La Sara i l’Adri, una parella jove, s’instal·la en una masia, no gaire lluny de Girona. De seguida coneixen el veí, l’Álex, que viu sol en una casa a poques passes de la seva i amb qui comencen a establir una relació que es consolida la nit que ell els convida a sopar. Acabada la reunió, i ja de matinada, la Sara no pot dormir i, en mirar per la finestra, veu el seu veí, ajupit a terra, mig nu, mirant-se de manera obsessiva la casa on viuen i, en concret, la finestra del dormitori que ocupen… Les nits següents, l’Álex continua fent la mateixa estranya aparició.
Culpes imposades, redempcions que es fan esperar molts anys, somnis, retorns, visions i finals formen part d’una història intensa que ens parla d’aquell territori en el qual conviuen els vius i els morts, els qui ja han marxat i els qui, potser malgrat seu, encara hi són.
Llàtzer Garcia ha hecho de Girona y alrededores su Macondo particular. Aquí se esconden sectas ultraconservadoras, sobreviven barrios del olvido administrativo o las masías guardan secretos tras sus viejos muros. Todo es posible en Girona, sobre todo si la ficción vampiriza las noticias y el pasado traumático cubre el presente. En Al final, les visions el paisaje es éste, la historia tuvo su titular hace una década y la culpa extiende de nuevo su pesado manto sobre unos personajes que se van presentando ante el público como entes que salen de la niebla. Un drama que se teje con pausada determinación. El tiempo necesario para que la sospecha inunde la Sala Beckett, la obsesión construya sus imágenes, el dolor se manifieste en todo su espectro, las escenas renazcan de la mano de otro narrador, los personajes entren en una espiral de desconfianza y las piezas encajen. La misma tensión que la escena del descapotable de Suspicion de Hitchcock.
Una tragedia que pasó y la que Garcia hace sobrevolar en el presente del cuarteto protagonista como una sombra de amenaza y psicopatía. Dos tiempos ligados por la enfermiza fascinación del protagonista, que interpreta con su habitual entrega Joan Carreras. Un texto que utiliza la soledad y el misterio para ofrecer la pieza teatral emocionalmente más descarnada del autor. Un pozo de heridas sin curar, sobre todo de los dos personajes protagonistas: viejos amigos, compañeros de aventuras musicales, separados por un lejano y luctuoso suceso. Si Carreras evoluciona espléndidamente como un animal cada vez más acorralado por los vivos y los fantasmas, desde la reserva al estallido, Xavi Sáez ofrece una de sus interpretaciones más viscerales desde que aquel recordado Sé de un lugar de Iván Morales. Una vez que el autor le enfrenta con la revelación, es un dolor abierto hasta el aplauso final. Un hombre sacudido con violencia por una inesperada ola de recuerdos lacerantes.
Laia Manzanares y Joan Marmaneu son conscientes que son instrumentos de un juego mórbido y se lucen sobre todo en sus momentos de invocación del pasado. Ellos serían los protagonistas en una obra al estilo de Nerium Park. Desaparecen con discreción cuando la obra se centra en el duelo de reproches, experiencias compartidas, verdades y catarsis entre Carreras y Sáez.