Molts recorden encara aquella primavera del 1982 en què una potència europea —governada amb mà de ferro— es va enfrontar amb una dictadura que vivia els últims dies per unes illes de l'Atlàntic Sud. Ja fa gairebé quaranta anys d'un episodi que no només va acabar formant part dels llibres de text escolars de tots dos països, sinó que, a més, ha deixat empremtes profundes en la memòria i la vida dels qui la van viure. Veterans de guerra argentins i britànics les exploren conjuntament en aquesta peça de teatre documental que converteix els records en material escènic per estudiar com es relacionen experiència i ficció. Tornen a vestir els uniformes, fan el paper dels seus dirigents conduint-los cap a la guerra, munten una banda de rock i canten cançons i reviuen moments que van des de les festes al vaixell que els duia cap a la guerra fins a l'enfonsament del creuer Belgrano. Tot, per explicar de manera coral una guerra que, curiosament, va durar menys del que els protagonistes han trigat a assajar aquesta representació.
Ha reunit els veterans de tots dos bàndols Lola Arias, una escriptora, directora de teatre i cinema i performer argentina que està acostumada a transitar per les fronteres entre la realitat i la ficció amb propostes de teatre documental. En altres performancesd'Arias, els fills reconstrueixen la joventut dels pares durant la dictadura militar argentina (Mi vida después, 2009), se'ns parla de la vida i del paper de les dones i la comunitat queer en el règim comunista de l'antiga RDA (Atlas del comunismo, 2016) o es reconstrueix la vida d'un arqueòleg sirià que lluita des de fa cinc anys per ser reconegut com a refugiat a Alemanya (What they want to hear, 2018). El 2018, Arias va estrenar el film Teatro de guerra, el seu primer llarg (vist al festival barceloní L'Alternativa 2018), amb els mateixos protagonistes que aquest muntatge teatral.
Valientes. Ese es el adjetivo para describir a los seis veteranos que aparecen en este montaje. No tanto por sobrevivir física y psicológicamente a una guerra, que ya es decir, sino por atreverse a contar su historia, a superar su odio, a unirse a los que les han dicho que son sus enemigos -y a los que literalmente hubieran querido matar pese a no conocerse- y crear una obra de teatro con ellos.
Tres argentinos, dos ingleses y un nepalí -que lucho en el bando inglés- hablando en sus respectivos idiomas. Seis hombres como otros tantos que por voluntad o por obligación acabaron en las trincheras de las Malvinas. Un recorrido por su experiencia, desde que entraron en el ejército hasta las consecuencias posteriores de cuando volvieron de la guerra. Un museo viviente en el que el testimonio gráfico – durante la obra veremos proyectadas un gran número de documentos y fotografías de la época- se une a la experiencia en primera persona. Veremos muestras del proceso, de los errores, de la gestión patética y sus gravísimas consecuencias. De los bulos y de la manipulación mediática. De la situación anterior y posterior. De las muertes por suicidio que los números oficiales no indican. Incluso de los resquicios que quedan ahora: resulta significativo que en las escuelas del bando de los vencidos se siga conmemorando la efeméride mientras que los niños del bando vencedor ni siquiera lo estudien. La historia se escribe de formas muy distintas según en qué lado del mundo te encuentres.
Para el relato, distintas técnicas escénicas capitaneadas por la argentina Lola Arias, entre las cuales la narración, la manipulación de una maqueta o la simulación de una entrevista televisiva. Cada escena forma parte de la experiencia de uno, pero se representa de forma grupal con los miembros de ambos bandos. La música es otro de los grandes elementos expresivos. Ruben Otero, uno de los combatientes argentinos que junto a sus compañeros de la marina pasó más de 40 horas en una balsa perdida en el océano, se marca un solo de batería en directo. Y la potencia y las luces estroboscópicas transmiten la frustración, la rabia y la impotencia para los que cualquier palabra o documento se quedarían cortos. También al final la música tiene todo su sentido. El conjunto toca en armonía una pieza de rock. Pero no es un tema alegre ni dulce. Nada de melodrama ni de final feliz. La rudeza es una constante de la obra, que cuenta la vivencia desde la templanza que da el paso del tiempo, pero con toda la firmeza requerida.
Todos tenemos en la cabeza cientos de películas bélicas. Y la amistad entre enemigos también es un tema recurrente de la ficción. El valor añadido de este montaje es que lo que vemos es real y está ante nuestros ojos. Una experiencia vivencial en la que presente y pasado, causa y consecuencia, memoria y representación se funden en un grupo de hombres que colectivamente se reconcilian con su historia, la que vivió cada uno de ellos.