El beso de la mujer araña

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Sinopsi:

Què és ser home?

A la presó, Molina i Valentín són companys de cel·la. Molina és una dona en un cos d'home, tancat per seduir un menor. Valentín és un activista polític, que vol canviar el món torturat durant els interrogatoris. Per escapar de la realitat, Molina evoca pel·lícules antigues, a través de les quals en un procés d'identificació amb els seus protagonistes i secundaris, reflexionen sobre la pròpia vida i la identitat política i sexual. Un combat interior amb moltes ferides obertes i una pantera que no deixa de rugir.

Una història prohibida que treu a la llum la necessitat d'estimar l'ésser humà. Valentín i Molina durant la tancada són companys d'un viatge existencial, un viatge d'alliberament. Es tracta d'un gairebé thriller que fa olor de bolero. Mentre fora del seu aïllament regnen la mort i la tortura, somien un món que continua esperant una revolució. L'alliberament polític passa per l'alliberament dels cossos.

“Quan es fa fosc sempre es necessita algú”.

J. M. Mora

Crítica: El beso de la mujer araña

10/06/2023

Historia de un beso

per Gabriel Sevilla

En una nota al pie, hacia la mitad de El beso de la mujer araña, Manuel Puig desliza una clave, no sólo de su novela, sino de toda una época. Es una cita de Herbert Marcuse, el filósofo que enamoró a la juventud del sesenta y ocho con Eros y civilización, donde fantaseaba con la doble revolución, política y sexual, que había de derrotar la tiranía del productivismo con el placer improductivo de las perversiones. Un beso imaginario de Freud a Marx que había de unir a oprimidos y reprimidos contra opresores y represores. De eso hablan, sobrevolando la cita, los protagonistas de El beso de la mujer araña, el homosexual y transgénero Luis Molina, encarcelado por corrupción de menores, y el cishetero Valentín Arregui, preso político por su militancia de izquierdas. En su pequeña celda de Buenos Aires, mientras comentan melodramas nazis o el Hollywood de terror, Molina y Arregui acercan sus disidencias hasta fundirlas en un apasionado magreo freudomarxista. Vienen a decir lo mismo que Marcuse en su ensayo: “Hoy, la lucha por la vida, la lucha por Eros, es la lucha política”. Por supuesto, el beso sale mal. El de Marx y Freud y el de Molina y Arregui. No tanto el de la mujer araña, que hoy sigue brillando en sus diálogos cinéfilos, recordándonos que, ya en los setenta, uno se desquitaba del beso fallido de la revolución con los pequeños besuqueos de la pantalla.

Estos días puede verse en el Teatre Goya una adaptación de El beso de la mujer araña. Una versión de riesgo de Diego Sabanés, que elimina cinco de las seis películas que Molina le contaba a Arregui y lo apuesta todo a la primera, Cat People (1942), de Jacques Tourneur. Todo un acierto, no sólo porque evita los peligros de una fidelidad extrema que recargaría absurdamente la función, sino porque elige quizá la historia que mejor habla de los personajes de Puig. La mujer pantera que describe Molina es una misteriosa europea del este que aterriza en Nueva York en plena guerra mundial, que se transforma en fiera cuando un hombre la besa y que, por ello, se gana a pulso su destrucción, ya que ha destruido el sacrosanto to-be-looked-at-ness del Hollywood clásico. Irónicamente, su primera víctima es el psicoanalista que intenta salvarla de sí misma, una mezcla de Freud y Casanova devorado por la feminidad salvaje llegada del Viejo Continente, algo que resuena con fuerza en la transexualidad romántica de Molina y en el psicoanálisis autodefensivo y androcéntrico de Arregui. Una muestra de la maestría de Puig para explicar su tiempo mediante una ficción que comenta otra ficción de otro tiempo.

La dirección de Carlota Ferrer es irregular. Funcionan muy bien los juegos de luces de David Picazo con la escenografía de Eduardo Moreno, los espacios estroboscópicos para la tortura o el video mapping documental que nos saca a la calle por los muros de prisión. Funciona incluso el superdotado atrezo de la celda, inverosímil de puro lujoso, en tanto que sirve a las mutaciones que llevan adelante el relato. El problema es el espacio sonoro de Tagore González, hiperrealista hasta la gratuidad en los foleys pero deficiente en el recitado de texto, que a veces no llega a segunda fila de platea pese a llevar intérpretes microfonados. Tampoco se entiende el uso azaroso de las voces pregrabadas o del micrófono de mano, ambiguas decisiones a caballo entre la ocurrencia artística y el derroche técnico.

Las interpretaciones tienen también sus altibajos. Eusebio Poncela es un Molina hecho a medida, logradísimo en el suave afeminamiento que caracteriza a su personaje y que se apodera de la prosodia y la gestualidad de la pieza, relativizando el género con más credibilidad que ninguna proclama. Ígor Yebra, en cambio, está menos ducho en el recitado, atrapado en un monorregistro totalmente átono, que compensa a ratos con sus portentosas coreografías de pantera o de torturado. El gran punto flaco, sin embargo, es la estrambótica decisión de dirección que obliga a Yebra a pasar por el guiñol para interpretar al alcaide, ridiculizando el giro de guion donde Puig cifraba todas las traiciones personales y políticas, el epicentro del desencanto de la historia y de la Historia.

El beso de la mujer araña de Ferrer y Sabanés se estrenó en septiembre pasado en el Teatro Bellas Artes de Madrid, y estará en el Goya de Barcelona del 6 al 18 de junio. Por azares del calendario, su gira catalana cae entre las dos fechas que mejor explican la función, el 17 de mayo y el 28 de junio. Es decir, el Día contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia, por aquel mayo de 1990 en que la Organización Mundial de la Salud despatologizó la homosexualidad, dos meses antes de morir Puig. Y el Día del Orgullo LGTBIQ+, por aquel junio de 1969 en que los disturbios de Stonewall impulsaron el activismo gay que late de la primera a la última página de la novela. Para bien o para mal, la versión teatral de El beso de la mujer araña, como su exitosa adaptación al cine por Héctor Babenco, no deja sentir las tribulaciones de Puig en sus sesudas notas al pie o en muchos de sus diálogos. Sin las citas de Marcuse o de Freud es difícil captar la utopía fallida del desenlace, la molinización de Arregui y la arreguización de Molina como algo más que justicia poética, aderezada con cuatro chascarrillos binarios que ya nos hacían reír con Aristófanes. Y tal vez sea inevitable, porque no se puede transplantar una novela entera al escenario, y mucho menos su aparato crítico. Pero eso hace que el beso teatral de la mujer araña esté más cerca de películas redentoras como Fresa y chocolate que de la beligerante novela que adapta. Que la función caiga entre el 17 de mayo y el 28 de junio, dejándose enmarcar silenciosamente por las efemérides que la explican sin tocarla, es quizá la mejor prueba de ello. La culminación de un éxito desmemoriado. El final agridulce de la historia de un beso.