El viatge d’un jove de 15 anys obligat a endinsar-se al fons de les tenebres d’una societat en fallida
La fallida bancària portarà un adolescent islandès a emprendre un pelegrinatge iniciàtic cap a Nova York, a la recerca de la seva mare. En aquest viatge al cor de les tenebres d’un sistema que trontolla, el jove anirà coneixent diverses realitats que el faran partícip de la profunda depressió que està conduint el món occidental a una ruïna inevitable.
Escrita just quan començava a esclatar l’última gran crisi que va sacsejar l’economia mundial, Islàndia és una de les obres majors de la dramaturga Lluïsa Cunillé, que amb la seva lucidesa dissecciona el moll de l’os d’aquest circ grotesc que enlluerna la nostra societat.
Finalista a espai escènic (Max Glaenzel) al Premi de la Crítica 2017
Durante unos años, desayunábamos, comíamos y cenábamos con la crisis. Esa que ahora se nos presenta como terminada (sic) y que Lluïsa Cunillé ha tomado como telón de fondo o punto de partida de esta historia. En ella un chico emprende la búsqueda de su madre, cuál Marco, de su Islandia natal a Nueva York.
(...)Una estética totalmente neoyorquina, ya que está ambientada en una reproducción de los bajos fondos de la Gran Manzana que lo mismo sirve para representar un metro, que una perrera o incluso la catedral de Saint Patrick. Eso sí, la dureza la crisis se pone de manifiesto en una escena excesivamente fría, donde transitan personajes tan o más gélidos que ella.
La dramaturgia de Lluïsa Cunillé, claramente identificada en las dos primeras escenas y que en las posteriores se queda más difuminada, nos regala en cada personaje un conjunto de perlas, que a modo de titular servirían para describir la obra. Son pequeñas frases que caen en medio del hastío existencial como pequeñas pullas.
Islàndia es una obra muy coral donde el máximo protagonismo lo tiene Abel Rodríguez que interpreta al chico que busca a su madre. Un actor desconocido proveniente del teatro amateur y al que de momento le cuesta encontrar su ritmo y entonación. Debe ser su corta edad, pero todas sus réplicas suenan igual, sin importar si está contento, triste, preocupado. No hay una profundidad, su personaje es monótono y que esté todo el rato en escena contribuye a que el ritmo general de la obra no sea el adecuado.
Por suerte para el espectador el resto del reparto es de gran altura. Entre ellos destaca con una magistral voz e interpretación de Joan Anguera, que sería capaz de vender humo a cualquiera. De la misma manera que una más que soberbia Lurdes Barba, sin duda su escena es una de las más aplaudidas del montaje. Y una Àurea Márquez que le está cogiendo el gusto a los personajes extravagantes.
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