Macho grita és una comèdia musical que parteix del mite de Don Juan per a indagar en la relació entre el nostre present i el cicle que inaugura l'any 1492. Un acostament personal a la "Reconquesta", al "descobriment d'Amèrica" o a l'expulsió dels jueus i els moriscs, per pensar amb humor com es construeix "el Macho" en aquest territori.
Neix del desig de treure el cap a la història invisible (o invisibilitzada) d'Espanya, amb la petita esperança d'entendre coses que serveixin per a la vida avui, quan la voluntat de domini i l'afany depredador sobre els que hem construït les nostres societats amenacen de liquidar-nos.
Alberto San Juan
El mito de Don Juan, no hay que olvidarlo, nació en la imaginación de un fraile español del siglo XVII que había hecho, entre otros, voto de castidad. El fraile, apodado Tirso de Molina, fue desterrado a Sevilla por los escándalos que sus comedias provocaban en la Corte de Madrid. Y es probablemente a orillas del Guadalquivir donde, virgen y cuarentón, colgó imaginariamente los hábitos para enfundarse en la piel literaria del mujeriego andaluz que mentía y forzaba a sus víctimas y que, por seducir, acabó seduciendo al mismísimo canon occidental, donde entró por la puerta grande junto a figuras como Antígona, Don Quijote, Frankenstein o Drácula. Fue un católico casto y castizo, creyente y practicante, servidor de la Santa Madre Iglesia, quien confundió lo español con lo seductor y la seducción con la burla. No es negrolegendarismo. En los versos de Tirso, “España” rima con “engaña”.
España y yo somos así, señora
Alberto San Juan ha escrito, dirigido y protagonizado una obra sobre Don Juan y sobre España. El resultado es Macho grita, una mezcla de teatro didáctico y cabaret político, de Lehrstück a lo Bertolt Brecht y Songspiel a lo Kurt Weill. Una autocrítica campechana, conferenciada y musical del hombre cis, hetero, blanco y con dinero, en sus propias palabras, donde acecha, bajo una impecable gestualidad de izquierda vegetariana, un teatro de tesis enormemente ambicioso sobre la historia de España y sobre ser español, si tal cosa puede definirse.
La función empieza bien. Palmas por bulerías para la esperada entrada del icono de la izquierda teatral española, con todo su encanto y su autoironía chulapa de “galán de medio pelo”, como se definió a sí mismo en Autorretrato de un joven capitalista español (2013). Y uno ríe a gusto con la jocosa génesis del espectáculo. San Juan nos cuenta que deseaba hacer un Tenorio con la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Pero su director, Lluís Homar, le deslizó amablemente que se le había pasado el arroz. Como macho que grita, sin embargo, San Juan está acostumbrado a hacer su santísima voluntad. Y en su insistencia oímos ecos paródicos de la ‘libertad, carajo’ que hoy sobrevuela su Madrid natal. Así que San Juan decidió ser San Juan haciendo de Don Juan, deconstruir al Don y al San y, de rondón, deconstruir la historia de España. Ahí es nada.
Y entonces viene la tesis. Lo español, para San Juan, se erige desde los Reyes Católicos sobre una masculinidad donjuanesca que presume de burlar mujeres y matar hombres. Y ese macho que grita y fanfarronea, basado en una escena tabernaria de José Zorrilla (no de Tirso), explicaría la España moderna y contemporánea, desde la conquista de América hasta los fastos de 1992, pasando por la expulsión de judíos y musulmanes o la Santa Inquisición. Todo sería berrea para San Juan. Un marquiniano “España y yo somos así, señora”. Y los éxodos religiosos nos devolverían, de golpe y porrazo, a la eterna figura del exiliado español y a una cíclica guerra civil. Rebotes intempestivos de un tema en otro para intentar una historia total de España-Sefarad-Al Andalus como una alucinada charla de bar. Ni toda la afinidad ideológica que algunos tenemos con San Juan puede salvar a Macho grita de su autorreducción al absurdo.
