El mot japonès "hakanaï" és una paraula antiga que fa referència a la condició provisional de les coses i que s'associa tant a la natura com a la mateixa existència humana. Fragilitat, evanescència, transitorietat són, doncs, els conceptes que evoca aquesta proposta de dansa i tecnologia que es veu a Barcelona per primera vegada. Ho fa convidant l'espectador a presenciar les evolucions d'una única intèrpret situada a l'interior d'un cub.
Sobre les parets de tul, quatre vídeos sincronitzats projecten imatges que canvien constantment i que interactuen amb els moviments de la ballarina. En aquest espai màgic, somnis i realitat es confonen: allò que era fix, belluga; la matèria sòlida pren característiques líquides i les coses que semblaven rígides es tornen elàstiques. Amb els seus moviments, la ballarina dialoga amb unes imatges que semblen suggerir un paisatge mental tan hipnòtic com la delicada música interpretada en viu que fa de banda sonora de l'espectacle. Acabada la representació, els espectadors estan convidats a acostar-se i explorar l'espai, endinsant-se en l’habitacle oníric que ocupava la protagonista uns moments abans.
En un cubo de tela, dentro del cual se sitúa una bailarina, se proyectan en sus cuatro paredes imágenes en movimiento con las que interactúa. El valor simbólico de ese juego puede resultar múltiple, siempre a elección del espectador, porque no se dan pistas para deshacer ningún hilo argumental. Eso no es necesario: una de las características de la compañía francesa Adrien M / Claire B es poner en evidencia una cierta dependencia narrativa frente a la cual la danza, y el teatro por extensión, sienten vértigo y responden con argumentos un tanto conservadores cuando se hace evidente. Este es el caso de “Hakanaï”, pues aunque parte de unas consideraciones mínimas -fundamentales para quien se dedica a reflexionar sobre el movimiento y sus artes- como las ideas de fragilidad y evanescencia, renuncian a conducir el significado final que pueda darse a la obra para dejarlo a la imaginación de cada cual.
Desde ese punto de vista, las propuestas de la compañía beben de dos presupuestos básicos en el ámbito de la danza: uno lo comparte con el arte contemporáneo y tiene que ver precisamente con esa disociación definitiva entre sentido y producto final. El otro es más austero todavía, por lo que tiene de novedoso para quién no esté muy adentrado en estas cuestiones: se relaciona con la renuncia a considerar el movimiento y sus coreografías como algo propio de lo humano, ni siquiera de los seres vivos, y que se reconoce en cada desplazamiento que se puede producir en la realidad física que percibimos y en la que no.
Esta es, efectivamente, la mejor anticipación de “Hakanaï” porque nos advierte que las cosas de la percepción como las entendemos en los primeros años del desarrollo de la realidad virtual, las imágenes proyectadas, la interacción y el reconocimiento de voz, sólo han hecho que iniciar su despliegue hacia un futuro desconocido. De aquí un tiempo probablemente un cubo de tela situado en medio de un escenario casi nos hará sonrojar por lo básico y poco tecnológico que nos resultará. Sucederá que la línea que con tanta certeza ahora nos permite separar realidad y ficción será invisible a nuestros ojos. Solo hace falta imaginarlo señalando aquí ese engaño visual, en un momento concreto de la pieza y que nadie cuestionará porque podemos darle una explicación científica, en el que la bailarina parece que esté desplazándose como en una especie de ascensor. Pues bien: ¿podemos imaginar qué pasará cuando la realidad virtual invada el escenario y sus alrededores y esa mentira (base del teatro y la danza) sea todavía más sofisticada? Y lo que es más importante: ¿seguiremos pidiendo enlazar con conectores antiguos nuestra experiencia entre lo observado, lo narrativo y lo experimentado?
En “Hakanaï” la cárcel es digital. Y su bailarina solo puede que interaccionar con ella. Pero es sólo un paso, minúsculo, pero determinado, para lo que ni siquiera podemos ser capaces de imaginar el día que la tecnología vaya un poco más allá de nuestra percepción tan definitivamente prisionera.