Vint -i -cinc segles després, Aristófanes segueix sent un símbol llibertari amb les seves rialles, les seves crítiques i les seves fantasies utòpiques. La nostra proposta té com a objectiu reclamar la llibertat d’art en un moment en què és víctima d’una societat sobreprotectora.
Amb una dramatúrgia contemporània, combinant música, dansa, literatura i visual ens centrem en la infantilització del món adult que condueix a viure en una il·lusió, en un món de Disney, on l’art ha de ser correcte, fàcil i no fer mal. Art de vaselina.
Sobre la idea que l’art ha de ser ignorat a la moral, construïm un espectacle on Aristòfanes, Chaplins o Molières encarnen la rialla del dissident d’una societat basada en la religió dels sentiments. Des de l’humor i la sàtira mostrem la bona perversitat que apunta, traeix i limfa fins als discrepants de les noves fogueres de Twitter, Facebook i altres xarxes.
No estem en un joc de bo i dolent, ni en determinar la moral a seguir, intentem il·luminar la falsedat tan evident que el propi espectador descobreix una altra realitat insospitada.
A finales de los 70 se transformaron en un símbolo de la libertad de expresión, consejo de guerra mediante, y más tarde ejercieron de azote del pujolismo. Ahora las tornas han cambiado y los poderosos ya no parecen el objetivo a cabrear, más bien al contrario. Els Joglars vuelven a Barcelona superado ya el autoexilio que impuso Albert Boadella cuando el 'procés'. Ahora, bajo el liderazgo de Ramon Fontserè presentan obra para celebrar los 60 años de actividad de la compañía, un récord viviente. En '¡Que salga Aristófanes!' (Teatre Apolo) quieren tirar del hilo de la libertad de expresión pero se enredan y acaban enmarañados. Lo que acabamos presenciando es un manual de tópicos reaccionarios, argumentario para señoros, neorrancios y otras criaturas que se desenvuelven mal en un presente que aspira a ser menos casposo.
Antes de entrar en el mensaje, hay que reconocer que las formas de Joglars encandilan. En esta nueva etapa sin Boadella se intuye un retorno a los orígenes, a un lenguaje más artesanal, a las viejas técnicas de 'troupe' popular con base en la comedia del arte. No se puede negar que Fontserè sigue en forma como actor, su carisma y dominio del escenario son encomiables, también lo es la solvencia de otras veteranas como Pilar Sáenz y Dolors Tuneu.
Toda la experiencia se pone al servicio de la historia de un profesor universitario de Clásicas que acaba encerrado en un distópico centro de reeducación psico-cultural. ¿Su delito? Haber enseñado los modos de la antigüedad: ritos fálicos “heteropatriarcales” y sacrificios de animales que no tienen cabida en un presente “políticamente correcto”. A través de 'flashbacks' iremos descubriendo el enfrentamiento con sus alumnos canceladores. Al principio tiene cierta gracia, porque la estructura recuerda el 'Marat/Sade', representación dentro de la representación, los internos de un manicomio que escandalizan a sus educadores.
Pero poco a poco la idea inicial se disuelve en una pataleta populista que intenta sacar punta a los tics 'progres': caricaturas conservadoras sobre el lenguaje inclusivo, frivolidades sobre falsas denuncias por acoso sexual y chistes xenófobos que simplifican el islam como defensa del burka. El presente se viste como una supuesta nueva era puritana e inquisitorial. Por el camino ideológico, el argumento y el espectáculo se pierden hasta desdibujarse en una especie de entremés para mitin de Vox. Ninguna referencia a los jueces o a la censura de estado. La libertad de expresión reducida al proteccionismo de un conjunto de valores que tiemblan ante el cambio. Esperábamos algo más.