Una comèdia negra, negríssima, on podrem veure aflorar el pitjor, el més grotesc i el més hilarant de cada un dels set protagonistes que, aquesta nit, només tenien previst venir a sopar, passar-s’ho bé i riure una mica.
La Cris i el Dani són una parella que creuen que la sort els somriu. S’estimen, acaben d’estrenar una casa de somni aïllada dels sorolls i dels perills de la ciutat i estan a punt per fer el pas d’iniciar una família. Però avui han convidat als amics d’ella. I els amics d’ella tenen una cosa molt clara: No els agrada gens el Dani.
La sinceridad es uno de los valores más sobrevalorados. Funcionamos mejor con un civilizado uso de la hipocresía. Sopar amb batalla no sólo atenta contra la verdad, también se carga sin contemplaciones otras virtudes tan viejas como Roma: templanza, prudencia, salud, cortesía, merced, severidad y humanidad. Todo concentrado en una aparente intrascendente reunión de viejos amigos y un par de recién adjuntados. La situación de una sitcom sin grandes sorpresas. Sólo una “romántica” es compartida de entrada con el público: Dani, un informático sin muchas habilidades sociales y anclado en los 90 se ha conchabado con los amigos de su compañera (Cris, diseñadora de interiores) para pedirle su mano durante la cena. No sabe que Rafa, Rocío, Clara y Sergio -una colla de urbanitas hípsters- quizá no son los mejores cómplices. Y está el misterio inesperado de Gina. Todos aislados en la nueva casa que acaban de reformar en una urbanización solitaria y aún sin vecinos.
Jordi Casanovas -el Jano de la dramaturgia catalana- ha escrito una comedia negra sobre la fragilidad humana y el peligro de mezclar los secretos con el rencor. Una fiesta de adultos que se hace metáfora sobre el bullying, Batalla sin cuartel entre acosadores y pringados. Sin desvelar todos los giros de la pieza, sería como buscar la risa en un doble capítulo de Friends dirigido por Álex de la Iglesia que rinde homenaje a El ángel exterminador de Buñuel. Tan bizarro como el tren sin frenos que ha lanzado Casanovas en el escenario. Cuánto más descontrolada la situación -hasta extremos realmente inesperados- más gusta esta función. Como el mismo autor confiesa, la obra se crece en la tensión que genera en el espectador desconocer hasta qué grado de caos puede llegar el conflicto. Siempre habrá entre el público quien disfrute de lo lindo de la catarsis ajena. Y siempre alguien felizmente descolocado ante el radical cambio de tono que trastoca la promesa incumplida -¡gracias!- de una comedia convencional.
El reparto está formado por un grupo de actrices y actores, muy integrados como grupo, que no suelen ser los habituales en los escenarios más asentados de nuestro entorno. Más rostros de televisión que de teatro. Y esa falta de entrenamiento se nota, sobre todo al principio, cuando parecen que se guardan la energía y la precisión para todo aquello por ocurrir. Juegan con ventaja sobre su devenir como personajes de grand guignol -como si Casanovas hubiera releído a Jaume Piquet i Piera- y lo apuestan todo a fondo a la sucesión de catastróficas desdichas.