega en el segundo acto, porque el primero es tedioso hasta la saciedad. No sé si sólo soy yo la que tiene tendencia a pensar que para hacer una gran obra no hace falta que llegue y supere las dos horas, que hay obras descomunales que en una hora nos lo han explicado todo y no le falta ninguna coma.
Marc Rosich peca de esa tendencia, la primera parte le hace falta una retallada de esas que se les daba (sic) tan bien a Convergència. En diez minutos tienes un resumen perfecto, de la presentación de Magda Casals y el hombre de la barba sucia, que enlazaría a la perfección con la segunda parte donde el sufflé alcanza su máximo esplendor. Mercè Arànega brilla haga el papel que haga, estamos presenciando uno de los mejores papeles de su trayectoria, que queda a ratos un tanto ensombrecido por una dirección a la que le haría falta llevar el sarcasmo hasta el límite y hacer que se vea la broma, destapando el truco.
Fuera de la diva, cabe destacar un soberbia, quizás la mejor del reparto, Àurea Màrquez a quien los papeles pasados de vueltas le van como anillo al dedo. Y aunque a ratos rallaría la hiperactuación, Lurdes Barba nos regala como Àgata Casals, la hermanísima, las mejores rialles de la noche. (...)