Zambrano, Ferlosio y Suspiros de España
Hechas las presentaciones, empieza el aluvión de citas y el breve curso acelerado de historia patria. Amenizan como pueden algunos chascarrillos de la casa y, sobre todo, Claudio De Casas a la guitarra, Miguel Malla al piano y el saxo, Gabriel Marijuán a la batería, Pablo Navarro al contrabajo y una ocasional bailaora que, entre tanta masculinidad deconstruida, no acaba de aparecer en el programa de mano. Silencio incómodo. Esperemos que pronto nos digan su nombre.
Los músicos de San Juan, quizá lo mejor de la función, pasan de los ritmos bailables a la nana, de los pasodobles de siempre a canciones de todo pelaje. Lástima que muchas sean versiones sólo instrumentales, porque se pierden las impagables letras de los machos que gritan en ellas. Se pierde el machismo poético y nacionalcatólico de Suspiros de España, los cuatro rayitos de Sol que Dios fundió para hacer una mujer. O el machismo contante y sonante del putero que, en El vito, lamenta cómo “Una vieja vale un real / y una muchacha dos cuartos”, abocando al pobre a lo más barato. Masculinidades que merecen deconstrucción, por no decir demolición. Otra cosa es que expliquen tanta historia como pretende San Juan.
Sería imposible resumir todas las citas, nombres, fechas y libres asociaciones, en general, de una función que deambula entre el enciclopedismo popular y el cajón de sastre. San Juan apunta referencias muy interesantes, como la Carta del exilio de María Zambrano o las reflexiones de Adolfo Sánchez Vázquez sobre el mismo tema. Nos habla de la historia de España como historia de la bastardía, en palabras de María Galindo. O ridiculiza la “Disneylandia sevillana” de la Expo 92, según la tribuna de Rafael Sánchez Ferlosio en El País, ‘Esas Yndias equivocadas y malditas’. La lista, por supuesto, es mucho más larga. Una infinidad de islotes que no acaban de formar archipiélago.
Fiarlo demasiado largo
Mención aparte, por desconcertante, merece la actuación de San Juan. Es verdad que no ayudan las cosas del directo, los teléfonos sonando a media función (“Si es para mí, que no estoy, que estoy trabajando”, ironizó molesto el actor) o unas enloquecidas luces de proscenio que nos distraían a todos, y que provocaron un justificado reproche en directo de San Juan al Teatre Condal. Pero llegaron a ser inquietantes las lagunas de memoria, unidas a una dramaturgia ya de por sí desdibujada. Por suerte, San Juan mantiene intacta la complicidad de una buena platea de incondicionales en Cataluña. Su Don Juan, sin embargo, se lo ha fiado a sí mismo quizá demasiado largo. Y el Comendador ha asomado en forma de altibajo. Esperemos que, función a función, recupere su buen ritmo de otras veces.
Menos Don Juan, más San Juan
Macho grita se estrenó en mayo de 2023 en el Teatro de la Comedia de Madrid, Sala Tirso de Molina (dónde si no), y ha estado girando hasta recalar en el Condal de Barcelona en la inauguración de este Festival Grec 2024. Uno reconoce la fórmula sanjuaniana de siempre, en verdad nacida con el primerísimo teatro político, con aquel Después de todo (1925) de Erwin Piscator y Félix Gasbarra. Una historiografía militante y arrevistada que San Juan pulió en Mundo obrero (2018) y Masacre (2017), quizá su mejor obra. Que adquirió banda sonora a tiempo completo con Nueva York en un poeta (2021). Y que ya apuntaba este tema de ahora, por extraño que parezca, en el montaje anterior de San Juan, Lectura fácil (2022), donde uno de los secundarios masculinos disertaba, en un seco sin llover, sobre 1492, Antonio de Nebrija, Cristóbal Colón y el imperio español. Macho grita parece un spin off de aquel obstinado parlamento.
Sea como fuere, el Don Juan de San Juan no acaba de funcionar. Y duele decirlo de alguien que ha convencido tanto y tantas veces, en el fondo y en las formas. Desde que empezó con la compañía Animalario en 1997 hasta la creación del Teatro del Barrio en 2013 y todavía hoy, su teatro popular y político ha sido un soplo de aire fresco, una tercera vía entre el drama aristotélico y el posdrama lehmanniano. Una pequeña épica brecthiana del siglo XXI español. Con Macho grita, la épica ha tenido un bache. Esperemos que vuelva pronto por sus fueros. Que salga Don Juan y vuelva San Juan.