El Pau, el Xavi i el José Luis són tres amics que han decidit anar a viure junts, però el pis té quatre habitacions i necessiten una persona més: la Berta. I quin és el problema? Que la Berta és l’ex del Pau. I al Xavi i al José Luis els hi agrada. Tot i que de tant en tant el Xavi i el Pau fan kràmpacks per passar-ho bé. Però del rollo amics. No és sexe, ni amor… o potser sí?
Una comèdia que va marcar a tota una generació.
La comèdia més exitosa d’un dels creadors de “Plats bruts”.
Simpática, divertida y refrescante. Kràmpack marcó una generación. Estrenada en pleno verano de 1994, explicaba la historia de cuatro amigos (Joel Joan, Jordi Sànchez, Eduard Fernández y Mónica Glaenzel) que se van a vivir juntos. La obra, escrita por un debutante Sànchez y dirigida por Josep Maria Mestres, fue un éxito en el Festival de Sitges, arrasó en Barcelona y, de ahí, se fue hasta Madrid e incluso Caracas. Además, fue el germen de una serie de culto en Catalunya (Plats Bruts) y Cesc Gay la adaptó al cine a principios del año 2000. Pocas obras conectaron tanto y tan rápido con el público. Se mire por donde se mire, ‘Kràmpack’ fue un éxito rotundo.
No es casual, pues, que ansiosos como estamos en la cartelera barcelonesa de grandes éxitos y de (re)conectar con la juventud, ‘Kràmpack’ haya vuelto. Una práctica, por cierto, cada vez más habitual. Lo ha hecho en el Teatre Aquitània, donde se estará hasta principios de enero, dirigida por Pep Antón Gómez e interpretada, con solvencia, por rostros televisivos como Jaume Casals, Lídia Casanova, Àlex Ferré y Mikel Iglesias. El texto sigue siendo el mismo ya que, según los responsables del nuevo montaje, los intereses de los veinteañeros no han variado: gustar, triunfar y follar. La homosexualidad y bisexualidad de los personajes ha pasado, evidentemente, a un segundo plano, pero el resto casi no ha cambiado. Tampoco lo necesita.
25 años después de su estreno, Kràmpack sigue funcionando. Por el difícil equilibrio entre comedia y tragedia, por los diálogos rápidos y fluidos que se convertirían en marca de la casa e, indudablemente, por sus personajes. Cercanos, creíbles, reales. ‘Krampack’ funciona, simple y llanamente, porque está bien escrita, bien estructurada y nos habla, entre otros muchos temas, de algo universal: el amor. Aun así, ha pasado de ser un retrato vital y sincero a convertirse en un mero entretenimiento. ¿Serán capaces de conectar los jóvenes de hoy en día con este Kràmpack? ¿Se sentirán identificados con los personajes y sus vivencias como hicieron sus padres y tíos en los años noventa?
Si echamos una ojeada a las historias de los montajes escritos e interpretados, aquí y ahora, por veinteañeros, nos encontramos con tres constantes inexistentes en el texto de Jordi Sànchez: precariedad, feminismos e importancia de la estética. Pienso en ‘Livalone’ de Francesc Cuéllar, en ‘La mujer más fea del mundo’ de Ana Rujas y Bárbara Mestanza o en ‘This is real love’ del colectivo VV.AA. Tres piezas totalmente diferentes en forma y fondo pero con una característica en común: Son lo opuesto a la obra que nos ocupa. Tanto en temática como en puesta en escena. Aún así, Kràmpack funciona y divierte como buena sitcom de los 90 (al estilo Friends, Plats Bruts o Frasier), pero, por desgracia, no consigue sacudir y emocionar al espectador como lo hizo hace más de veinte años. ¿Necesitábamos recuperar éste éxito de nuestro teatro?