Un home nascut a finals dels anys setanta, que no s’havia decidit fins ara a posar-se en moviment, decideix emprendre un viatge a la recerca de la seva pròpia identitat, de la qual no hi ha cap rastre anterior al seu naixement. El seu viatge dona títol, de fet, al muntatge, ja que “Cine” fa referència a l’etimologia d’aquest mot que, en grec (kiné), significa, precisament, “moviment”. La recerca del protagonista el portarà a recórrer la història recent del seu país i, en concret, un episodi del qual encara avui es parla poc i que encara és menys freqüent sobre un escenari: el robatori de nens. I és que es calcula que, entre l’any 1939 i els anys vuitanta, van ser robats als seus pares prop de 300.000 nens, una xifra que fa posar la pell de gallina, especialment si pensem que, a països com l’Argentina, la xifra se situa en uns 500.
Els integrants de La tristura expliquen la història amb l’ajuda de les cançons de Pablo García (Pablo Und Destruktion) i d’unes imatges i paraules amb les quals segueixen fidels a les intencions que animen la companyia des dels inicis: dur més enllà els límits de l’escena en un intent d’imaginar com haurien de ser les arts escèniques del segle XXI. Imatges bellíssimes i unes paraules d’una duresa poc usual marquen la trajectòria d’aquest col•lectiu teatral, que, després de muntatges com Años 90. Nacimos para ser estrellas i Materia prima, enceta amb CINE una etapa de clara maduresa artística.
Hay montajes que sirven para explicar historias, y hay otros que dan visibilidad a unos hechos. Aunque a prioiri no lo parezca, Cine está en el segundo grupo. Y es que esta no es la historia de un niño robado, sino una forma de divulgar los 300.000 robos humanos que se calcula que hubo en España durante la dictadura y, lo que es aún más alarmante, durante los primeros años de la democracia. Un tema del que poco se ha hablado y que tenemos más cercano de lo que nos parece.
Basado en hechos reales, en este montaje se presenta un personaje que descubre que su adopción fue en realidad un robo y que decide emprender un viaje en busca de sus orígenes. Poco más en cuanto a trama, ya que los madrileños La Tristura cortan la historia al primer giro dramático, sin cerrar nada y dejando un sabor a ausencia, a final inacabado.
Más que al avance de la trama, la compañía presta atención a la forma y a la poética, empezando por dar al público cascos desde los que escucha la obra y los efectos sonoros. Mientras, los actores, equipados con micrófonos, aparecen en el escenario alejados del público por un cristal, que a su vez sirve de pantalla cuando es necesario. También en ese camino se encuentra la intervención a escena de 5 niños, como últimamente han hecho los valencianos El Pont Flotant, que aporta aquí un beneficio más estético (y presumiblemente enternecedor) que dramatúrgico.
La puesta en escena es realmente bella, encabezada por una preciosa tira de luces colgada del cielo, y que tanto simboliza las conexiones neuronales, como las sociales o las planetarias. Y es que todos estamos unidos por una serie de acontecimientos de los que muchas veces ni siquiera tenemos conocimiento. El conjunto queda complementado por una voz en off que nos da las claves metafóricas y nos plantea reflexiones en torno a la búsqueda, a las decisiones tomadas y a como estas son capaces de (re)construirnos.
Se nota que el protagonista, el cantautor Pablo Und Destruktion, no es actor. Pero lo que a él le falta interpretativamente lo suple la bestia escénica que es Fernanda Orazi, espléndida en la encarnación con naturalidad de tres papeles muy diferentes. Les acompaña una tierna Itsaso Arana, ideóloga y creadora del espectáculo junto a Celso Giménez, cuyo personaje se convierte en el principal reclamo de la trama.
Termina la obra con una sensación agridulce, entre la conmoción y la falta de explicaciones. Estaría bien una escena más, un epílogo sobre el resultado del viaje, un cierre de los varios frentes abiertos. Y aun así, sabemos que hemos visto un montaje bonito, tierno y con un planteamiento necesario.