Un gran clàssic del teatre nord-americà, en el qual l'amor s'enfronta a l'ambició
Mentre la febre de l’or s’enduu els joves cap a l’Oest, un vell granger del sud es manté aferrat a l’antic pedregar que amb l’esforç de tota una vida ha aconseguit convertir en terra cultivable. Quan els seus tres fills descobreixin que l’ancià s’ha tornat a casar, amb una dona molt més jove que es deleix per recollir l’herència, esclataran totes les tensions acumulades al llarg dels anys entre els murs d’aquella propietat.
Sota la impassibilitat inquietant dels grans oms que rodegen la casa, el desig exacerbat de posseir tant la terra com la dona destarotarà la vida dels protagonistes d’aquesta tragèdia fundacional del teatre nord-americà, escrita ben poc abans de l’inici de la Gran Depressió amb el «Crac del 29».
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Hay dos señas características de esta versión de Iban Beltran y Joan Ollé la excesiva y descomunal escenografía que va girando atrapando la atención del espectador y a sus protagonistas como si fuera una jaula de la que no pueden ni quieren escapar. Y un lenguaje que sirve de excusa para dejar el catalán central aparcado y pasarse a una especie de 'parla' de la Garrotxa. Al minuto dos este hecho pasa totalmente desapercibido y no deja de ser una mera anécdota que está como no podía estar.
Desig sota els oms es un melodrama lleno de codicia, mentiras, pasión, amor donde cuyas bases se fundamentan en un mito de la Grecia clásica, Eurípides. Se abusa de la tragedia hasta límites inimaginables y la dirección ha optado por imprimir un ritmo donde la tensión de algunas escenas acaba desapareciendo e incluso se podría llegar a afirmar que cae en una comedia forzada.
La obsolescencia se deja notar en el trato que se da a los roles masculino/femenino y en frases como "a una casa li cal una dona i a una dona li cal una casa" ("a una casa le hace falta un mujer y a una mujer le hace falta una casa"), para echarse las manos a la cabeza. La cosificación del la mujer no se queda ahí sigue en amenazas de violación o en el uso de la seducción como arma para conseguir su voluntad.
Con una primera parte aceptable dentro de lo que cabe, la segunda se ha dejado en libre albedrío. Con un ausencia más que notable de dirección, el montaje cae en un melodrama que supera los límites máximos que cualquier serial de sobremesa. Con tal situación, y aún teniendo un reparto de primera división, las interpretaciones caen en la afectación y la sobreactuación es tal que nada resulta ya creíble.
Las mejores escenas interpretativas son las protagonizadas por Abbie (Laura Conejero) y Eben (Ivan Benet) durante el proceso de seducción y de descubrimiento de la pasión. Son los únicos donde el ritmo y la interpretación van a la par, donde la química parece emanar del escenario.
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