En el centenari del naixement de José Saramago, Premi Nobel de Literatura del 1998, portem a escena un dels seus llibres més coneguts: Assaig sobre la ceguesa.
Una pandèmia s’estén per tot el món: una plaga de ceguesa inexplicable i incurable. El govern aplica restriccions cada vegada més repressives i inútils per intentar frenar-ne el contagi.
La falta de recursos i les condicions extremes faran que la gent lluiti per sobreviure però que només aquells més immorals ho aconsegueixin.
Noche de estreno y de inauguración de la temporada del TNC.Empieza la segunda parte de Assaig sobre la ceguesa y cesan las intermitentes risillas de la fila cinco-centro mientras en el escenario de la Sala Gran continúa el apocalipsis de la niebla blanca. Los invitados vestidos de Upper Diagonal han desertado de la representación del horror. Tanta paz lleven como descanso dejan. Un alivio también para Pilar del Río, traductora y viuda de José Saramago. Cuando acaba la función se muestra visiblemente emocionada con la exhaustiva adaptación de Clàudia Cedó y la académica dirección de escena de Nuno Cardoso.
La propuesta sin sobresaltos artísticos de dos teatros públicos -Cardoso dirige el Teatro Nacional São João de Oporto- que anteponen el decoro a la conmoción. Sobre todo, se percibe un gran y limitador respeto por el material literario de todo un premio Nóbel y un superventas de la narrativa filosófica que usa la especulación distópica para su metáfora social. Quizá no hace falta llegar a la brutalidad escatológica de la puesta en escena prepandémica de Kay Voges en Hamburgo, con espectadores huyendo asqueados por el violento detalle de un pandemonio de sangre y heces. Truculencia tampoco tan alejada de las páginas escritas sin respiro por Saramago.
La repulsión no debería ser el objetivo, aunque algo oscuro tendría que despertar en un espectador que ya no entiende este relato como una abstracción literaria; que ha visto como en la China la población infectada de Covid es trasladada a la fuerza a centros de cuarentena sin condiciones, los hijos separados de los padres y el terror de Estado se normaliza por un bien superior. Cardoso no rehúye los aspectos más atroces de la distopia. Es imposible. Sólo los aleja de su expresión escénica más cruda. Tampoco opta por la distante conceptualización. Se queda en un punto intermedio primorosamente correcto, como esa ropa interior ensuciada con profesional esmero en sastrería.
Sin bestialidad ni reflexión alienada con nuestra realidad post pandémica, ¿qué queda? ¿Entretenerse con conjeturas menores? Por ejemplo, la duplicación de los personajes entre el elenco portugués y el catalán. Más un malabarismo producto de la circunstancia (acomodar el amplio reparto en un puñado de protagonistas sin nombre) que una intención dramática sólida. Artificio que se suma al doble código idiomático. Aportaciones que atemperan aún más la temperatura de un discurso escénico que parece sometido al cálculo. O para comprobar que los intérpretes del São João dominan mucho mejor la dicción (tenemos aquí un serio problema con una mala apreciación del naturalismo). Y para concluir que Montse Esteve y Albert Prat destacan en este encuentro peninsular en el que Ana Brandão se lleva toda la atención.No