Talking Heads és una sèrie de monòlegs que Alan Bennett va escriure originàriament per a la BBC (els sis primers episodis van retransmetre’s el 1988, i els sis següents, al cap de deu anys, el 1998). Aquests monòlegs —interpretats per actors i actrius de primera fila com Penelpe Wilton, Eileen Atkins o Maggie Smith, entre altres— van fer-se molt populars i van traslladar-se a la ràdio i al teatre (l’estrena a Anglaterra va tenir lloc el gener de 1992 al Comedy Theatre, a Londres).
Tot i que les peces aborden qüestions diverses, hi ha alguns temes recurrents, com la mort, la malaltia, la soledat i el sentiment de culpa. Fusionant la comèdia i la tragèdia amb una habilitat diabòlica, Alan Bennett construeix un mosaic d’històries domèstiques sobre la fragilitat humana en un entorn que recorda el Leeds natal de l’autor. Bennett retrata amb un humor molt britànic una sèrie de personatges insignificants —sobretot dones— que s’expressen amb una llengua col·loquial farcida de divertidíssims girs populars. Però, entre el to de les paraules i el que es diu realment a través d’elles, hi ha una escletxa per on s’esmuny l’emoció i es revela furtivament la tragèdia d’unes existències sense futur, que, per no lliurar-se al vertigen del buit i crear la il·lusió de la vida, parlen sense parar.
Antigüedades y avaricia; jardinería y violencia de género; vicarías y alcoholismo. Con sólo tres de los diez monólogos de Alan Bennett -reunidos bajo el título de Talking Heads- en el Teatre Akadèmia se abren las cancelas de los patios traseros de la Inglaterra tranquila de los votantes del Brexit. Textos que rezuman ingenio -el casi intraducible “wit”- y un profundo conocimiento de los secretos de las clases medias que guardan como un tesoro las esencias patrias de orden y tradición. Con menos muertos y menos trucos de las novelas de género, Bennett escudriña a sus coetáneos como Agatha Christie lanza a Miss Marple a cazar sospechosos entre sorbos de té y comentarios intrascendentes sobre el tiempo. Utilizan el mismo truco: dejar que hablen damas y caballeros, y entre pausas cargadas de sobreentendidos revelen su infelicidad.
Una butaca historiada hasta la deformación y una gran mesa y un armario igual de alienados por el horror vacui crean un espacio tan reconocible como abstracto. Opulencia clásica cubierta de barro y pústulas. Como el retrato de Dorian Gray. Entre estos tres muebles se mueven Lurdes Barba, Imma Colomer y Lina Lambert, actrices y directoras unas de las otras. Cada una contando su historia con la actitud exacta de quien expresa el mismo displicente interés por una mala hierba en un jardín cuidado que por la existencia de Dios. Señoras bien que dejan caer grumos de clasismo, racismo, envidia, prácticas sexuales inconfesables, soledad, adulterio, deseos frustrados y frustraciones reales. Y mientras los siete pecados capitales de los ingleses van desfilando el público ríe y sonríe con las desventuras de tres mujeres que han interiorizado la desgracia propia y ajena.
Imposible no dejarse llevar por la lúcida ironía de Bennett y la brillante suma de palabras que dibuja un retrato complejo de la tristeza de los suburbios. Y las tres actrices no pueden administrar mejor los ahogados humores de estos guiones convertidos en teatro con interpretaciones que hacen de la normalidad una lección actoral. Sólo colocando con precisión un leve giro en el tono o alargando un instante una pausa, se abren los misterios de la gente corriente. Quizá en la disposición de los tres monólogos se busca una curva ascendente del peso de la hipocresía en esas vidas reprimidas. Colomer es fina codicia disfrazada de buena samaritana y vendedora de buen gusto; Barba es la protagonista de un inesperado cuento de traumáticas revelaciones, y Lambert la encarnación de la mujer del vicario (atea, alcohólica y sexualmente insatisfecha) presa en su cruel lucidez.