El director Àlex Rigola trasllada la modernitat de Henrik Ibsen al nostre present per explorar les contradiccions d’aquest gran personatge femení que és Hedda Gabler.
Adaptació lliure del clàssic contemporani, considerat un dels primers textos de la dramatúrgia moderna i llargament representat als escenaris del Lliure. Desubicació, desitjos, amors i desamors, conflictes ètics i destrucció són les temàtiques principals que naveguen per la peça.
Com va escriure Ibsen mateix: “Busco representar ésser humans, emocions i destins humans sobre la base de les condicions i els principis socials del present.” Sota aquesta premissa, el director proposa una posada en escena totalment despullada que deixa tot el pes de la funció en les actrius i els actors, en les pròpies tensions dramàtiques de la peça i en aquesta confidencialitat que es troba en la proximitat amb l’espectador, que conviurà amb els artistes dins les parets d’una caixa de fusta.
En el Grec de 2017, un inspirado Àlex Rigola planteó un experimento singular, encerrar a los espectadores en un claustrofóbico cubo de madera para neutralizar la distancia entre el público y el sentido de la obra. De aquel iniciático 'Who is me. Pasolini' saltó meses después al ya antológico 'Vania', un Chéjov servido en un receptáculo parecido, con un número reducido de asistentes respirando al unísono con el reparto. Seis años después, Rigola vuelve a su caja-escenario para adentrarse en la psique retorcida de Hedda Gabler, emblemático personaje de Ibsen que desnuda hasta el límite para destilar solo la esencia de su tragedia, el tedio que estrangula su felicidad.
La pirueta era complicada, Ibsen no es Chéjov. El teatro burgués del noruego es más conflictivo y arisco, las situaciones se acaban emponzoñando por la sinrazón. Cuesta empatizar con esa Hedda codiciosa y zalamera, capaz de todo para ser el centro de atención, tan distante por su apatía del empoderamiento femenino de nuestros días.
La versión prescinde del ritmo y los detalles que dan a la obra un aire de thriller, va tan directa al tuétano que en una sola hora de montaje cuesta incluso dibujar el carácter de los secundarios y algunos conflictos de la trama. A Rigola parece importarle poco, porque en esa búsqueda del alma del texto se acaban confundiendo los personajes con los intérpretes, que conservan sus nombres de calle y se ven privados de casi todas sus herramientas expresivas. Prohibida la afectación, el lucimiento gestual, con la trastienda de las palabras se construye una atmósfera de recogimiento irreal, hipnótica. Así, entre los pliegues del sentido aparece la sustancia última de la obra: casi un milagro (...)
Siempre estuvo allí la conclusión: no se puede ser feliz viviendo a la sombra de otra persona. El jueves pasado la protagonista estaba visiblemente constipada, imposible disimularlo con tan poca distancia. ¿Cambió eso algo? Al contrario, la realidad se transluce con el teatro y viceversa. Cuando salimos del cubo de Rigola nos cuesta aún más distinguir dónde está la frontera.
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