Màgica, espectacular i emocionant
Tamino, atacat per una serp, és salvat per tres serventes de la Reina de la Nit que li promet la seva filla Pamina si la salva del malvat Sarastro. Acompanyat de l’oceller Papageno, i de una flauta i uns cascavells màgics, troba Pamina i coneix que Sarastro la protegeix de la mare. Enfrontat a tres proves per aconseguir Pamina, Tamino les supera, mentre la reina furiosa intenta arribar a ells per ser finalment vençuda.
Obra plena de simbolismes i referències a la maçoneria, va ser la darrera òpera de Mozart qui la va dirigir a la seva estrena, poc abans de morir. La producció entusiasma allà on va, barrejant cantants amb animacions acolorides en una estètica del cine mut dels anys 20.
Casi podríamos explicar la historia de la ópera en la dicotomía planteada en la maravillosa obra de Strauss Capriccio: Prima le parole doppo la música o prima la musica doppo le parole. Esta condición dual del lenguaje operístico, se ha convertido en el siglo XX en una lucha, no siempre equitativa, entre la puesta en escena y la interpretación musical de las óperas en los teatros de nuestros días.
Esta vez la dualidad escénica contaba por un lado, con un montaje realmente hermoso, imaginativo y lleno del espíritu lúdico de la obra de Mozart. Por el otro, este clásico, que parece que nunca nos cansaremos de escucharlo, fue interpretado por un elenco homogéneo, formado por cantantes jóvenes pero sumamente eficaces: una linda voz con un fraseo muy correcto fue lo que definió a La Pamina de Mareen McKay, mientras el Tamino de Jussi Myllys se caracterizó por una excelente línea vocal, sin cambios de color en los registros y el Papageno de Richard Sveda siempre estuvo en el tono correcto no solo vocal sino actoralmente. Un poco pequeña la voz de Olga Pudova para la Reina de la Noche, que nos regaló, sin embargo, unos agudos seguros y cristalinos. y debemos destacar el trabajo del bajo Dimitry Ivashchenko en su potente Sarastro. Musicalmente debo decir que estuvo bien logrado, la dirección musical te dejaba escuchar todas las tramas melódicas del tejido mozartiano. En conjunto podemos decir que ha sido un espectáculo homogéneo, equilibrado y bien cuidado. Pasas una muy agradable velada disfrutando de este trabajo.
La cuestión interesante para reflexión de cómo funciona en nuestros días la ópera, pasa por el hecho de que la partitura fue intervenida. Es cierto que esta no es la primera vez que una partitura se "adapta" a la puesta en escena, no cortando sino agregando cosas que no están escritas por el compositor, al menos para esa obra. Un ejemplo bastante reciente es el montaje de Andrea Chenier del Festival de Bregenz de 2012. Sin embargo, hay que decir que en este caso la intervención, que está plenamente justificada, porque hace que los recitativos del signspield se conviertan en letreros de cine mudo, lo cual es parte de la estética de esta inteligente puesta en escena, no logra la relación atmosférica que si logran los recitativos y fracciona un poco la fluidez rítmica de la obra. ¿Tenemos derecho a intervenir partituras de obras maestras? No podemos esgrimir rigidez en un mundo de evolución constane, como el escénico. ¿Es válido hacer que la música esté al servicio de una puesta en escena y no al revés? Esa es la pregunta que debemos hacernos en la ópera de nuestros días y acaso, las diferentes respuestas, nos den los montajes del futuro.
En cualquier caso, la aplicación de la tecnología escénica en un trabajo como este ha sido un éxito total, sobre todo proque logra la creación de una ficción sin fisuras y con la magia de la música de Mozart.