Davide Carnevali, dramaturg italià arrelat a Barcelona i amb una àmplia trajectòria internacional, guardonat al seu país amb el premi nacional de nova dramatúrgia, ha acceptat l’encàrrec del Teatre Nacional d’enfrontar-se a la força trencadora del Teorema pasolinià amb l’ànim de qüestionar l’autèntica capacitat política —transformadora— del gest artístic i la renovació dels codis lingüístics.
Carnevali ha reobert l’obra i l’ha posada en contacte amb les seves fonts, les escriptures sacres; procurant instaurar alhora un nou diàleg amb la contemporaneïtat. Això no significa que l’obra parli una llengua planera, ben al contrari: es tracta de polemitzar amb l’estètica i el llenguatge d’avui, tal com volia Pasolini per al seu Teorema fa cinquanta anys.
No estaba Amacaballo Fat. El personaje de Philip K. Dick no acudió al estreno de Actes obscens en espai públic (Maneres amenes d’esperar l’adveniment del messies). Lástima, hubiera sido un gran encuentro entre tres exegetas: Fat, Pasolini y Davide Carnevali. Mr. Fat y su frenética búsqueda de Dios. El dios verdadero, no la mente perturbada y usurpadora que ha hecho este mundo a su imagen y semejanza. Lástima, no observar de cerca el rostro de Amacaballo para atisbar si el espectáculo co-oficiado por Albert Arribas provocaba una nueva revelación en su psique iluminada por un rayo rosa. Carnevali -como Pasolini- no espera tanto. Se conforma con la llegada del Mesías. Tampoco aspira o aspiraron al absoluto de la exégesis. Se conforman con la eiségesis. Son artistas y la subjetividad forma parte del tratado.
Nosotros -el público-, ¿qué espera? Como una manada de orfeos sin lira somos conducidos hasta las entrañas desconocidas del Teatre Nacional para emerger en…. Definitivamente, la Sala Petita del Nacional no es el erebo, aunque todo apunta a que los artífices de este montaje están decididos a enmendar la plana al Vaticano. Esto se parece mucho al Purgatorio, la sala de espera purgada por el Papa. Tiempo suspendido antes que suenen las trompetas del Juicio Final. Una parábola del presente, con el pensamiento dominante insistiendo desde todos los flancos sobre el fin de las ideologías, la inutilidad de la revolución, la deseable eternidad antes del advenimiento. Pasolini -y así lo reinterpreta Carnevali- era muy consciente de la amenaza contra el sistema que anidaba en la llegada del Mesías. Es la idea latente en Teorema, el escrito que inspira esta función.
Arribas reinterpreta el dictado de Carnevali desde la atalaya de la irónica incomodidad, como un discípulo travieso de Romeo Castellucci -otro exégeta-, borrando del escenario cualquier indicación del autor que pudiera servir al espectador de hilo de Ariadna para moverse entre las acciones y los monólogos que animan este no-lugar. Cierta voluntad de caos que no logra imponerse a los mejores fragmentos textuales que, como las prédicas, llaman a la quietud y la atención. Palabras hondas, sobre todo las proferidas por Màrcia Cisteró -su parlamento del no-amor materno es digno de una buena controversia-, Oriol Genís, enorme actor que engrandece la noción de patetismo, y Sergi Torrecilla como un pintor enredado en su propia controversia sobre lo sublime.
Un texto valiente -quizá imperfecto- que Arribas concibe como una yuxtaposición de burbujas de acción. Fuerza la desaparición de una línea temporal, aunque un arcángel-demonio anunciador (Antònia Jaume como Gabriel bipolar) se encargue de cercenar con sus proclamas el peligro latente de eterna espera de esta producción.