Cheek by Jowl fa més de 40 anys que transforma els clàssics en espectacles vius, que apel·len directament el públic, que sempre s’hi reconeix malgrat que s’hagin escrit quatre segles abans. Una companyia amb esperit internacional. Declan Donellan i Nick Ormerod han creat projectes paral·lels a Rússia i França, amb el mateix èxit. Una xarxa artística que el 2018 es va ampliar amb el Piccolo de Milà i ara amb la Compañía Nacional de Teatro Clásico. I ho fan amb La vida es sueño, obra mestra de Calderón de la Barca, projecte impulsat per la Compañía La Zona. El text que competeix amb Hamlet pel monòleg més icònic del teatre universal. Com diu el mateix Donellan: “El teatre no pot morir fins que no s’hagi somiat el darrer somni”
El celebrado Declan Donnellan, director de la compañía Cheek by Jowl, había despertado grandes expectativas en su primera incursión con un reparto en lengua castellana, la Compañía Nacional de Teatro Clásico, tras su excelente mano con actores rusos y franceses. Le tocaba darle un meneo contemporáneo a ‘La vida es sueño’ de Calderón de la Barca, después de cuatro décadas de exitosos encuentros con Shakespeare, como el memorable ‘Ubu Roi’ y otros clásicos, entre ellos ‘Fuenteovejuna’. Ahora el resultado, aunque meritorio en muchos aspectos, no alcanza la brillantez y el ingenio de muchas de sus adaptaciones. Eso sí, mejorará con las funciones, pues ya durante el estreno, libreta en mano, su ayudante no paró de hacer anotaciones, tanto propias como las susurradas al oído por Donnellan.
Como elemento escenográfico, su cómplice Nick Ormerod ha diseñado un gran muro oscuro con siete puertas que funciona bien para hacer aparecer y desaparecer los personajes a buen ritmo, introducir el ‘music hall’ y darle un toque de ‘sitcom’, con risas enlatadas, a los enredos amorosos de la trama. Donnellan rebaja así la carga existencial de la obra cumbre del Siglo de Oro, llevándola a una nueva dimensión más lúdica y ágil. Agrega al juego de contrastes del texto -la dualidad entre el libre albedrío y el destino; entre la realidad y el sueño-, unas alegres canciones, como ‘spots’ televisivos, que contrastan con el mundo opresivo y cerrado que imaginó Calderón, bien reflejado con el oscuro frontal, y la profundidad filosófica del escritor y sacerdote barroco.
Decía el director de Manchester que el mayor respeto que podía mostrar a Calderón era tratarlo como un contemporáneo y así lo hace, buscando frescura y acercar el clásico al público con la música, la comicidad y las incursiones del príncipe en el patio de butacas. Como hace habitualmente con Shakespeare, con quien pasa alegremente de la risa al dolor o el llanto, incorpora notas de humor, más allá del que ya perfiló el escritor madrileño en el personaje de Clarín, como cuando vemos a Segismundo sin saber cómo utilizar una silla. Discutibles son sus balbuceos iniciales, que desaparecen en un pispás sin un recorrido y un tránsito atribuíbles a su encierro.
El actor Alfredo Noval dibuja un gran Segismundo, tanto en su buena y potente dicción y modulación del verso, como en la gestualidad, faceta a la que Donnellan concede tanta importancia como a la palabra, como bien recordó Jordi Vilaró en la interesante prefunción del estreno. Es muy creíble su viaje emocional, de la desesperación a la soberbia y después, resignación y responsabilidad. También muy notable es el trabajo de Goizalde Núñez en el pellejo del vivaz Clarín, mientras que la Rosalinda de Rebeca Matellán resulta poco audible en algunos pasajes –a veces por culpa del exceso de decibelios en la música y los bombardeos de la batalla-. El más desdibujado fue el Astolfo de Manuel Moya, quien, aunque gasta potente voz, no encontró ni el tono ni el ritmo. La propuesta del aclamado Donnellan gustó a muchos. Otros soñábamos con una mayor sacudida.