Una parella de Barcelona es troba de vacances a la ciutat de Foz do Iguaçu (Estat de Paranà, Brasil), a prop del punt conegut com La Triple Frontera, on hi ha la cruïlla entre Argentina, Brasil i Paraguai. En aquesta geografia es produirà el xoc, al principi aparentment inofensiu, d’un matrimoni que porten junts gairebé trenta anys. La irrupció d’un jove viatger solitari, que han conegut casualment en una de les rutes turístiques i que se’ls ha sumat espontàniament, serà el desencadenant d’una discussió quan la parella torna a l’hotel.
El que havia de ser un viatge idíl·lic i plaent es veurà definitivament truncat quan el matí següent a la discussió, ell s’aixequi i es trobi que la seva dona ha abandonat l’hotel i se n’ha anat a Argentina, fora de les seves previsions i de la ruta de viatge. A poc a poc anirem descobrint les connexions de la parella amb la geografia i amb un episodi dolorós i no parlat que aquest viatge fa sortir a la superfície.
De vacaciones por La Triple Frontera, donde se cruzan Argentina, Brasil y Paraguay, una pareja discute. Ella, interpretada por Lina Lambert, se va al país de la plata y él, Pablo Viña, intenta encontrarla. Por el camino, ambos se encuentran a un variopinto grupo de personajes con los que entablaran breves conversaciones. Y son estos, los secundarios, los que salvan esta road movie de Josep Maria Miró.
El choque cultural es uno de los elementos más subrayados en el texto y en la dirección de Gabriela Izcovich, quien opta por una puesta en escena austera, vacía, con tan solo algunos elementos que entran y salen –una cama, un banco, un carrito de la limpieza- y unas pocas proyecciones. Por un lado, resulta difícil olvidarse de la banalidad del turismo cuando los protagonistas acaban hablando de todos los elementos típicos de la zona: psicología, mate e incluso el culto a Eva Perón. Además, el empeño en distinguir las dos culturas hace que la pareja española nos resulte distante. Ella, tremendamente seca y altiva. Él, más amigable pero también egocéntrico. Hay algo en ellos que transmite una antipática creencia de superioridad, por ejemplo en su obsesión por no ser tocados o en la frialdad con la que responden a la hospitalidad de los autóctonos. No empatizamos con la pareja ni siquiera al final, cuando su misterio – por otro lado bastante predecible- se resuelve. Todo ello contrasta con la simpatía y la “buena onda” de los autóctonos, siempre dispuestos a hablar y ayudar a un desconocido.
Cabe decir que lo que más vale la pena del montaje son las actuaciones camaleónicas de Eugenia Alonso y Esteban Meloni, que hacen unos cambios espectaculares con tan solo rápidos cambios de vestuario, a veces en la propia escena. Desde la divertida encargada de la limpieza que recuerda sin quererlo datos innecesarios hasta la atractiva mujer que disfruta sabiéndose deseada por desconocidos. Desde el amigable pero atormentado conductor de autobuses hasta el cura que tiene miedo de partir a una misión humanitaria. Los mismos actores ofrecen un amplio conjunto de personajes, de edades, caracteres, orígenes y estilos de vida completamente opuestos, pero todos ellos interesantes. Salimos del teatro con la sensación de que podría habernos cundido más una obra centrada en cualquiera de ellos.