Com eres de petit? Quins referents aparentment innocents van condicionar el que ets ara? Quins records tens de la teva infància i per què són aquests i no uns altres? Has aconseguit ser aquell futbolista, astronauta o rei del món que desitjaves? O ets soci del Barça, vius a la lluna de valència i et creus el rei de casa teva? Sí, tot són referents masculins. On són les dones? O més ben dit: On eren les dones entre els referents de la nostra infància? Aquestes són només algunes de les preguntes que, de petites, ni tan sols ens vam saber formular, però que ara desgranem a El mar no cap dins d’una capsa de sabates, un espectacle que se submergeix en la infància de tota una generació per fer-ne una revisió crítica. Perquè sí. Perquè potser, mentre jugàvem a gogos i tazos, integràvem també una determinada forma d’entendre el món. Perquè potser, només potser, l’espai de llibertat que sentíem en els nostres jocs d’infància no era tan ampli com ens pensàvem. I perquè potser, de la mateixa manera, si ara, passats els anys, tornéssim al pati de la nostra escola, aquell pati immens que recordàvem, ens semblaria petit com una capsa de sabates.
Los roles de cualquier grupo quedan definidos incluso en la no tan tierna infancia, y eso hace que los dos niños y las dos niñas protagonistas del nuevo montaje de la cia. El Martell sean muy reconocibles. Todos hemos conocido al repipi vigilante de las normas, a la pasota despistada, a la niña cruel pero adorable en apariencia y al bruto de la clase, que en esta ocasión se quedan castigados sin patio. Paralelamente, vemos la evolución de los que sí juegan y de cómo, a medida que las convenciones van calando, las situaciones de paz, harmonía y felicidad van desequilibrándose.
La función dirigida por Laia Alsina Ferrer queda dividida en dos partes. La primera, que alcanza tres cuartas partes de la obra, juega con un código corporal a camino entre la danza y el texto que resulta un abrazo nostálgico a los entretenimientos de esta época vital: Futbol – con movimientos de danza clásica que recuerdan a La Partida de Vero Cendoya- , intercambio de cromos, la peste alta, coreografías, juegos con la arena, juegos de manos… El ritmo picado y las enérgicas interpretaciones de Andrea Artero, Cristina Arenas, Martí Salvat y Toni Guillemat crean una atmosfera divertida, aunque en ocasiones resulta estirada y algo repetitiva. La cosa cambia hacia el final, a partir de un momento cumbre de improvisación e interpelación en el que se acaban el gesto y la alegría naif para pasar a una segunda parte más oscura y triste. Conceptos como el juicio, el castigo, la posesión o los roles clásicos de género entran en escena, dejándonos un reflejo de la vida adulta que parte, ligeramente, de la semilla plantada en la niñez. Salimos del mar y entramos en la caja de zapatos.
A nivel de puesta en escena, vale la pena destacar la iluminación de Ruben Taltavull, que sirve para que viajemos a través de los distintos espacios y emociones en medio de una escenografía vacía, ocupada por tan solo cuatro sillas típicamente escolares.
El resultado es un espectáculo irregular, entretenido y de buena base, pero al que le falta algo de contundencia con el mensaje. Los puntos fuertes recaen pues en la puesta en escena y las completas interpretaciones, que cuentan además con canciones a cappela, bailes y cuidadas coreografías.