Cassandra significa en grec antic “la que enreda els homes”. Una endevina que per despit d’un déu no rebrà mai el més mínim crèdit per als seus pronòstics. Sergio Blanco, el prestigiós autor i director uruguaià, torna al festival amb un monòleg per desmitificar el mite. Cassandra és ara un noi amb nom de noia, que viu al marge, que sobreviu del contraban i que s’expressa en una llengua que no és la seva ni la de l’autor. Una obra escrita en un anglès molt bàsic, comprensible per tothom. A través de les seves històries passades, Kassandra ens explica les nostres històries presents: les nostres insuportables guerres, les nostres infortunades Troies.
Elisabet Casanovas, finalista d'actriu als Premis de la Crítica 2018
En 1983 Christa Wolf publica Kassandra, un relato desmitificador de la princesa de Troya. Una mujer marginada, utilizada por hombres y dioses, que decide ser dueña -hasta las últimas consecuencias- de un destino dictado por los clásicos. Sergio Blanco -en la misma línea- propone en su monólogo homónimo una desmitificación aún más radical de un personaje trágico (profetisa sin credibilidad, vestal violada, víctima de la guerra). Ser al que sólo ceden la palabra para una escena de locura en Las troyanas de Eurípides.
La Kassandra de Blanco es una transexual migrante que resiste en los márgenes de la dignidad en un paisaje que no es el suyo, en una lengua que no es la suya. Superviviente que se reivindica con su cuerpo elegido, que defiende con rabiosa sinceridad su libertad e identidad sexual, por encima de las normas de la guerra y la moral monolítica. Luchadora que reescribe sin límites el pasado heredado. Una reencarnación de estética hiperbólica. El dibujo de una pin-up canalla. Un personaje por dentro y por fuera “on fire”.
Una nueva biografía que aún conserva del viejo mito su deriva trágica. Un poso que Sergi Belbel no ha cuidado en una puesta en escena con todo el peso dramático y emocional volcado en la celebración exuberante que ofrece Elisabet Casanovas. Dice Abel González Melo en su prólogo a la edición de Arola del teatro de Blanco: “El dramaturgo se sirve del teatro como herramienta para […] perturbar el alma del que está enfrente”. Y eso es tan cierto en la obra del autor uruguayo como ausente en este montaje. Quizás es previsible que importe poco la muerte de la Casandra de Homero o Esquilo, pero nos debería tocar el ánimo saber que la Kassandra de Blanco -intacto su don estéril de conocer el futuro- se dirige hacia una segunda muerte anunciada. Un destino desdibujado por una propuesta teatral que prescinde desde el principio de ese tiempo detenido -aunque sea una respiración- en el que se hace recuento de las ruinas de la vida. El instante previo a que Scarlett O’Hara se levante y decida que “mañana es otro día”.
Casanovas se entrega con todo su ser y energía a la línea arrolladora marcada por el director. Actuación generosa, seductora, magnética. El gran espectáculo de una actriz que domina la relación directa con el público y el espacio: un símil aseado de un club de carretera teñido de rojo y neón magenta. Una actuación con tanta fuerza, desparpajo y convicción que nos hace olvidar la fragilidad del personaje, la complejidad de su situación. Es el retrato anímico de alguien que ha triunfado a cañonazos sobre su sino trágico. Se intuye muy en el fondo que hay heridas incurables, aunque Casanovas nos convenza con su extraordinaria performance que es un cuento escrito por un hombre.