Si us pregunteu quina validesa tenen les idees revolucionàries que defensàveu fa temps, o si en algun moment us heu mirat al mirall i heu descobert que no us assembleu a la imatge que teníeu de vosaltres mateixos, la proposta escènica de Mariano Pensotti us semblarà feta a mida. Va néixer d'una història real: arran del cop d'estat a l'Argentina el pare del director va enterrar al jardí de casa dels avis un seguit d'objectes comprometedors. No els va tornar a veure fins quaranta anys després, quan el nou inquilí de la casa es va voler fer una piscina i els va trobar. El seu propietari es va enfrontar així amb la persona que havia estat. I va reconèixer tots els objectes com a propis, tret d'un.
La recerca de l'origen d'aquest objecte suposadament aliè és el fil conductor d'una sèrie d'històries que protagonitzen un director que mira de tornar a posar en escena una obra que ja havia representat quinze anys enrere, una cantant que canta les cançons del seu pare i un polític d'esquerra que s’acaba transformat literalment en una persona diferent. Les històries es traslladen a l’escena mitjançant un complex sistema —copiat d'un antic museu de la Patagònia— de decorats en moviment, textos projectats i cintes transportadores que, amb un moviment circular, porten una vegada i una altra els protagonistes a enfrontar-se amb situacions que ja han viscut, però des de perspectives noves. Un relat fascinador i diferent sobre el desig de ser un altre, la tragèdia de ser només un i el temor a deixar de ser qui som.
Hay tantos temas y subtemas en este variopinto espectáculo que parece difícil no dejarse alguno. Está el tema del fetichismo historicista, el de la linealidad de la Historia, el tema de la originalidad versus la copia que mejora el original, el de la autoría y el plagio, el de la identidad y la posibilidad de ser alguien diferente… Nada de esto parece frívolo o banal. Pero nada es llevado al extremo, ni explotado hasta sus últimas consecuencias. Muy al contrario, el espectáculo denota un esfuerzo para trivializar cualquier cosa. Las escenas se suceden a ritmo trepidante, sin profundizar y despojándose de cualquier voluntad de trascendencia. Se explota la comicidad de la mayor parte de las situaciones, que lo son por su planteamiento y también por la interpretación de unos actores que se muestran versátiles y capaces de pasar de un personaje a otro sin dificultad aparente. Parece que el único objetivo del espectáculo sea el de divertir en su sentido más llano. Aunque de pronto, una búsqueda en Google o un paseo por Youtube, rastreando cualquier referencia, nos hace caer en la cuenta de que una cosa lleva a otra y esta otra a la siguiente y uno acaba componiendo historias que se parecen terriblemente a un diorama de los antiguos museos de las ciudades de provincias. Y esto es justo lo que nos recibe en el escenario: un enorme telón móvil pintado con imágenes de dinosaurios, de la acrópolis ateniense, de glaciaciones o de pirámides y unos de cuantos tópicos más.
Está claro que hablamos sobre
el tiempo: unas cintas transportadoras montadas en paralelo pero que se mueven
unas veces en el mismo sentido y otras en sentido contrario, no dejan lugar a
dudas. Los actores juegan a lo mismo, ahora son arrastrados por la cinta, luego
caminan en dirección contraria o quedan en un tiempo sostenido o saltan de una
a otra. No sé las posibilidades reales de usar una auténtica banda de Möebius
en un escenario, pero el espacio escénico que propone Marea es lo que más se le
parece. La metáfora aquí alcanza las dimensiones de una gran alegoría. Y uno
empieza a considerar el hecho de que sea precisamente una cinta magnetofónica
el desencadenante de la acción. Luego están todos los símbolos asociados al
objeto matemático: la naturaleza cíclica de muchos procesos, la eternidad o la
infinitud. Y las muchas esferas a que nos remite: la paradoja, la imposibilidad
de orientación y el movimiento, que entran de lleno en todo tipo de manifestaciones
artísticas tanto plásticas como escénicas. Y de manifestaciones artísticas
habla también el espectáculo: música, videoart, teatro… Del valor de la originalidad
en un mundo globalizado donde todo es susceptible de quedar registrado. Sin
embargo, se trata de historias de gentes comunes que alcanzan el éxito y caen
en el olvido; personajes vulgares que dejan de serlo en un momento, gentes
atrapadas por el propio relato que hacen de sí mismos. Todo junto produce un
cierto vértigo… porque al parecer estamos atrapados en una enorme cinta de
Möebius y a pesar de ello o gracias a esto, vivimos. La banda de Möebius Hay tantos temas y subtemas en
este variopinto espectáculo que parece difícil no dejarse alguno. Está el tema
del fetichismo historicista, el de la linealidad de la Historia, el tema de la
originalidad versus la copia que
mejora el original, el de la autoría y el plagio, el de la identidad y la
posibilidad de ser alguien diferente… Nada de esto parece frívolo o banal. Pero
nada es llevado al extremo, ni explotado hasta sus últimas consecuencias. Muy
al contrario, el espectáculo denota un esfuerzo para trivializar cualquier cosa.
Las escenas se suceden a ritmo trepidante, sin profundizar y despojándose de
cualquier voluntad de trascendencia. Se explota la comicidad de la mayor parte
de las situaciones, que lo son por su planteamiento y también por la
interpretación de unos actores que se muestran versátiles y capaces de pasar de
un personaje a otro sin dificultad aparente. Parece que el único objetivo del espectáculo
sea el de divertir en su sentido más llano. Aunque de pronto, una búsqueda en
Google o un paseo por Youtube, rastreando cualquier referencia, nos hace caer
en la cuenta de que una cosa lleva a otra y esta otra a la siguiente y uno
acaba componiendo historias que se parecen terriblemente a un diorama de los
antiguos museos de las ciudades de provincias. Y esto es justo lo que nos
recibe en el escenario: un enorme telón móvil pintado con imágenes de
dinosaurios, de la acrópolis ateniense, de glaciaciones o de pirámides y unos de
cuantos tópicos más. Está claro que hablamos sobre
el tiempo: unas cintas transportadoras montadas en paralelo pero que se mueven
unas veces en el mismo sentido y otras en sentido contrario, no dejan lugar a
dudas. Los actores juegan a lo mismo, ahora son arrastrados por la cinta, luego
caminan en dirección contraria o quedan en un tiempo sostenido o saltan de una
a otra. No sé las posibilidades reales de usar una auténtica banda de Möebius
en un escenario, pero el espacio escénico que propone Marea es lo que más se le
parece. La metáfora aquí alcanza las dimensiones de una gran alegoría. Y uno
empieza a considerar el hecho de que sea precisamente una cinta magnetofónica
el desencadenante de la acción. Luego están todos los símbolos asociados al
objeto matemático: la naturaleza cíclica de muchos procesos, la eternidad o la
infinitud. Y las muchas esferas a que nos remite: la paradoja, la imposibilidad
de orientación y el movimiento, que entran de lleno en todo tipo de manifestaciones
artísticas tanto plásticas como escénicas. Y de manifestaciones artísticas
habla también el espectáculo: música, videoart, teatro… Del valor de la originalidad
en un mundo globalizado donde todo es susceptible de quedar registrado. Sin
embargo, se trata de historias de gentes comunes que alcanzan el éxito y caen
en el olvido; personajes vulgares que dejan de serlo en un momento, gentes
atrapadas por el propio relato que hacen de sí mismos. Todo junto produce un
cierto vértigo… porque al parecer estamos atrapados en una enorme cinta de
Möebius y a pesar de ello o gracias a esto, vivimos.