Bouvetøya (la necessitat d’una illa)

informació obra



Direcció:
Julio Manrique
Sinopsi:

Julio Manrique ha imaginat una illa on tot és possible, fins i tot fer visible l’invisible. L’espectacle inaugural del festival d’enguany vol traslladar el públic a un lloc on la cultura i el coneixement es cuiden i es preserven com un tresor, tan valuós com fràgil. El director, inspirat per Ray Bradbury (Fahrenheit 451), Shakespeare (La tempesta) i altres autors, vol rebre els espectadors amb un muntatge que pretén ser un acte de resistència i rebel·lia. Una defensa d’allò que sembla innecessari fins que fets extraordinaris demostren que allò intangible —com la cultura i la bellesa— també pot ser un recurs de primera necessitat.  

Crítica: Bouvetøya (la necessitat d’una illa)

07/10/2020

Disidencia de terciopelo

per Juan Carlos Olivares

Convocados a un acto clandestino de resistencia. Las primeras palabras lanzadas desde el escenario del Teatre Municipal de Girona avanzan que somos cómplices de un gesto de disidencia en un espacio vetado. Nos ofrecerán la certeza tras una larga odisea distópica con final redentor. Como todo es convención también nos creemos -un poco- que nos une un deseo comunitario de sublevarnos. “Si el sistema no reconoce el teatro, el teatro no tiene por qué reconocer el sistema”. Radical lema proferido ante un público que cumple obediente con todo el protocolo sanitario necesario para que pueda celebrarse la función que inaugura el festival Temporada Alta.

Las paradojas pueden ser interesantes para descubrir las incongruencias, como eleva a pirueta sofista Davide Carnevali en el reciente Decameró. No parece ser ésta la motivación principal del proyecto coescrito por Julio Manrique, Cristina Genebat, Sergi Pompermeyer e Ivan Benet. En realidad, su dramaturgia se enmarca en ese teatro que se reconoce en la comodidad aristotélica. Nada criticable. El mejor Ostermeier también es de esta escuela. El núcleo de Bouvetøya funciona con parámetros dramáticos asentados. No nos debe distraer el uso de la cámara en directo, que los personajes luzcan los nombres propios de sus intérpretes o que el dispositivo escénico sea una austera conferencia. Esa primera escena de 2666 o Mammón.

Más relevante es lo que dicen y cómo lo dicen. Cuando se recuerdan sus relatos, lo que queda de ese viaje a la isla de hielo y roca en el confín del mundo es algo íntimo que relega a un segundo plano la reivindicación del teatro como un necesario ritual comunitario. Se impone la historia de un grupo de amigos que ha compartido muchos recuerdos, que necesita rehacer lazos y crear nuevos recuerdos en un escenario. Son fenotipos de adaptación de actores y actrices cuando escasea el trabajo. Desde el fracaso y la miseria absoluta, pasando por el sucedáneo del oficio o la solución profesional alternativa, hasta llegar a aquel privilegiado que sigue viviendo de lo suyo y triunfando, aunque traicione sus ideales. Un conjunto de personajes tan bien dispuesto como el texto, que en realidad nunca oculta su fin último de ser una bella ficción. Y así también es el tono dominante de la interpretación. Con esa naturalidad del teatro-teatro.

Así la paradoja se extiende sin sobresaltos por una propuesta que celebra ser una pièce bien fait cuando igual se esperaba una sacudida catártica. Una revolución de terciopelo con la “materia de la que están hechos los sueños” que deja al espectador con la sensación que ha asistido a un hermoso -y privado- canto a la amistad y que la ansiedad de quizás no poder volver pronto al teatro es una carga que el espectador lleva en su propia mochila.